Jerusalén, de Alan Moore, es la culminación de la obra de toda una vida. Una reunión de todos los temas que obsesionan al autor desde que publicara sus primeras obras en los setenta y deslumbrara ya en los ochenta a la crítica, público e industria americana con cómics originales como V de Vendetta o Watchmen, y por su increíble trabajo en series como La cosa del pantano o The League of Extraordinary Gentlmen. Poco hay que decir sobre este autor británico, natural de Northampton, que abrió la puerta a los Estados Unidos a una serie de autores británicos que despuntaron en el género actual, como por ejemplo Neil Gaiman.
No es la primera vez que Moore se adentra en los territorios de la narrativa más conservadora. La voz del fuego fue su primera incursión publicando relato breve; una antología de historias que se desarrollan en su Northampton natal. Algo que tiene mucho en común con la obra que nos ocupa, Jerusalén.
En la media milla cuadrada de decadencia y escombros que antaño fue la capital sajona de Inglaterra, Northampton, la eternidad se cierne sobre unas viviendas sociales propensas al incendio. Enclaustrada en el mugriento ámbar de la cotidianeidad del barrio, entre sus santos, reyes, prostitutas y vagabundos, discurre una cronología humana diferente; una sucia simultaneidad que no distingue entre los charcos aceitosos y los sueños quebrados de aquellos que los surcan.
Componiendo una opulenta mitología para quienes no tienen ni donde caerse muertos, a través de las laberínticas calles y páginas de Jerusalén pululan fantasmas que cantan sobre la riqueza y la pobreza; sobre África, sobre himnos, y sobre nuestro raído milenio. Debaten sobre la lengua inglesa tratándola como un idioma visionario que abarca desde John Bunyan a James Joyce, peroran sobre la ilusión de la mortalidad tras Einstein, e insisten en considerar tan marginal barriada como la eterna ciudad santa de Blake.
Como pasa con obras con las que se la intenta comparar, Jerusalén es una lectura que requiere de esfuerzo por parte del lector. Cercano a narraciones como En ángel que nos mira de Thomas Wolfe o Dublineses de James Joyce, Jerusalén es en realidad la historia de las pequeñas historias de Northampton. En realidad, se centra en unas determinadas calles de la ciudad, dando saltos entre diferentes épocas, mezclando etapas, hechos históricos, un sin fin de referencias culturales e históricas, juntando y separando personajes, en una suerte de relatos cortos que funcionan como capítulos para un tríptico que se compone de tres libros de quinientas páginas aproximadamente cada uno. Dicho así, a lo mejor no suena muy apetecible, pero los fans del autor leemos esta obra como la mandíbula en el suelo.
El Moore en prosa es muy distinto al del guion de cómic. Aquí se demuestra lo versátil que es, alterando la voz omnipresente del narrador según el tiempo en que acontezca la narración (y esta aglutina varios siglos), componiendo un galimatías de narraciones que se cruzan, se referencian, se complementan y se finalizan unas a otras. Además, Alan Moore se regala en los detalles; describe con profundidad, conoce al milímetro la historia de su ciudad y sus gentes y retrata a estos con obsesión de biógrafo.
La historia de Jerusalén no se libra del toque sobrenatural que tanto gusta al autor, casi pudiendo ser catalogada de novela de género. Ciertamente, la excusa de los fantasmas para cruzar algunas líneas narrativas encaminan la narración hasta un final de traca, que si bien no resulta en la epicidad que el blockbuster palomitero espera, resulta en una satisfactoria lectura que deja al lector agotado, al borde del abismo, del desasosiego y de la esperanza. El refrito de emociones que tan bien sabe provocar Moore en el cómic, aunque quizás superlativo por lo extenso del libro. En las entrevistas que ha realizado a diversos medios, cuenta Alan Moore que ha escrito Jerusalén en base a conversaciones, rumores familiares, historias que se cuentan en las esquinas de la población… Y, sobre todo, influenciado por un terrible acontecimiento familiar. Su prima Audrey sufrió abusos por parte de su padre y, en lugar de hacer algo al respecto, la familia lo ocultó y encerró a la muchacha en un asilo. Esto, según Moore, es el germen de Jerusalén. Esto, para el lector, explica muchas cosas.
Editar en castellano esta novela no es moco de pavo: más de mil páginas y una endiablada mezcolanza de referencias, trucos lingüísticos y giros argumentales que convierten la lectura en el laberinto de Creta. Me recuerda mucho al diálogo entre William Gull y el cochero en el cómic From Hell: en aquel el protagonista de la obra basada en los crímenes de Jack el destripador hablaba de arquitectura, masonería, moralidad e historia. En Jerusalén se dan mano los mismos temas, por eso la traducción es algo que hay que tomar con comillas. Planeta se encarga de esta edición y deja caer sobre los hombros de José Torralba, que lleva desde 2015 trabajando en esta pirámide que hay que conquistar. Como la traducción de Finnegans Wake, este estudio de psicogeografía ha precisado de una preparación faraónica, un conocimiento del lenguaje profundo y algunas decisiones que pueden resultar cuestionadas, pero necesarias. Muchos teníamos el sueño húmedo de que Javier Calvo, que tan magníficamente ha traducido a Moore para La Felguera (donde se editaron sus textos sobre magia) u obras tan complicadas como La casa de hojas, fuera el elegido para esta tarea, pero no pudo ser. Lleno de notas al pie de página y juegos de palabras que se pierden en la vorágine. Una traducción cuestionable, en todo caso, aunque sin poder comparar con la obra original, no se sabe dónde acaban los juegos lingüísticos de Moore y donde empieza la labor del traductor.
El resultado, como vengo adelantando, es una novela complicada, exigente, gratificante y frustrante a partes iguales, muy lejos de la sencilla obra asentada en el género que uno podría esperar de un autor de cómic (sin desmerecer con esto a ningún autor). Alan Moore demuestra estar más allá de los géneros, de las concepciones, de los formatos y de toda etiqueta y nos presenta una obra misteriosa que habla de todo y de nada, de todos y de ninguno, de un lugar y de muchos tiempos, y lo hace con la pulsión de una obra hipnótica que tiene también algo de mágica. Atreverse a publicar esto, tal y como se encuentra el mercado, es o bien el sueño de unos pocos locos o la jugada maestra de unos pocos ingenuos, no lo sé, y quizás pase mucho tiempo antes de que Jerusalén acabe situada donde merezca. Pero su lectura es tan necesaria para el amante de la alta literatura como inevitable para los fans en particular del autor. Los sellos Minotauro y Planeta de Cómic nos traen una bella edición en tres tomos, dentro de una caja de cartón, con un precio quizás algo elevado (sesenta euros), pero muy cuidada y elegante.
Quizás Alan Moore acabe de demostrar que es uno de los autores británicos vivos más importantes que hay. El tiempo, como sucede en las páginas de Jerusalén, en las calles de Northampton, colocará a Moore en un podio que él, seguramente, repudia.
Guionista de cómics británico y con fama de pintoresco, Moore es uno de los motores creativos más importantes de la historia de los cómics. Sus innovadores trabajos, V de Vendetta, Watchmen, La Liga de los Hombre Extraordinarios o From Hell, se han convertido en piezas imperecederas del paisaje cultural contemporáneo. El autor es ganador de más premios y reconocimientos de los que pueden contarse. Sus argumentos han inspirado el guión de varias películas de la factoría Hollywood.
Aunque me desagrade tener que comentar esto, creo que es conveniente aclarar que esta edición del libro de Alan Moore presenta serios problemas durante nada menos que 150 páginas de su segundo volumen (las últimas) y también en buena parte del tercero.
Para los que tengan el libro, si van directamente al último párrafo de la página 444 del segundo volumen, podrán ver cosas como la siguiente: “En sus lecturas póstumas había aprendido que los expertos llamaban a la primera fase del ahogamiento “lucha superficial” por expertos, que para Marjorie era una descripción sucinta y precisa del proceso, al menos como lo recordaba: lo primero es el terrible descubrimiento de No poder mantener la cabeza erguida para respirar”. Tanto el “por expertos” como el “No” escrito con mayúsculas son errores. El primero porque repite una palabra usada previamente; el segundo porque la mayúscula, evidentemente, no procede.
Pero esto, que sería una minucia, es solo el inicio de un auténtico y continuo desbarajuste en el texto que se alarga hasta la página 592, que es la que pone fin al segundo volumen. Palabras que parecen traducidas con un traductor automático, tiempos verbales incorrectos, artículos femeninos/masculinos (él/ella) empleados de manera errónea, signos de puntuación que brillan por su ausencia o que se duplican, palabras que se utilizan dos veces de manera consecutiva (un tipo de error bastante inexplicable y que además prolifera), acrónimos que Moore utiliza para sugerir un lenguaje críptico y que a partir de un determinado instante el traductor ni siquiera se toma la molestia de adaptar al español, cosa que sí había hecho previamente (algo que resulta imprescindible hacer para que el lector pueda descubrir, gracias a las aclaraciones sobre su significado que el propio Moore suele hacer a posteriori, que esas palabras son precisamente versiones abreviadas de un contenido mucho más extenso), y, en fin, un largo etcétera de problemas adicionales que consiguen que la lectura de dichas 150 páginas, así como la de la mayor parte de capítulos del tercero, resulte una tarea un tanto ardua. Lamentablemente, estamos hablando de centenares de errores.
Llegados al tercer volumen, existirían tantos ejemplos de lo mismo a lo largo de sus 600 páginas que me parece más práctico remitirles directamente al desastroso Posludio, titulado Collar insigne. Por no haber, ni siquiera hay cursivas cuando el autor, Alan Moore, remite al título de alguno de los cuadros de Alma Warren.
Todo esto, que habla por sí solo, no apunta a la labor del traductor, José Torralba, que previamente se ha revelado magnífica, sino a los planes editoriales de Minotauro: tras haber retrasado en dos ocasiones la publicación de la obra, en las Navidades de 2017 y en las de 2018, había que llegar sí o sí a las de 2019. El problema es que esto se ha hecho a cualquier precio. No existe ninguna labor de revisión del material, eso es imposible porque resulta obvio que ese proceso no ha se ha dado… al menos durante ese 25% del segundo volumen o en la mayor parte del tercer volumen, porque, sorprendentemente, el capítulo titulado La escalinata de todos los santos, así como algún otro, recuperan momentáneamente la intachable tónica del Volumen 1 o de la mayor parte del 2.
De todo el despropósito quedan excluidos, por razones obvias, aquellos capítulos del volumen 3 que intentan traducir ese estilo a lo Finnegans Wake, de James Joyce, que Moore toma en ellos como referente creativo, si bien debo aclarar que la modélica traducción de ese libro de Joyce que Marcelo Zabaloy publicó en Cuenco de Plata en 2016 permite adivinar que también en algunas páginas de esos capítulos de su edición de Jerusalén existen cierto tipo de errores o apresuramientos.
Dadas las circunstancias, y entendiendo que a estas alturas muchos compradores no habrán tenido tiempo ni siquiera de empezar un libro que requiere de mucho tiempo libre para poder ser leído en su totalidad, lo más honorable sería que procediesen a retirar esta edición del mercado y completasen una labor que permitiera publicarlo nuevamente en cuestión de meses pero como es debido.
Es una pena porque soy consciente de la labor y el sacrificio que implican la publicación de un libro como este, pero lo cierto es que si la edición se hubiera retrasado uno o dos meses esto probablemente se hubiera podido evitar. Está claro que las Navidades son sinónimo de ventas, pero ese objetivo no debería alcanzarse a cualquier precio.
La editorial ha reconocido que la primera edición de esta obra era defectuosa y está procediendo al cambio gratuitamente. Tan solo hay que escribir un correo a infominotauro@planeta.es y ellos os darán más detalles.