Semillas es una lectura apropiada para los momentos que vivimos, aunque no haya nacido de ellas. A veces ocurre que algunos artistas se adelantan a lo que va a ocurrir, y ciertamente parece el caso de Ann Nocenti y David Aja. Lo hacen con un cómic misterioso, agridulce, distópico y elegante.
En un mundo roto, un contumaz grupo de rebeldes románticos le ha dado la espalda a una sociedad obsesionada por la tecnología para crear la suya propia… y un puñado de alienígenas ariscos ha llegado al planeta para cosechar las últimas semillas de la humanidad.
Cuando uno de ellos se enamora de una humana, la idealista reportera Astra estará tentada de dar a conocer la noticia y escribir el artículo de su vida, pero pronto llegará a la conclusión de que eso podría destruir la última esperanza de un planeta agonizante. ¿Hasta dónde estará dispuesta a llegar en pos de la verdad?
Aunque se describe a sí mismo como thriller tecnológico (y puedo entender por qué), hay muy poco de thriller en Semillas y mucho de estética, narrativa pausada, diálogos escuetos donde cada palabra cuenta. Justamente lo opuesto a lo que podríamos denominar thriller. Claro que esto no es, ni mucho menos, una crítica negativa. Menos mal que Semillas no cae en un thriller del montón. Tenemos elementos de ciencia ficción que podrían dar pie a ello: una sociedad hipertecnológica separada de otra que renuncia de las modernidades; un mundo que aparece estar a punto de acabarse y unos extraterrestres enviados a nuestro mundo a dar el último empujón al fin de la existencia. Pero donde unos podrían pensar en una épica lucha entre fuerzas humanas y fuerzas externas, nos encontramos con algo más cercano a Groom Lake (Ben Templesmith), aunque renunciando al humor. Su guion se configura en imágenes, no en textos: aunque haya diálogos, estos funcionan como una elegante forma de apoyar la imagen. Cercano a David Lynch en su forma de escoger la imagen (máxime sabiendo que serán imágenes estáticas que, aún así, generan mucho dinamismo).
Aunque el guion presenta sugerentes escenas al lector, pivota entorno a tres personajes cuyo desarrollo y arco argumental no varía en exceso, atajando las sorpresas que podrían presentarse, encaminándose no hacia un final, sino hacia un punto y aparte. El mundo que crea con cuatro pinceladas es atractivo, sutil y rico. Los autores presentan en unas pocas páginas un futuro improbable, pero verosímil; atractivo pero oscuro. Un escenario que se evoca a través de una sobria paleta de colores que combina grises, blancos, negros y sutiles verdes, con una composición de viñetas amplia, una elección acertada para contar una historia sencilla pero épica. Una suerte de ciencia ficción esperanzadora, hopepunk, pero también onírica. Algunos dibujos están más cerca del fotoperiodismo (algo que no es casual, sino un elemento que refuerza al personaje principal); los escenarios son oscuros, pero no carentes de detalles. Mientras que el hiperrealismo del dibujo se torno sepia, sus detalles sin nítidos y el dibujante sabe dónde poner el acento para el lector vea lo que quieren que vea. Una colaboración extraordinaria donde uno no podría diferenciar narrativa y dibujo, algo que cada vez veo menos en las obras firmadas a cuatro manos.
Semillas podría ser una película, una novela, un disco o nada de eso. Podría ser una historia narrada a los nietos o una idea no concretada de un artista olvidado. Pero es un cómic. Y, sin embargo, parece hacer uso de todas las herramientas sensoriales que se pueden estimular. Incluso llegamos a escuchar sus silencios. En apenas 130 páginas se despliega una historia que me ha impresionado, con un gusto exquisito por la manera de narrar, un dibujo elegante, sobrio y detallista, y un ritmo que hace sumergirse al lector. Es una obra personal, absolutamente silenciosa, cuyos alardes no pasan por los estándares del cómic seriado en el que tanto han participado sus autores (series de Marvel y DC, además de otras obras más personales), sino del cómic más personal, más de autor. Para los lectores que busquen una voz propia, Semillas rezuma originalidad.
No quiero ahondar más en su lectura, pues lo recomiendo a todo lector amante de la historieta. No quiero elevar innecesariamente las expectativas, ni quiero que esto parezca una frívola recomendación. En los pocos días que me ha durado la lectura (por intentar gestionarla, paladear y disfrutar) me he sentido absorbido por su mundo y perdido en su mensaje. Uno cierra el cómic (elegantemente editado, igualmente sobrio, con una cubierta poco llamativa, título en minúscula) y mira por la ventana. No se sabe si mirando al pasado, al presente o al futuro.
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