“Property of the Hess estate, which has never been dedicated for public purposes”
“Propiedad de la finca Hess, que nunca ha sido dedicada a fines públicos”
La parcela más pequeña de la ciudad de Nueva York es un triángulo isósceles de poco más de 0,2 m2 ubicada en la esquina de la Christopher Street y la Séptima Avenida. Se lo conoce como el triángulo de Hess, y este pequeño mosaico de azulejos protagonizó una de las peleas más ridículas y bochornosas por la propiedad inmobiliaria que Estados Unidos haya protagonizado.
Corría el siglo XX y los acaudalados Hess de Filadelfia, con David M. Hess a la cabeza, eran una familia de rentistas de Filadelfia a su vez dueños de la finca Hess sobre la cual descansaba el Voorhis, un edificio de cinco plantas (bastantes para la época) del que extraían una considerable riqueza anual. Riqueza que se hundió de forma parcial cuando la alcaldía demolió el edificio.
Hacia 1900, la ciudad de Nueva York ya era una megalópolis en crecimiento con casi tres millones y medio de habitantes, y año tras año miles de personas de todas partes del estado, del país, y del mundo, llegaban al puerto para convertirse en ciudadanos permanentes de la urbe.
Cada pocos meses Manhattan rasgaba sus costuras debido al crecimiento de la población, desbordándose sobre Brooklyn (anexionado en 1898), Queens o Nueva Jersey. Proyectos como el metro, de la compañía I.R.T. (Interborough Rapid Transit Company), que databa de 1904, empezaban a ver la luz en una ciudad que iba ganando oscuridad en su seno.
A medida que los rascacielos brotaban del suelo —los 30 pisos del Park Row Building en 1899, los 87 metros del Flatiron Building de 1902— se hacía necesario liberar espacio en la calle a medida que seguían llegando más y más personas al puerto por el este, y en ferrocarril desde el suroeste.
Para cuando en 1910 alcanzó la monstruosa cifra de 4,7 millones, la alcaldía tuvo que tomar cartas en el asunto del ordenamiento urbano, y el Voorhis se encontraba en pleno corazón de la ciudad, no lejos del Washington Square Park.
Pese a que el año 1910 fue políticamente continuista para la ciudad (la alcaldía pasó del demócrata George B. McClellan Jr. al también demócrata William Jay Gaynor), ambos estaban convencidos de que la ciudad necesitaba urgentemente avenidas más amplias por las que entrase más luz y por las que la gente pudiera caminar sin apiñarse. De modo que derribaron buena parte de ella.
Para desgracia de los Hess, el diseño de la Séptima Avenida caía justo por encima de su propiedad. El edificio Voorhis y la finca Hess tenían que desaparecer, junto a casi otros 300 edificios bajos más que se encontraban en el curso del progreso. Muchos de estos edificios caían no por la apertura de avenidas, sino por el avance de las líneas del IRT, probablemente lo mejor que le pasó a la ciudad tras el alcantarillado público de finales del XX.
Según las leyes de Nueva York, la ciudad podía echar abajo tantas propiedades como fuese necesario, siempre y cuando los propietarios recibiesen a cambio “el valor justo por las propiedades tomadas y utilizadas para el bien público”. Con una mina de oro como era el Voorhis, era evidente que ningún Hess iba a quedar conforme. De modo que hicieron todo lo posible por frenar las obras.
Después de meses de disputas, el consistorio finalmente derribó el edificio y sepultó buena parte de la finca hacia 1916. Sin embargo, durante las obras hubo una discrepancia entre los planos y la ejecución, y un pequeño triángulo de la anterior finca Hess quedó fuera de los límites de la nueva avenida. Tardaron, pero en 1921 los herederos de Hess cieron aquí un resquicio para seguir peleando.
Dado que legalmente el triángulo en cuestión seguía perteneciendo a los Hess al no haber sido expropiado, pero que se encontraba en mitad de la vía pública, el ayuntamiento solicitó formalmente a esta familia la donación de estos 0,2 m2 al consistorio; propuesta que recibió un rotundo “no, gracias” por parte de David M. Hess, seguido de un aluvión de denuncias.
El infantilismo de esta familia por conservar su triángulo y no dar su brazo a torcer les llevó incluso a emprender acciones legales para conservar aquella ridícula parcela, demandando a todo el que les proponía su donación o compra. Pero, no contentos con ello, decidieron plasmar su falta de madurez a través de un mosaico que todavía aún se conserva. En él puede leerse:
“Property of the Hess estate, which has never been dedicated for public purposes”
“Propiedad de la finca Hess, que nunca ha sido dedicada a fines públicos”
Imágenes | Chris Hamby
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