I, Daniel Blake es una película única y apasionada dirigida por Ken Loach. Ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes en 2016, es un relato ficticio de las experiencias del sistema de bienestar del Reino Unido en condiciones de austeridad, aunque aplicable a diferentes estados de la Unión Europea. Ofrece un importante desafío al plantear a las figuras dominantes de los beneficiarios de la asistencia social bajo políticas de recorte a través de un acertado enfoque en la vulnerabilidad a los procesos estatales.
La película estimula el compromiso emocional y político de la audiencia que nos recuerda a grandes clásicos del cine social como Los Olvidados de Luis Buñuel (1950) y Ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica (1948). La dramática argumental no es sutil, pero tampoco lo son las políticas y procesos que han colocado a miles de personas en posiciones similares al personaje de Daniel Blake ante las políticas de recorte del Estado alejando a las personas de la precariedad hacia la indigencia y la muerte, a menudo a través del suicidio, como se pudo apreciar en la crisis económica en España iniciada alrededor del año 2008 y los desahucios de familias mayormente vulnerables mediante ejecuciones forzosas por el impago de alquileres o hipotecas. De hecho, diferentes investigaciones sociales defienden que los picos en los suicidios y las tasas de mortalidad están estrechamente relacionados con la austeridad (Dorling, 2017¹; Pring, 2017²). Contar una historia más matizada y abierta a lecturas alternativas no haría justicia al brutalismo y las verdades orwellianas de las formas en que la gente vive el sistema de bienestar. La provisión de una descripción inquebrantable y contra ideológica de la vida en los márgenes de la sociedad parece imperativa en una era en la que los medios de comunicación parecen librar una batalla diaria para demonizar a los necesitados a partir de las sensacionalistas historias en prensa y televisión. Dado el abismo de experiencia entre quienes tienen trabajos bien remunerados y los recursos materiales necesarios y quienes viven en la pobreza, incluido un número cada vez mayor de quienes trabajan, es poco probable que muchos de los que no dependen de los servicios sociales puedan comenzar a comprender el alcance y la profundidad del daño que las políticas, normas y procesos recientes tienen sobre quienes necesitan beneficiarse del sistema económico de prestaciones.
Resulta familiar la descripción de los centros de trabajo inaccesibles y a menudo hostiles, las conversaciones telefónicas kafkianas sobre las decisiones y apelaciones devastadoras en la que el demandante siempre está equivocado independientemente de los errores y contradicciones del sistema, incluso antes de las reformas sociales más recientes. El daño causado por las nuevas políticas y procesos, construidos sobre un sistema de sanciones, son claramente expuestos en la película. De hecho, un momento culminante es la escena en la que aparecen Katie y Daniel en la oficina de empleo ya que se exhibe la falta de comprensión de los empleados ante la desesperación de una madre que lo ha perdido todo. Es el reflejo de la fractura del estado de bienestar y las relaciones de poder subyacentes en el sistema público y el entramado privado de la precariedad laboral, así como la capacitación inadecuada y las inseguridades laborales de los empleados que repercuten negativamente en las personas más vulnerables.
I, Daniel Blake permite ver los efectos de la marginación social desde varias perspectivas, por ejemplo, la de Katie, una joven madre soltera con dos hijos que ha sido expulsada de su antigua comunidad en Londres como resultado de la gentrificación. Aporta una visión interseccional de la pobreza pintando un retrato que intenta ser fiel a aspectos clave del género de la pobreza, como la proclividad de las madres a llegar a extremos inimaginables al tiempo que nos permite observar la crueldad a la que la sociedad impone a los niños en situación de miseria. Se puede argumentar que la película presenta una visión muy blanca de la injusticia social, siendo ambos protagonistas centrales blancos. Sin embargo, si estos personajes no se hubieran posicionado claramente como demandantes británicos blancos podría haber alimentado el desprecio por los solicitantes de prestaciones o subsidios y las personas no caucásicas ni nacionales del país, exacerbando los aumentos del racismo y amplificando los discursos racistas tras el referéndum del Brexit. La etnia es representada sutilmente en toda la película, incluida la representación de Daisy como una niña amable y reflexiva, y una mezcla multicultural de personas en las colas de los bancos de alimentos y la clientela del centro de trabajo. Los vecinos de Daniel son afrodescendientes, pero se les describe como aspirantes a emprendedores que hacen todo lo posible para sobrevivir. La desconfianza de Daniel hacia ellos se hace evidente y la película juega con sumo cuidado y detalle con los prejuicios sobre las personas afrodescendientes como futuros criminales. Se colocan fuera del marco de la condición de beneficiarios de prestaciones sociales y ayudan a Daniel con su reclamación de prestación cuando ninguna otra agencia lo haría. Es probable que las críticas a estos micro mundos de cooperación, armonía y solidaridad provengan de personas con escasa o ninguna experiencia directa con las debilidades y vulnerabilidades que se encuentran en tales comunidades.
Los conflictos y el comportamiento antisocial también aparecen al igual que en la vida cotidiana. Si los principios expuestos en el libro de Richard Sennett (2003) Respect: The Formation of Character in a World of Inequality se utilizaran como provocación para una película, el resultado sería I, Daniel Blake. Los temas del respeto y el valor humano son descaradamente explícitos, esta creencia fundamental en el valor, la dignidad y el respeto de todas las personas sigue impulsando las películas de Loach, trabajando para contrarrestar toda narrativa de odio y culpa que se utilicen como arma política para justificar la austeridad y la precariedad laboral. Al hacerlo, exploran la humanidad y las relaciones de apoyo y afecto creadas dentro de las comunidades de la clase trabajadora frente a la falta de respeto que acompaña a la pobreza y la indiferencia burocrática. El director también ofrece una perspectiva sobre el impacto de la tecnología y la globalización en la que los propios esfuerzos de Daniel y sus fracasos al usar un ordenador por primera vez para intentar cumplir con los requisitos de la oficina de empleo muestran el conflicto existente de la brecha digital.
Es una historia de dignidad frente a un sistema diseñado para justificar y aplicar políticas de austeridad para desestimar, mediante procesos jurídicos, las responsabilidades del Estado de bienestar. Loach todavía cree que un mundo diferente es posible y lucha por la justicia a través del cine, ese cine social que tanta falta hace en una sociedad individualizada y reacia al Estado de bienestar conseguido tras arduas luchas sociales, una sociedad atomizada de individuos desconectados que se sienten desmoralizados y socialmente impotentes, en la que sus miembros mejor adaptados son individuos competitivos e interesados en sí mismos que compiten por su propio beneficio material e ideológico.
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¹ Dorling, D. (2017). Austeridad y mortalidad. En V. Cooper y D. Whyte (Eds), La violencia de la austeridad (pp. 44–50). Northampton: Pluto Press.
² Pring, J. (2017). Reformas sociales y ataque a las personas con discapacidad. En V. Cooper y D. Whyte (Eds), La violencia de la austeridad (pp. 35–43). Northampton: Pluto Press.
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