Con la nieve de este mes de enero de 2021 cayendo al otro lado de la ventana, me acompaña Ruta emocional de Madrid, de Emilio Carrère, re-editado por La Felguera, esa editorial que recopila la historia del mundo underground, de la contracultura, y que se adentra, también, en la historia de España, el país que fuimos, el que somos, quién sabe si el que seremos. De sus escritores bohemios, añorados unos, olvidados otros, progresistas, fachas, de izquierdas, de derechas o anarquistas, Emilio Carrére es uno de los que se resiste al olvido, aunque parezca no tenga muchos lectores ya. Quizás esta Ruta emocional de Madrid venga a demostrar lo contrario.

Ruta emocional de Madrid es la gran guía (o antiguía) del antiguo Madrid, una bellísima antología de esa urbe que ya se batía en retirada y que, a mediados de los años treinta, se parecía cada vez menos a la que Carrère paseó de madrugada. Por eso, él hace de taquígrafo e incansable flaneur de lo ya desaparecido o que está próximo a expirar. El tiempo se agota. Estamos ante el cuaderno de bitácora del último gran bohemio, que llegó a ser Cronista Oficial de la Villa, y el mayor homenaje jamás escrito al Madrid más sombrío y bullicioso.La primera edición de Ruta emocional de Madrid apareció en 1935. Posteriormente hubo una segunda, dos años antes de la muerte de su autor, en 1945. Más de medio siglo después, esta joya de nuestra literatura por fin ve la luz en una edición anotada y que corresponde a la primera, que además incluye los hermosos grabados de Fernando Marco.

Conocido por muchos por La torre de los siete jorobados, Carrère era un enamorado de la Villa de Madrid, como la propia editorial ya destacó en otra de sus publicaciones dedicadas a la ciudad, Madrid Bohemio. En esta obra, editada originalmente en 1935, la poesía toma forma de barrios matritenses, de edificios vetustos, la mayoría de los cuales ya no existen, y la sensibilidad del autor enarbola un léxico castellano a prueba de diccionario, unas rimas hermosas, que coquetean con el aforismo, que no dejan un rincón de la ciudad sin explorar. Nos traslada de la Plaza Mayor al barrio de La Latina, a El Rastro, la Puerta de Toledo o el río Manzanares, usando como montura tan solo el ritmo, e introduce al lector en las leyendas de los barrios, las historias tétricas, las habladurías, sirviendo al mismo tiempo como ruta y como legendario de la ciudad.

No soy un entendido en poesía, de hecho, he leído la justa y necesaria para no ser un completo desconocido en el tema, pero es tan subjetiva su apreciación que apenas se puede decir nada a derechas, a nivel crítico, sobre versos o métricas. De Madrid sé un poco más, pues siempre ha sido mi ciudad. El gusto de Carrère por la ciudad se nota en cada palabra, de las cuales ni una sola está elegida al azar, y se combinan en sus poemas un estilo goyesco con el imaginario, casi fantástico, del Siglo de Oro. Resulta curioso como deja de lado las tendencias surrealistas y la poesía de la época en que se enmarca la redacción del poemario para abrazar el clasicismo. Casi podría uno defender que se escribió en el siglo XIX y no entrado ya el XX.

Barrio de la Morería,

patinado de poesía

y ungido de tradición,

con sus casucas judaicas,

con sus leyendas arcaicas

y su honda desolación.

La mejor forma de leerlo, desde luego, es caminar por las calles que describe, pisar el barrio nuevo para evocar el antiguo, aunque sea con mascarilla y distancia de seguridad. A la hermosa edición se le suman unos añadidos nada desdeñables: por un lado, los grabados de Fernando Marco, que ilustran con pasmosa belleza las palabras del poeta; por otro, el siempre genial prólogo de Servando Rocha, editor de La Felguera y estudioso del submundo, que nos pone en contexto tanto de la obra como del momento para recuperarla. También la serie de fotografías escogidas para la ocasión, pertenecientes a diversas colecciones y archivos, que apoyan visualmente, más aún, la imagen del Madrid que se retrata. Y, por último, las anotaciones. Estas me parecen de especial relevancia, pues muchas de las referencias que maneja el autor nos son ajenas ahora, casi un siglo después, y mucha de la cultura popular de la época queda para los historiadores.

En cuanto al libro como tal, la recomendación de su lectura, creo, se sobreentiende. Quizás lo recomiende especialmente para los madrileños y madrileñas, sean gatos o no, se vistan de chulapos y chulapas o, sencillamente, amen los paseos nocturnos. También para los que se marcharon de la ciudad y no volvieron, o para los que estén pensando venir a ella por primera vez. Para los amantes del autor, cuya obra aún tiene representaciones gracias a algunas reediciones, citando especialmente las de Valdemar (gracias a esta editorial descubrí yo a Emilio Carrère). Quizás los entendidos en poesía moderna le pongan alguna pega (muchas veces he oído quejas sobre la rima, que, por lo visto, ya no se lleva), pero es difícil no perderse en sus alegorías, en sus minuciosas descripciones, en su riqueza de lenguaje y en el amor que destila.

Atrio de Santa María,

de suave melancolía,

donde pasea un galán,

y una monjil hermosura

le atisba tras la clausura

y piensa al ver su apostura

en la sombra de Don Juan.

En la misma línea del genial Las calles siniestras, colección de vagabundeos con forma de prosa de Pío Baroja, Ruta emocional de Madrid es una de esas obras que no existirían sin La Felguera. Y que seguramente ninguna otra editorial en el mundo rescataría con tanto mimo y saber hacer. Una colección de poesía encantadora, una edición elegante y un autor que sigue pujando por ser recordado, cuya figura todavía vaga en la noche matritense, con su capa y su sombrero.

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