
Paul Rivet (Fuente).
Cuando los tanques nazis entraron en París en la madrugada del 14 de junio de 1940, la mayoría de los parisinos ya habían abandonado la ciudad huyendo hacia el sur. Todos los museos estaban cerrados, excepto el Museo de la Humanidad, que siguió al pie de la letra el poema de Rudyard Kipling, «Si…», que tenía grabado en sus puertas: «Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor todos la pierden… serás un hombre, hijo mío». En un gesto desafiante, el hombre que había detrás del letrero, el director del museo, se convirtió en una pieza fundamental de la resistencia.
Paul Rivet, un antropólogo calvo, con gafas redondas, de 60 años, no tenía pinta de ser un héroe, y sin embargo, recientes estudios ponen en valor todo lo que este valiente y ingenioso hombre hizo para socavar el dominio de los nazis y de sus colaboradores franceses. No podía ser de otra forma, a la vista de su carrera académica, en la que hizo críticas feroces al racismo promovido por muchos de sus compañeros antropólogos. A partir del verano de 1940 su lucha dejó de ser solo intelectual y junto a su banda, formada por un grupo de jóvenes académicos, no dudó en tomar las armas, arriesgando su vida, para organizar en la clandestinidad uno de los primeros grupos de la resistencia.
La historia de este terminaría trágicamente, en traición, pero sirvió para mostrar al pueblo francés que era posible oponerse a los nazis, no solo intelectualmente sino también a través de la acción, robando sus planes militares o ayudando a sus prisioneros a escapar. Según escribió el historiador Julien Blanc en el primer estudio detallado sobre este grupo, alimentaron la resistencia que estaba por llegar.
Formado en la medicina, Rivet comenzó a interesarse por la antropología a partir de 1901, cuando se unió a una expedición científica a Ecuador que tenía como objetivo medir la curvatura de la Tierra. Mientras ejercía como médico oficial de la expedición, Rivet se sintió intrigado por la diversidad lingüística y cultural de los pueblos amerindios que fueron encontrando y comenzó a estudiarlos. En ese momento la antropología dividía a la humanidad en razas, basándose sobre todo en el tamaño de los esqueletos, y especialmente de los cráneos. Como la mayoría de sus compañeros, Rivet aceptó que existían distintas razas y que había diferencias biológicas entre ellas, pero rechazó que hubiera una jerarquía racial en la que unas razas estaban por encima de otras. En cambio, consideraba que cada raza era el producto de un largo proceso de adaptación a un entorno físico, social y cultural único. A su regreso a París ayudó a reorientar a la antropología francesa con la idea de la igualdad entre razas.
Durante la Primera Guerra Mundial, Rivet trabajó como oficial médico en la Primera Batalla del Marne en 1914 y más tarde en Serbia, y recibió medallas por su valor, incluyendo la Croix de Guerre. Una década más tarde, se hizo cargo del antiguo Museo de Etnografía en la colina de Chaillot, con vistas panorámicas al Sena y a la Torre Eiffel, y comenzó a modernizarlo. Mientras la antropología alemana adoptaba la noción de una súper raza aria, y los antisemitas de los círculos académicos franceses seguían su ejemplo, Rivet cofundaba una revista antirracista, Races et Racisme, en 1937.
Como el edificio que albergaba el antiguo Museo de Etnografía fue derribado, Rivet trasladó el museo, modernizándola y renombrándolo como Museo de la Humanidad. En él, los visitantes podían encontrar cráneos y esqueletos de diferentes razas, comparados, así como pasear por galerías dedicadas a diferentes culturas, en las que se presentaban utensilios, arte y simbología de diferentes pueblos indígenas. En general, se intentaba hacer siempre más hincapié en las similitudes entre pueblos que en las diferencias. En un mensaje que tenía tanto de político como de científico, para presentar su museo Rivet diría más tarde: «La humanidad es un todo indivisible en el espacio y el tiempo».
A diferencia de muchos de sus contemporáneos, e incluso de muchos científicos actuales, Rivet siempre consideró que la política y la ciencia eran inseparables. Había sido un crítico abierto del antisemitismo que condujo a la condena del oficial Alfred Dreyfus, por traición, en 1894, y fue un miembro destacado del movimiento antifascista francés en la década de 1930. Cuando visitó Berlín en 1933, se sorprendió al descubrir cómo la ideología nazi había penetrado en la sociedad alemana. En una carta a un colega, el antropólogo germano-estadounidense Franz Boas, escribió que había un verdadero régimen del terror en Alemania y que esto no parecía afectar a los propios alemanes.
Rivet comenzó a dar refugio y trabajo a judíos exiliados procedentes de Alemania y de Europa del Este. Según su biógrafa, Christine Laurière, quería aumentar la representación de las culturas de Europa del Este en el museo porque las consideraba como un baluarte contra el fascismo. Entre sus reclutas se encontraba Boris Vildé, de 26 años, un lingüista y etnólogo nacido en Rusia que se especializó en los pueblos ugrofineses del noreste de Europa; o Anatole Lewitsky, de 30 años, un ruso alto y aristocrático que había estudiado chamanismo en Siberia, y a quien Rivet descubrió mientras trabajaba de taxista. Ellos, y muchos otros, frecuentaron el sótano del museo, que albergaba los departamentos de investigación, y se dirigían a Rivet como cher Docteur.
Cuando estalló la guerra, Vildé y Lewitsky, que ya eran ciudadanos franceses, tuvieron que ir al servicio militar. Herido y capturado por los alemanes, Vildé fue internado en un campo de prisioneros en las montañas del Jura, entre Francia y Suiza, del cual logró escapar. Lewitskypor su parte, también había conseguido escapar del cautiverio alemán. Todos ellos, junto con Yvonne Oddon, que era bibliotecaria del museo y amante de Lewitsky, organizaron una campaña de desobediencia contra los invasores y contra el gobierno francés colaboracionista. Con Vildé al frente, reclutaron a amigos y colegas de París, y en unos pocos meses el pequeño grupo se había transformado en una gigantesca telaraña de contactos que cubría toda Francia, como escribió Tatiana Benfoughal, biógrafa de Vildé.
Como Rivet era demasiado conocido como para asumir un papel relevante, ayudó al grupo en todo lo que pudo, poniéndolos en contacto con intelectuales parisinos que creía que simpatizarían con su causa, traduciendo discursos de Churchill y Roosevelt y, sobre todo, proporcionándoles una base y un apoyo logístico desde el museo, que por tanto debía mantenerse abierto. Vildé, con la excusa de su trabajo para el museo, viajó por las zonas libres y ocupadas de Francia, reclutando disidentes, reuniendo inteligencia militar y organizando rutas de escape para los prisioneros de guerra aliados.
El grupo comenzó a publicar un periódico clandestino llamado Résistance. La editorial del primer número, del 15 de diciembre de 1940, hacía una declaración de intenciones: «¡Resistencia! Ese es el grito que surge de sus corazones, en su angustia por el desastre que ha sucedido en nuestra nación». Se empezaron a distribuir copias por toda la ciudad, lo que suponía un gran peligro, porque si la Gestapo los pillaba corrían el riesgo de ser torturados y ejecutados. Es por eso que tuvieron que inventar toda una serie de claves secretas. Cuando alguien quería hablar con Oddon sobre la resistencia, aparecía en la biblioteca y decía: «He venido para mi clase de inglés».
Mientras tanto, Rivet continuaba dando conferencias sobre la barbarie del racismo científico e incluso en julio de 1940 llegó a escribirle una carta abierta al líder colaboracionista de Francia, Philippe Pétain, en la que le advertía que carecía del apoyo del pueblo. Tal vez fue por eso que en noviembre de ese mismo año supo, por la radio, que el gobierno de Vichy le había cesado de su puesto en el museo. Tres meses después, cuando se enteró de que la Gestapo venía a por él, huyó a Colombia. Solo unas horas más tarde, buscaron en vano en el sótano del museo los planos de la base alemana de submarinos en Saint-Nazaire, en la costa de Bretaña, planes que la gente de Vildé había robado. Los mismos planes que llegaron a los británicos y que permitieron que bombardearon la base en 1942.
Sin embargo, la Gestapo arrestó a Vildé el 26 de marzo de 1941, después de ser traicionado por otros dos emigrantes rusos que trabajaban en el museo, a quienes Rivet había reclutado, y por un doble agente francés. Ese fue el comienzo del fin del grupo. Después de pasar casi un año en prisión, un tribunal militar alemán los declaró culpables y a pesar de las peticiones de figuras francesas influyentes, incluyendo al poeta Paul Valéry y al exiliado Rivet, Vildé, Lewitsky y otros cinco miembros del grupo fueron fusilados en Fort Mont-Valérien, una fortaleza a las afueras de París, en febrero de 1942. El tribunal conmutó la sentencia de Oddon, que pasó por varias cárceles antes de ser deportada al campo de concentración de Ravensbrück, en Alemania, a finales de 1944. Afortunadamente, pudo sobrevivir.
Desde Bogotá, Rivet encabezó el comité de gobierno del general Charles de Gaulle en el exilio, proporcionando contactos y apoyo logístico a los camaradas de la Resistencia en su país, pero la muerte de sus antiguos amigos y camaradas le marcó profundamente. Otra joven etnóloga, Germaine Tillion, asumió el papel de Vildé como jefe de la resistencia, pero también fue traicionada y enviada a Ravensbrück. Al igual que Oddon, Tillion logró sobrevivir e incluso llegaría a publicar un estudio etnográfico basado en su cautiverio.
Rivet regresó del exilio en octubre de 1944, después de que París fuera liberada y retomó su antiguo puesto en el museo. De Gaulle le otorgó la medalla de la Resistencia, así como a Oddon, a Tillion, a Vildé y Lewitsky, estos dos últimos a título póstumo. Hoy en día el Museo de la Humanidad alberga una pequeña exposición permanente dedicada a Rivet y a su banda.
Fuente: Smithsonian Magazine.
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