La cabaña del fin del mundo es la tercera novela de Paul Tremblay que llega en castellano, gracias a la editorial Nocturna. La lectura de su laureada primera novela, Una cabeza llena de fantasmas, puso las expectativas muy altas presentando a un autor de terror, abalado por el mismísimo Stephen King, ganador del premio Bram Stoker y próximo suministrador de guiones adaptados para nuestras plataformas de streaming. La cabaña del fin del mundo nos sitúa en posiciones incómodas, como a los personajes

Cuando la pequeña Wen y sus padres se van de vacaciones a una cabaña junto a un lago recóndito, no esperan recibir visitas. Por eso resulta tan sorprendente la aparición del primer desconocido.

Leonard es el hombre más corpulento que Wen ha visto jamás, pero también es tan amable que se gana su simpatía enseguida, por mucho que a la niña siempre le hayan prohibido hablar con extraños. Leonard y Wen hablan y ríen y juegan, y el tiempo pasa volando. Hasta que él dice unas misteriosas palabras:

Nada de lo que va a pasar es culpa tuya. Tú no has hecho nada malo, pero los tres vais a tener que tomar unas cuantas decisiones difíciles. Espantosas, me temo. Tus padres no querrán dejarnos entrar, Wen. Pero tendrán que hacerlo.

Paul Tremblay me recuerda a J.J. Abrams: compone un misterio apetecible para el lector, y las respuestas le dan bastante igual. Me atrevo a decir que esta es la base de su escritura. En La cabaña del fin del mundo, el misterio lo compone un solo escenario, pocos personajes, y la dicotomía entre creer en lo imposible o aceptar que lo fantástico penetre en nuestro mundo. Una forma contraria a como trabajan los escritores de terror moderno: parece que dependa de los personajes que exista o no lo fantástico, como si la capacidad del horror para destruir sus vidas dependa de su capacidad de creer. Déjame entrar, parece decirle al propio terror a los personajes, y el resultado es que el lector decidirá, en última instancia, si lo que ha ocurrido, ha ocurrido realmente. No estamos ante un narrador poco fiable, estamos ante una historia ambigua, interpretable, donde cada escena deja caer el peso de varias posibilidades.

Con una concepción casi teatral, la narración de esta novela avanza con lentitud, desbrozándose en amplias conversaciones, en situaciones claustrofóbicas, sin abrazar realmente el miedo. Me recuerda bastante a Una cabeza llena de fantasmas, con la salvedad de que La cabaña del fin del mundo sugiere, más que muestra. Quizás, se pasa de sugerir y se queda corta enseñando. Es una historia ampliada, pero que hubiera sido un cuento de escasa extensión realmente formidable. El estilo teatral, lo contenido del argumento, la ambigüedad en su temática de horror… Todos los elementos de La cabaña del fin del mundo son atractivos para desarrollarse en pocas páginas. Y aunque la novela no es muy larga (no llega a 300 páginas) consigue volverse perezosa en más de una ocasión, debido a como estira artificialmente su extensión.

Vamos a entrar en el terreno del spoiler, así que ojo avizor los que no hayan leído aún el libro.

La premisa de sacrificar a un miembro de tu familia para evitar un desastre mayor que acabaría con la humanidad es realmente atractiva, aunque no del todo original. Ya vimos algo muy parecido en la genial cinta El sacrificio de un ciervo sagrado (Yorgos Lanthimos, 2017), que a su vez es una reinterpretación de la tragedia griega de Eurípedes, Ifigenia en Áulide. Un mito que se ha repetido en la historia bíblica de Abraham y el sacrificio de su hijo Isaac, unas reminiscencias que asoman en la novela de Paul Tremblay. En realidad, la narración se compone como una suerte de vodevil que disfrutarán especialmente los que manejan estas referencias, ya que el punto de vista del narrador va saltando entre todos los personajes que forman parte de la farsa, haciéndonos dudar sobre quién será el sacrificado, pero del mismo modo asumiendo que es inevitable que será Wen, la niña. La cierva sagrada. Lo inevitable de su resolución salta por encima de todas las escenas en que este final se va fraguando: en una especie de vuelta a los aspectos que hicieron grande a Funny Games (Michael Haneke, 2007), pero con unos asaltantes que buscan la salvación en lugar de la violencia; que, supuestamente, son los buenos.

Y aquí acaba el spoiler. 

Hay muchos elementos que funcionan muy bien en esta novela, pero se pierde en no aceptar que un formato más corto le hubiera sentado muy bien. Al igual que la ya mencionada Una cabeza llena de fantasmas, terminaremos la lectura sin saber si estamos ante una novela con elementos sobrenaturales o no. El final es deliberadamente confuso, los personajes no dejan nada claro y el aislamiento al que se somete a escenario y protagonistas propicia que las respuestas que tanto ansiamos, no se den. El misterio es, en sí mismo, parte de la propuesta, lo que hace que responder a ese misterio sea contraproducente.

La lectura de La cabaña del fin del mundo no es trepidante ni rabiosamente adictiva, pero es una buena actualización de ciertos mitos clásicos que siempre han funcionado, y lo seguirán haciendo. Paul Tremblay es un autor que va escalando posiciones en el imaginario de la literatura de terror, aunque a estas alturas ya le exigimos algo más de acierto y originalidad. Lo suyo no es la trama, sino la voz. El mcguffin es solo una excusa para hablarnos del verdadero horror: el miedo al sacrificio, a las consecuencias y a la propia paternidad.

Podéis leer las primeras páginas en este enlace.

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