Stalker, dirigida por Andrei Tarkovski, adaptación de la novela homónima que firman los hermanos Boris y Arkady Strugatsky, siempre ha sido una de mis películas favoritas. He vuelto a ella con obsesión desde que la vi de adolescente y sus imágenes y su narrativa lenta, visual, callada y simbólica ha tenido en mí el efecto de la Zona en sus personajes: una búsqueda de la extrañeza en todo lo que leo y escribo.

Ha llovido mucho desde el estreno de la película y más aún desde la publicación de la novela, allá por 1972, con un título menos sugerente: Picnic Extraterrestre. Gigamesh, quizás la única editorial española que se atreve ya a rescatar los clásicos de la ciencia ficción con verdadero mimo y dedicación, reedita en formato de tapa dura esta curiosa novela, germen de lo que terminaría por ser una de las películas más relevantes del cine.

La Visitación ha dejado diversas áreas del planeta salpicadas de basura tecnológica extraterrestre y con las leyes de la física en entredicho. Redrick trabaja de ayudante en el instituto internacional que estudia una de ellas, pero de noche es un stalker que se juega la vida infiltrándose en la Zona en busca de material alienígena de contrabando.

Stalker. Pícnic extraterrestre nos pone en la posición de hormigas que se asoman a los restos de un pícnic e intentan aprovechar lo que pueden. Es una novela ágil y cruda que indaga en la imaginería del abandono y que devino icónica tras su adaptación al cine por Tarkovski y su posterior entrada en el imaginario de los videojuegos; una propuesta narrativa que ha fructificado en subgénero.

Y si empezaba hablando de la película, no es casualidad. Resulta complicado leer esta novela habiendo visto antes la cinta, ya que separar la influencia de una en la otra me resulta casi imposible. Leída como un objeto único, individual y desligado de su producción cinematográfica, Picnic Extraterrestre es una novela que avanza con lentitud, que se afana en describir lo indescriptible y para ello usa la voz de un protagonista parco en léxico, que describe las cosas no por cómo las ve, sino cómo las juzga. Una novela que se desarrolla a saltos temporales en la vida de este stalker y que narra lo maravilloso con la asepsia del día a día. Entrar en la Zona, ver algunas cosas de otro mundo, sobrevivir, recoger objetos, venderlos. Una liturgia sencilla que encierra uno de los mayores misterios de la humanidad: el contacto con vida alienígena inteligente. Y resulta curiosa la elección de los hermanos Strugatsky para contar su propia historia, ya que lo hacen hacia dentro y no hacia fuera.

Me explico.

La ciencia ficción, ahora, se ha vuelto intimista. Hemos pasado de las space opera, las grandes epopeyas, las guerras galácticas y la fanfarria, al contacto interno. Y estoy pensando en La historia de tu vida de Ted Chiang, o la íntima novela china que cruza fronteras en estos días; historias sobre la humanidad confrontada al misterio del universo, pero contada desde lo pequeño, desde la intimidad de la persona. Y esto lo hacía ya hace casi medio siglo Picnic Extraterrestre. Pudiendo subirse a la ola de los setenta, los hermanos Strugatsky se decidieron por la intimidad de una sola voz, de un punto de vista, del misterio, la sutileza, y de ahí, al cine. Porque la película Stalker pone el foco de atención en lo mismo, pero ahí se acaban las similitudes con el libro. Donde la novela es más evidente, concatena una serie de acciones y descripciones con un tono cínico, la película es más sutil. En ambas predomina el silencio (en el caso de la cinta, real, en la novela, muy pocos diálogos), también la cotidianeidad de lo extraordinario.

Sorprende mucho leer hoy día Picnic Extraterrestre, conociendo bien la cinta de Tarkovski, ya que ambas apenas se parecen. Más aún, sabiendo que el guion de la película también lo firman los autores del libro.

Fotograma de la película «Stalker» dirigida por Andrei Tarkovski y estrenada en 1979.

La novela es interesante, pero irregular. Su narración es demasiado casual, demasiado ligera, saltando de un tiempo a otro, evitando dar detalles interesantes sobre el escenario (a fin de cuentas, lo más interesante del libro) y confiando demasiado en que la propia propuesta rellene los huecos. A Picnic Extraterrestre le puede, tal vez, la originalidad de su narración y confía en exceso en ella, descuidando algo la voz, haciendo caso omiso a lo que el lector necesita para sorprenderse. El protagonista es un personaje algo plano, alejado del stalker que vemos en la cinta. Y el clímax, ese mismo punto de inflexión en la película en que se habla de los deseos humanos, la búsqueda de una habitación (que no es exactamente así en la novela) capaz de cumplir cualquier anhelo, resulta menos trabajado en la novela.

Es imposible, decía, separar la obra literaria de la cinematográfica por la embergadura que ha tomado la segunda, pero también por la importancia de la primera como cimiento que ha dado a luz muchas inspiraciones: vemos muchos de los elementos de Picnic Extraterrestre en otras grandes del género, como la trilogía Southern Reach de Jeff Vandermeer, la saga Metro de Dmitry Glukhovsky, el videojuego S.T.A.L.K.E.R. de GSC Game World, y un largo etcétera. Esta influencia invisible de la novela de los Strugatsky se cimenta en que la novela es realmente especial, imaginativa, extraña, quizás un puente que une la ciencia ficción y el weird, pese a una elección de la voz protagonista y narrador que a veces puede resultar anticlimática. Tras terminar su lectura, uno tiene ganas de correr a ver la película, y creo que esto se debe a que la novela ahonda poco en su capacidad. Es imaginativa, pero también deliberadamente descuidada en su escritura; es profunda, pero obsesivamente liviana en su lectura. El conjunto da una novela misteriosa, atractiva, pero cuya lectura deja el regusto de establecer un punto de inicio para una obra mucho más grande… Que no existe ni va a existir. Y eso deja un vacío en el lector que solo puede llenarse con las citadas obras inspiradas en esta o con los obsesivos revisionados de la película.

No voy a entrar en las múltiples interpretaciones sobre el stanilismo, la Unión Soviética y el Comunismo vs. Capitalismo que rondan la obra porque muchos antes lo han hecho mejor de lo que lo haría yo. En su lugar, cerraré esta opinión hablando de la edición. Picnic Extraterrestre ya estaba editada desde hace tiempo, pero la nueva edición de Gigamesh se engloba en su colección Breve, en una preciosa edición de bolsillo en tapa dura con nueva cubierta de Alejandro Terán, una presentación firmada por, ni más ni menos, que Ursula K. Le Guinn, post-facio de los autores y traducción directa del ruso por Raquel Marqués. Una delicia carne de colección, como nos tiene acostumbrados Gigamesh. Un buen añadido a cualquier colección de ciencia ficción que se precie.

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