Lo atisbé en la estantería por casualidad y pronto le eché el ojo. Algunas veces las mejores lecturas, o las buenas, aparecen sin previo aviso. Y desde que llevo leyendo las primeras páginas me está dejando más estupefacto que curioso, porque algunas ideas que sostiene Harari me parecen una hipérbole; aunque hay que reconocer que el libro merece la pena. Es un punto de inflexión. No hay duda alguna que Noah Harari es uno de los intelectuales más importantes de nuestro tiempo: analista, indagador, doctor por la Universidad de Oxford, ducho en los procesos macrohistóricos, autor de ensayos tan controvertidos como Homo Deus, Breve historia del mañana, Sapiens y De animales a dioses. Éstos han sido traducidos a más de cuarenta y cinco idiomas, de modo que se trata de uno de los pensadores más leídos en la actualidad, y, quizás también, uno de los pocos intelectuales que tiene la gallardía de afrontar con una perspectiva global, las principales problemáticas de los tiempos presentes. Estoy empecinado con 21 lecciones para el siglo XXI. Y admito que los primeros capítulos me están dejando con un mal sabor de boca; no por su narrativa, sino por las postulaciones que hace respecto a la Inteligencia Artificial, y los reductos, potenciales y consecuencias que aquélla originará sobre las actividades humanas.
En materia de éstas, fue en el siglo XIX cuando las técnicas de trabajo, la sociología y la mecanización afrontaron profundos cambios; y a medida que la Revolución Industrial se expandía por media Europa las máquinas contribuyeron a la producción masificada de las fábricas. Pero, por consiguiente, el trabajo manufacturado dejó de tener valor, el ser humano se convirtió en un mero objeto de producción-consumo ante un mundo vertiginoso en cuanto al crecimiento económico, los sistemas capitalistas, sin que tuviera derechos laborales. De manera que la mano de obra barata se convertía en el eje de toda actividad industrial, posteriormente, al servicio de la tecnología. Pero no partamos de obviedades. Porque el cambio más transcendental respecto a las máquinas fue al concluir el siglo XX; con la entrada del nuevo milenio mucha gente tenía pavor ante el fin de lo tradicional, la obsolescencia de los viejos ordenadores, el colapso de la tecnología. A resultas de todo lo contrario, el cambio de siglo supuso el engrandecimiento de los hardwares y softwares, y eso hizo afianzar la Era Digital donde el factor trabajo y tecnología, a veces para bien y otras para mal, se complementan o se destruyen en el uno al otro. Por otra parte, sostiene Harari que el ciclo endógeno de la economía crea una serie de puestos de trabajos, perfecciona algunos y destruye otros; y en esa lid la Inteligencia Artificial contribuye a que los trabajos sean cada vez más sofisticados, polivalentes y automatizados. Por eso mismo yo me pregunto, ¿qué papel juega el ser humano en ese sentido? ¿No tiene otro remedio que adaptarse o prescindir de capacidades porque la Inteligencia Artificial compensa sus carencias? ¿Supone la IA un estímulo para potenciar las habilidades humanas o, por el contrario, las deja cada vez más obsoletas? ¿Es capaz la IA de deteriorar nuestras capacidades, a corto, medio o largo plazo? ¿Puede la IA volvernos unos gandules o, en contraposición, estimula el razonamiento? Hemos visto demostraciones de coches que se conducen solos; aparatos tecnológicos que limpian el suelo de una casa; robots que preparan comidas y bebidas; brazos bioelectrónicos que realizan masajes a pacientes en sustitución de un especialista; las Apps son capaces de predecir cuándo lloverá o la temperatura que hará; existen programas informáticos que componen una melodía o que reproducen una escultura en 3D. Harari se postula a favor de la Inteligencia Artificial cual si fuese la panacea. Tal vez por eso la sobrevalora como instrumento sofisticado capaz de crear todo tipo de comodidades; lo que también reportaría, en un futuro próximo o lejano, nuevos mecanismos de producción y desarrollo. Pues quizás se flipe bastante Harari. Aunque en una certeza sí que puede que tenga razón: los seres humanos son prescindibles en un mundo digitalizado.
Probablemente los beneficios de la Inteligencia Artificial sean buenos para la sociedad humana, pero no para el individuo. Seamos conscientes de las consecuencias que atañe la simulación de las máquinas por la inteligencia humana. El empoderamiento tecnológico está perjudicando la relación del individuo con su entorno; ejemplo de ello es la hipersensibilidad electromagnética, ya que cada vez hay más personas que sufren dolores de cabeza, trastornos del dueño, miopía, déficit de atención, irritabilidad, etc., a consecuencia de los CEMs (Campos Electromagnéticos). Pero esto es algo ni siquiera reconocido como una enfermedad, al igual que tampoco la OMS se prenuncia mucho en ese sentido. Sin embargo, se ha demostrado la relación que provoca, por ejemplo, la alta exposición de ondas electromagnética y los problemas de fertilidad. Un informe que publicó el gobierno vasco en 2011 titulado Campos electromagnéticos y efectos en salud revelaba impactos importantes en dicha cuestión. En otro sentido, algunos oncólogos como Mariano Barbacid afirma que el aumento de enfermedades cancerígenas en la población se debe a una mutación de las células; y la radioactividad de las ondas electromagnéticas es un factor clave. Consideración aparte también merece la Inteligencia Artificial en cuanto al empleo: se calcula que para el año 2050 los reponedores de supermercados, taxistas, chóferes, serán extinguidos por la biotecnología, la robótica y la IA. Si a eso le añadimos el escaso valor que tiene el ser humano de cara al mercado laboral, estamos hablando del exterminio de talento, capacidades varias, y todo tipo de competencias transversales que requiere las tareas de un trabajo. Todo el desarrollo evolutivo del ser humano mermará sin parangón. Las personas ya estamos siendo adláteres de las máquinas, y no necesariamente la IA perfeccionará –como no lo está haciendo– nuestras vidas; lo que sí transforma son nuestros hábitos, las relaciones sociales, los aprendizajes, los comportamientos. Y no creo que sea en el mejor de los sentidos.
Considero que para apostar por la IA debe de haber una educación digital que capacite en valores éticos, responsabilidades y previsión, para que la ciudadanía distinga el uso del abuso. Estamos a tiempo, aunque la IA nos está ganando la batalla. Pero la inteligencia humana es algo irrevocable. Es lo que nos ha hecho llegar hasta aquí, es decir, la civilización.
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