Todos sabemos lo que es arte, o eso creemos, porque es un concepto inherente al ser humano desde que tenemos conocimiento. Está ahí desde siempre. Pero ¿alguna vez nos hemos planteado qué es el arte?
El arte nace con nosotros, todos llevamos a un artista dentro, que saca a la luz de una manera o de otra una obra con un fin estético, un juicio cuyo objeto es el placer de lo bello. No obstante, esto nos lleva a más preguntas: ¿quién define lo que es bello y lo que no?

Venus de Willendorf
Museo de Historia Natural de Viena.
©Bjørn Christian Tørrissen.
Hay muchos aspectos que pueden hacer a una obra bella, pero el arte no es solo eso. La belleza realmente es subjetiva, es una cualidad de algo o alguien que nos provoca un sentimiento placentero. Aunque lo feo también nos origina diferentes sentimientos. Por lo tanto, si el arte busca una respuesta en el espectador, no debería centrarse solo en lo bello. Además, la belleza está en nuestra mente, ya que tenemos unos prejuicios instalados desde nuestra infancia. Sentimos que algo es atractivo o no debido a un ideal o canon implantado en nuestra mente, recibido a lo largo de nuestra educación. Los valores que nos han inculcado nos hacen ver las cosas de forma concreta, nos encapsulan y nos crean estereotipos y estándares, clichés establecidos por la sociedad. Así que volvemos a la idea de que realmente la belleza es una valoración. El artista, una persona que ha adquirido unos conocimientos extras, diferentes a los obtenidos por el resto de las personas, tiene la capacidad de apreciar y expresar un concepto, y hacerlo universal, consiguiendo una armonía entre todos, por lo que su obra queda establecida como una creación bella de forma generalizada. Estas ideas globales de la belleza que se han gestado hace tanto tiempo, las tenemos arraigadas y no podemos desprendernos de ellas.
La primera teoría sobre la estética surgió con Platón y continuó con Aristóteles. Para ellos el arte era una imitación de la naturaleza, pero este aportaba lo que la naturaleza no podía llevar a su fin, porque la imitación no sólo era copiar un original, sino representar un aspecto concreto de una cosa. Para ellos, la estética era inseparable de la moral. En la Edad Media, el arte era la expresión de la religiosidad, mientras que en los siglos XV y XVI, época del humanismo, la estética abarcaba más campos a parte del religioso, imponiéndose la era de la razón. Sin embargo, el gran impulso del pensamiento estético se dio en el mundo moderno, en el siglo XVIII, cuando Kant se interesó por los juicios del gusto estético y desarrolló la idea del genio, el que ve más allá de lo que muestra la naturaleza, captando algo que en su imitación convierte en arte. Este ideal creó un puente entre la estética clásica basada en la mímesis y el pensamiento de que lo bello provenía de Dios, y la estética moderna, el arte. En el siglo XX, pasamos a otra reflexión, los avances tecnológicos modifican la forma de ver el arte y el estudio de la estética. Lo grotesco, lo atroz, puede ser bello, lo importante es la respuesta del receptor ante una obra, no la del autor. El arte busca una emoción.
Todo esto nos lleva a pensar que hemos avanzado mucho y que en la época contemporánea se ha pasado de un ideal de belleza clásico a otro moderno, más conceptual, donde los sentimientos son provocados en el espectador por medio de otras herramientas, como pueden ser, los colores, las formas, etc. Ejemplo de esto es el arte abstracto, ya no prima la imitación de lo que vemos, sino el concepto, la idea. El artífice de la obra explora su necesidad interior de plasmar un sentimiento, provocando otro parecido o totalmente distinto en el observador. Esto es un gran paso en el planteamiento del arte. Aun así, queda mucho camino que recorrer, puesto que una gran mayoría de público no entiende esta nueva noción de arte. Llevan muy dentro la idea de emulación de la naturaleza igual a belleza, y es posible que desarrollen muchas sensaciones ante creaciones artísticas de vanguardia sin saberlo. En el fondo es lo que buscan las nuevas actuaciones sin que ellos lo sepan, esa respuesta objetiva sin suspicacias, libre, como la producida por un sonido, un olor, un recuerdo.
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