“Merlau-Ponty observaba en una conferencia de 1951 que, más que en cualquier siglo anterior, el siglo XX había recordado a la gente lo muy contingentes que eran sus vidas… que estaban a merced de acontecimientos históricos y otros cambios que ellos no podían controlar”.
En el café de los existencialistas
Sarah Bakewell
Resulta cuando menos sorprendente, que en estos momentos, millones de seres humanos se hayan dado cuenta de lo muy contingentes que son sus vidas, que ni con todos sus títulos, su rimbombante clasismo, sus conocimientos, sus seguridades, son suficientes para librarse del asedio al que les somete un ser vivo microscópico y aparentemente insignificante, como es un simple virus. Muy posiblemente, la historia nos haya querido obsequiar con una lección inolvidable, colocándonos en nuestro sitio, el que nos es propio dentro de la naturaleza, derribando tronos, burlándose del ensoberbecimiento de muchos y desnudando la existencia del hombre, en la que durante los primeros años del siglo XX indagaron y profundizaron los pensadores de los que trata este libro.
Hay que hacer un esfuerzo de imaginación y pensar en algún luminoso rincón del café «Bec-de-Gaz, en la siempre bohemia calle Montparnasse de París. Es el año de 1933, y tres grandes amigos con inquietudes y ansiedades compartidas, entre las que se encuentran la filosofía, el concepto de libertad individual o el conocimiento de la verdadera esencia de los hombres, se sientan conversando entre ensoñaciones y abstracciones, es como si propusieran poner en práctica la mayeútica socrática en mitad de un café, hacer habitable la filosofía y arrastrarla por las calles para mostrarla en toda su desnudez. Entre sus manos, sostienen un coctel de albaricoque, que entonando la marsellesa, pide ser engullido por las sabías gargantas que lo anhelan, Simon de Beauvoir, Jean Paul Sartre y Raymond Aron. Los dos primeros, ostentan la condición de filósofos existencialistas, una nueva corriente filosófica que poco a poco se ha ido abriendo paso, a caballo entre Alemania y Francia, sumidas, como el resto de la Europa de posguerra, en una tremenda crisis socio- política, y sobre todo, fundamentalmente, una crisis de sentido.
Durante la velada que los tres pasan en el antes mencionado café parisino, Raymond Aron aprovecha el coctel de albaricoque para dirigirse tanto a Beauvoir como a Sartre, y llamar su atención sobre un nuevo marco filosófico surgido en Berlín, ese cuerpo filosófico resulta ser la «fenomenología» y al que Aron alude entusiasticamente poniendo como ejemplo una simple bebida de albaricoque, e indicándoles que si se es fenomenólogo puedes observar ese objeto y hacer filosofía sobre él.
Esto mismo despertó en Sartre un muy vivo interés por la fenomenología y sus padres fundadores, Husserl y Heidegger, viajando casi de inmediato a Alemania con la intención de conocerles al tiempo de ir empapándose de esa aparentemente simple doctrina filosófica, pero en el fondo trascendental para una reintrepretacion de toda la filosofía anterior, y ante todo, para la correcta fundamentación del existencialismo. En una Alemania empobrecida por las condiciones espartanas del Tratado de Versalles, Sartre entabla cierta relación y conocimiento con los dos grandes fenomenólogos del momento, Husserl primero, y posteriormente con su más aventajado discípulo Heidegger.
A partir de ahí, el relato que Sarah Bakewell, la autora del libro, nos hace, comienza a descoyuntarse en una febril descripción de anécdotas, mutuos conocimientos, amistades de sangre y enemistades mortales, líos amorosos, increpaciones, encaramientos ideológicos y un largo etcétera, entre los filósofos fenomenológicos y los existencialistas, entrando, a su vez, en escena, nuevos protagonistas, como el fenomenólogo Maurice Merlau-Ponty, Karl Jaspers y Albert Camus.
Mientras un servidor realiza la lectura de este libro, y por momentos, me resulta desternillante, pero también, y al tiempo, descorazonador, confuso y como si ante uno se abriera un gran foso de asombro y perplejidad, se tiene la sensación de que todos estos filósofos llevaban la filosofía a su propia vida, hasta las últimas consecuencias, sin importarles lo que esto pudiera depararles en lo personal.
Me atrevería a destacar el capítulo en el que se nos cuenta la ruptura personal, muy dolorosa para ambos, me consta, entre Husserl y su principal discípulo filosófico, Heidegger:“
Husserl, entre el público, no estaba tan extasiado. Ahora temía lo peor de Heidegger: ya no era un «protégé”, sino una progenie monstruosa. Poco después escribió a un colega que sentía que debía rechazar el trabajo de Heidegger por completo. En otra carta recordando el pasado, dieciocho meses más tarde, escribía acerca de ese momento:» llegué a la inquietante conclusión de que filosóficamente yo no tengo nada que ver con esa profundidad heideggeriana». La filosofía de Heidegger, decidió Husserl, era de esas contra las que tiene que luchar a toda costa. Era el tipo de filosofía que se sentía obligado a intentar aplastar y hacer imposible para siempre.”
En el libro, la autora pone el foco sobre dos relaciones, dos conflictos interpersonales en concreto, el que mantuvieron Jean Paul Sartre y Albert Camus, y por otra parte, el que tuvo como protagonistas al propio Sartre junto con el resto de filósofos existencialistas y fenomenólogos, todos a una, contra el apodado «mago de Messkirch, Martín Heidegger.
Edmund Husserl, Karl Jaspers, Hannah Arendt, Sartre, Gabriel Marcel, Simon de Beauvoir, todos, de una u otra forma, más tarde o más temprano, acabaron enemistándose con Heidegger, ya que este se negó en repetidas ocasiones a abjurar de sus simpatías por el nazismo, y a la que todos ellos le habían instado.
“Meditando en la cabaña de Todnauberg, Heidegger siguió trabajando con su escritura y su pensamiento a lo largo de los años treinta. En 1935 escribió muy apenado sobre el oscurecimiento del mundo, la huida de los dioses, la destrucción de la tierra, la reducción de los seres humanos a una masa, el odio y la desconfianza de todo lo creativo y libre. Pero esto era ambiguo también :¿significaba que los nazis eran responsables, o que el oscurecimiento general y la masificación de la humanidad habían hecho necesario el nazismo? ”.
Heidegger era un hombre tan hermético que me inclino a pensar en que nunca sabremos cual era su verdadero ideario, su sentir último, su percepción del mundo, en definitiva. Lo que ciertamente resulta muy curioso, es que estos hombres y mujeres, tuvieron percepciones comunes y muy semejantes a las que podamos obtener y sentir hoy en día, me refiero a ese oscurecimiento progresivo del mundo, a la degradación moral del hombre, a la involución en muchos de los aspectos que nos hacen humanos, y que ya comenzaran en las primeras décadas del siglo XX.
Yo me quedaría, por desarrollar una posible conclusión, con el compromiso sartreano, y por ende, de Beauvoir, con el mundo circundante, con su afán de vivir una existencia filosófica y una filosofía existencial y habitada de todo lo humano. El existencialismo es un humanismo, nos diría Sartre, pues bien, agolpémonos en pro de ese humanismo, de esa quimera, y comencemos la labor emprendiendo la lectura de este libro, tan delicioso en sus páginas, como desconcertante es su relato de las vidas de unos pensadores a los que se echa, a los que echo, demasiado de menos. Nos hacen tanta falta.
Sartre es el planeta alrededor del cual giran todos los satélites que pueblan este libro, su compromiso haciendo de su filosofía un modus vivendi, me admira sobremanera, puede que incurriera en algún error de cálculo, sobre todo en lo que se refiere a la asunción de que los fines bien valen cualquier medio, teniendo en cuenta lo que finalmente ocurrió en la Unión Soviética, pero lo podemos pasar por alto si tenemos en cuenta la intencionalidad última de su pensamiento y su praxis redentora del desasosiego, la angustia y la insoportable desigualdad que padecen los hombres y mujeres contemporáneos.
Si la filosofía no se hace vida, si no se inserta como punción intramuscular en el devenir de la existencia, tal vez no merezca la pena perderse entre sus vericuetos y silogismos. Pero si esta misma filosofía se nos muestra habitada, sentida, sufriente y con afán redentor, entonces bien merece nuestra atención. Esto es lo que con desespero buscaron los filósofos existencialistas, una vida merecedora de llamarse así.
No hay comentarios