Háblame en la hora calma de la media noche
Háblame para que no se duerman mis sentidos, háblame
De Cádiz fenicia, de la Córdoba que abrigaba su mezquita,
De Chagall o de los poetas andaluces del destierro
De porqué claveles para una revolución
De las vueltas que da la tuerca,
De los amores que son prisión.
Así hace homenaje Manolo García en la canción Para que no se duerman mis sentidos a uno de mis episodios históricos favoritos. Se trata de la Revolución de los Claveles, un levantamiento en armas por parte del ejército portugués el 25 de abril de 1974.
La situación del país vecino en estas fechas era crítica. Tres años antes había muerto el dictador, Salazar, pero no parecía que se iniciara un proceso de transición democrática como sí ocurrió en España tras la muerte de Franco. Era de esperar que en cualquier momento se intentase dar un golpe de estado violento, con el peligro de que se transformase en una guerra civil, pero no ocurrió así.
En 1973, un grupo de jóvenes militares se organizó para derrocar al régimen salazarista, encabezado desde 1968 por Marcelo Caetano. El plan se desarrolló en la madrugada del 24 al 25 de abril en forma de golpe de estado. Diversos grupos de militares tomaron las calles sin apenas resistencia. Tan solo se contabilizaron cuatro muertos y varios heridos, provocados por la policía para defenderse de la muchedumbre. Si de algo pueden estar orgullosos los organizadores de la revolución es del apoyo social, ya que el pueblo, tras un primer momento de incertidumbre, se lanzó a la calle y apoyó al ejército. A pesar de que solemos entender las revoluciones como procesos violentos, este acontecimiento nos deja una bonita historia.
Celeste Caeiro era una camarera que trabajaba en un restaurante de Lisboa. Procedía de una familia muy humilde y apenas conoció a su padre, que abandonó a su mujer y a sus tres hijos. Subsistían como podían en unas fechas difíciles para la historia lusa. El 25 de abril de 1974 era el aniversario del restaurante donde trabajaba y, a pesar de que habían planeado un evento, no pudieron abrir debido a lo que ocurría en las calles. El dueño del restaurante mandó a sus trabajadores a casa y les regaló unos claveles que había comprado para la celebración del aniversario.
De vuelta a casa, Celeste se topó con un regimiento de artillería. Un soldado le explicó que se dirigían al centro de Lisboa para derrocar a Caetano y, tras conversar, le pidió un cigarrillo. Pero ella no fumaba, así que le dio lo único que tenía: un clavel. El soldado colocó la flor en el cañón de su fusil, y Celeste dio más claveles a los soldados que se encontró de camino a casa, que hicieron lo mismo. Este gesto, símbolo del pacifismo de los revolucionarios, es el que da nombre a la Revolución de los Claveles.
No hay comentarios