A principios de 1923 un grupo de amigos, por aquel entonces desconocidos, formaron una congregación muy particular, la Orden de Toledo, cuyos preceptos eran amar a Toledo sobre todas las cosas, vagar por la ciudad durante una noche entera, borracho y en completa soledad, visitarla como mínimo una vez al año y no lavarse durante esa estancia. El fundador de la Orden fue Luis Buñuel, que tuvo una visión después de intentar colarse en un convento carmelita para robar su caja, y entre sus filas figuraban además de, cómo no, Federico García Lorca, Salvador Dalí o Pepín Bello, más de una veintena de balas perdidas. Este es solo una de las innumerables anécdotas que el grupo de amigos protagonizó en la Residencia de Estudiantes, muchas de las cuales fueron recogidas por Alberti en La arboleda perdida. Incluso, llegado el momento, les dio por inventarse algo que más tarde se conocería como Generación del 27.
Concebida como culminación del proyecto de transformación social a través de la educación que puso en marcha la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes se convirtió en el espacio cultural más brillante de la Edad de Plata de la cultura española. Entre sus paredes se codearon las mentes más lúcidas del arte y de la intelectualidad europea, de las cuales el grupito formado por Buñuel, Lorca y Dalí, la Orden de Toledo, es solo un ejemplo. Material para ficción hay de sobra.
Esa es la materia prima a la que Javierre y Juanfran Cabrera dieron la forma de cómic, titulado Los caballeros de la Orden de Toledo. Desde el encuentro en la Residencia entre los tres personajes, que hasta ese momento no se conocían, hasta las aventuras más insólitas y disparatadas, pasando por la cotidianidad su día a día en la institución. Lejos de hacer una adaptación realista, la versión que estos autores proponen convierte a los jóvenes artistas del 27 en agentes secretos y los embarca en una misión cuyo objetivo es, cómo no, defender los ideales de la Institución Libre de Enseñanza. «Que le den a la realidad», dice El Torres, editor del libro, en el prólogo, como si fuera toda una declaración de intenciones. No es solo la trama de espías, protagonizada por un escritor, un pintor y alguien que todavía no sabía qué hacer con su vida (Buñuel), en la confección misma de personajes, los autores se toman una serie de licencias que hacen que estos adquieran una dimensión insospechada: la fuerza inhumana y la capacidad para hipnotizar de Buñuel, el don de proyectarse astralmente en Dalí o unas habilidades de deducción en Lorca que ya las querría para sí Sherlock Holmes. Si los autores del 27 tenían que convertirse en una especie de liga de la justicia, lo suyo es que tuvieran algún tipo de poder.
Que no se confunda el lector, porque esta obra no es un despropósito que pone la historia patas arriba y se queda tan ancha. Lejos de eso, se nota a leguas que detrás de todo hay un trabajo de documentación sólido y serio. A lo largo de la obra se van sucediendo acontecimientos y referencias históricas fundamentales para comprender los convulsos momentos que vivió España en el primer cuarto del siglo XX y que finalmente desembocaron de forma casi inevitable en la dictadura de Primo de Rivera. De hecho, el libro tiene al final una breve guía histórica de los acontecimientos históricos más importantes, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Es precisamente la manera en la que se entrelazan la ficción y la realidad, algo que le hubiera encantado a sus protagonistas, lo que hacen que este libro sea tan atractivo.
La estructura de Los caballeros de la Orden de Toledo es muy particular. Primeramente hay que decir que se lanzó como una obra autoeditada, con una calidad que no tenía nada que envidiar de lo que producen las editoriales consolidadas. Se publicó como capítulos independientes, cada uno de ellos centrado en un personaje. En total son cinco capítulos: Lorca, Dalí, Unamuno, Buñuel y Pepín Bello. Sí, yo pensé lo mismo. Aunque es cierto que Unamuno estuvo en el entorno de la Residencia de Estudiantes, incluirlo en el grupo, como si fuera uno más, parece más el resultado del capricho de que este escritor apareciera en la trama con un papel relevante a que fuera necesario de verdad. De cualquier modo, demos gracias a que haya sido así, porque protagoniza uno de los mejores momentos de toda la historia: cuando se presenta en el Pombo a cantarle las cuarenta a Gómez de la Serna y toda su camarilla.
Además de la breve guía histórica, al final del libro se incluyen las cubiertas que tenían cada uno de esos números independientes así como un estudio de los personajes y una breve explicación que ayuda a entender por qué se optó por la estética que al final ha tenido la obra en el plano gráfico. En ese sentido, hay que destacar especialmente el diseño de los escenarios, que tienen un grado de detallismo que, una vez más, demuestran el monumental proceso de documentación que hay detrás de cada viñeta. La única objeción que le pondría, desde un punto de vista personal, es en el diseño de algunos personajes, sobre todo de Buñuel, tal vez excesivamente caricaturizados y que llegan a desentonar con el conjunto.
El desenlace se me hizo algo precipitado, o tal vez esa sensación sea la señal de que al acabar su lectura me quedé con ganas de más. Un final un tanto abierto, que da a entender que las aventuras de los caballeros de la Orden de Toledo podrían continuar, aunque parece poco probable que Javierre y Juanfran Cabrera se pongan a trabajar en segundas o terceras partes. No será desde luego porque las andanzas de este fascinante grupito de artistas no den para más o porque estos personajes no tengan potencial para convertirse en verdaderos superhéroes. De momento habrá que conformarse con esta historia que es probable que a Dalí le hubiera hecho exclamar «¡Surrealista!».
Por cierto, los propios autores de este libro pusieron generosamente su obra a disposición de cualquier lector, que puede descargarla aquí.
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