Belle da Costa vista por Paul Helleu (Fuente).

Uno de los mayores sueños para muchos amantes de los libros es convivir permanentemente con ellos y, quién sabe, con un poco de suerte quizá hasta convertirlos en un modo de ganarse la vida. No por casualidad las de librero y bibliotecario son profesiones que tienden a idealizarse tanto. Pero incluso cuando se ha conseguido hacer realidad ese deseo, se puede seguir anhelando algo más. Porque, y entiéndase que hablo desde el mayor de los respetos, no es lo mismo cuidar un libro cualquiera que convertirse en el guardián de valiosos incunables.

Y ahí, en lo más alto de la carrera de bibliotecario, protegiendo joyas culturales como originales de Leonardo Da Vinci, de Mozart o de Miguel Ángel, manuscritos medievales iluminados y hasta tres Biblias de Gutenberg, se encuentra el personaje del que vamos a hablar hoy: Belle da Costa. Esta persona no solo logró tener bajo su custodia algunos de los libros más preciados de la historia sino que lo hizo en una época, a principios del siglo XX, en la que consiguió solventar dos grandísimas dificultades: era una mujer y era negra. Además, Belle no solo se limitó a cuidar esos libros sino que a través de sus gestiones hizo que la biblioteca que dirigía, la Pierpont Morgan Library, conocida actualmente como Biblioteca y Museo Morgan, se convirtiera en una de las instituciones relacionadas con los libros más importantes del mundo.

Pero empecemos por el principio. Belle era hija de Richard Theodore Greener, un distinguido abogado que consiguió ser decano de la Howard University, pero que ha pasado a la historia sobre todo por ser el primer hombre negro que consiguió graduarse en Harvard, en 1870 ‒además, Belle era sobrina de Ida Platt, la primera abogada afroamericana de Illinois‒. La relación de Belle con él no acabó precisamente bien, después de que las abandonara a ella y a su madre para empezar una nueva vida en Siberia como diplomático estadounidense. Entonces Genevieve, la madre de Belle, decidió reinventarse y cambió el apellido de la familia a «da Costa» para, de alguna manera, justificar el color oscuro de piel de Belle, aludiendo a un antepasado portugués que no era tal.

Belle en 1914 (Fuente).

A continuación se mudaron a Princeton, Nueva Jersey, y Belle comenzó a trabajar en la Biblioteca de Princenton, donde comenzó a ser conocida. Allí entró en contacto con Junius, el sobrino del empresario, banquero y coleccionista de arte J.P. Morgan. Junius puso en contacto a Belle con su tío en 1905. Como su colección era ya bastante considerable, Morgan había construido en 1902 una biblioteca al sur de Madison Avenue, y necesitaba un bibliotecario que se hiciera cargo de ese proyecto. Bibliotecario o, mejor dicho, bibliotecaria, porque la persona que ocupó ese cargo fue Belle. Tenía 26 años cuando empezó a trabajar en la biblioteca de Morgan, y probablemente se sentía un tanto intimidada, pero se propuso que su benefactor tuviera una de las colecciones más impresionantes del mundo y lo consiguió. Aunque solo trabajó bajo las órdenes de Morgan siete años, ya que este murió en 1913, consiguió que este fuera conocido en el mundo entero como coleccionista de libros raros.

Belle se gastó millones de dólares comprando libros, manuscritos y obras de arte. No era extraño, por ejemplo, que hiciera un viaje a la otra punta del planeta para realizar la compra secreta de algún preciado volumen. Hay que admitir que la imagen exquisita de Belle, venciendo a un buen puñado de anticuarios al cerrar la puja en alguna subasta y volviendo al fastuoso palacio en que había convertido su biblioteca, es tremendamente poderosa.

Se cree que en los últimos años de vida, Morgan, a través de su bibliotecaria, se gastó en libros unos novecientos millones de dólares. Cuando este murió le dejó en su testamento el equivalente a más de un millón y cuarto de dólares, además de una pensión vitalicia de miles de dólares más al mes. Por no decir que Belle había quedado como la gran guardiana de su colección.

La personalidad de Belle da Costa ha sido, a lo largo de los años, un escurridizo misterio para historiadores y biógrafos. Después de todo, es difícil reconstruir la vida de alguien que quemó todos sus papeles en su lecho de muerte. Además de su amor por los libros caros, la bibliotecaria llenó su vida de lujos, excesos y excentricidades, compaginando una vida bohemia con la alta sociedad. Nunca se casó, pero estuvo locamente enamorada de un apuesto coleccionista de arte ruso llamado Bernard Berenson ‒que sí estaba casado‒. Juntos recorrieron infinidad de países en busca de tesoros. Aunque el mayor romance de Belle fue el que tuvo con los libros. Belle murió dos años después de retirarse, como si estar alejada de los libros significara el principio del fin. Gracias a su trabajo, la Biblioteca y Museo Morgan es lo que es hoy en día.

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