Invictus, dirigida por el extraordinario Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon, utiliza el rugby como deporte de referencia, sin embargo, no aborda cuestiones relacionadas con los aspectos tácticos, técnicos, físicos y motores del rugby, sino que propone y debate una de las funciones sociológicas más importantes que promueve, justifica y legitima la existencia de las actividades deportivas como elementos integradores y de cohesión social. Esta cuestión se abordó en un momento muy delicado de la historia de Sudáfrica, el apartheid.
La película se situó en este contexto principalmente después de la elección de Mandela como presidente. El propósito principal es reflejar la importancia de la función integradora que ejercen los deportes en el ser humano. En este sentido, se guía por los principios de la teoría antropológica del funcionalismo. Desde esta perspectiva el deporte fomenta la unidad, la integración, la estabilidad y el mantenimiento de los sistemas sociales, desempeñando funciones importantes como la formación de identidades individuales y colectivas, el fortalecimiento de la comunidad y la cohesión, el apoyo al culto a los símbolos sociales, la construcción de figuras heroicas y míticas; buscando la motivación, desarrollando el carácter y canalizando tensiones y frustraciones. Así pues, en Invictus destaca el poder del símbolo frente a los conflictos étnicos y la jerarquía de clases presentes en Sudáfrica. En muchos escenarios se exponen hostilidades relacionadas con fracturas políticas, que ciertamente comprometen las funciones y perpetuación del sistema social y político en Sudáfrica como los comportamientos segregacionistas, la intolerancia, hostilidades mutuas, conflictos y tensiones sociales, discriminación cultural, agravios históricos y limitaciones colectivas.
En la primera secuencia se describen dos escenas cotidianas opuestas. A un lado de la valla un equipo de rugby se ejercita con un entrenador, uniformes y en un campo adecuado, no necesariamente rico o profesional. Al otro lado de la valla unos niños negros juegan al fútbol en chanclas, en un campo de tierra, recordando los clichés sobre la desigualdad y la injusticia. La delegación de Nelson Mandela, recién liberada, pasa entre los dos grupos. Los niños negros le animan y vitorean mientras que los niños blancos observan en silencio. La película presenta a Mandela plenamente consciente de la difícil tarea de resolver los históricos conflictos sociales y culturales de Sudáfrica, coordinando las aspiraciones de la población negra con los miedos de la población blanca. Su objetivo (siempre enfatizado por la trama) es unir a una nación desgarrada por serios resentimientos y manifiestas desavenencias. Debido a estos problemas las escenas llenas de hostilidad, tanto latentes como manifestadas, son constantes. En la primera reunión con los funcionarios de su palacio (incluidos los de gobiernos anteriores, aprensivos y nerviosos por posibles represalias o despidos) Mandela, caracterizado en la película como en una lucha obstinada por la unidad y la paz, anuncia rotundamente lo contrario, pues no son tiempos de venganza sino de reconciliación.
Consciente de los numerosos conflictos, el nuevo presidente recurre a diferentes medidas con la esperanza de reunir y unir a una nación frágil que probablemente esté al borde de una guerra civil. Una de ellas es la Copa del Mundo de Rugby organizada por Sudáfrica en 1995 en la que Mandela realiza un importante esfuerzo en impulsar las funciones integradoras del deporte contra la disgregación entre blancos y negros. El rugby no es elegido al azar, pues sintiendo a Sudáfrica al borde de la desintegración, Mandela pretendía transformar a los Springboks, selección nacional de rugby y emblema del orgullo blanco odiado por la comunidad negra, en el foco de la unidad nacional.
Los agravios sociales de la nación se hicieron eco en el universo deportivo. En un partido celebrado en la ciudad de Pretoria entre la selección inglesa de rugby y la sudafricana, a Mandela le espera una mezcla de vítores y abucheos de la multitud y en la que pocos blancos aplauden; actitudes esperadas si recurrimos a la antropología simbólica y religiosa, pues una de las funciones más significativas del deporte (así como la religión) es articular y transmitir símbolos de pertenencia social, tanto de afirmación como de negación. Durante el juego, estos símbolos se revelan explícitamente; aunque los Springboks representaron a Sudáfrica, la comunidad negra animó abiertamente al equipo visitante, pues eran un emblema importante en Sudáfrica con un poder simbólicamente elevado. Para la población no dominante (es decir, racialmente no blanca) simbolizaba el orgullo y la supremacía blanca; el rugby era el deporte de los colonizadores blancos. Fue introducido en Sudáfrica por los ingleses a través de clubes y escuelas privadas con la intención de replicar actividades culturales que reafirmaran superioridad. Los afrikaners, en particular, lo consideraban similar a la imagen que se hacían de sí mismos: conquistadores, fuertes, decididos, con una historia de conquista de territorios mediante el uso de la fuerza y la estrategia. Con el sistema de segregación más rígido, el rugby se identificó cada vez más como uno de los elementos clave de la cultura blanca. Tras la institucionalización formal del apartheid en 1948 se convirtió en una actividad de gran interés político. En ese momento, las fuerzas conservadoras pudieron establecer que todos los capitanes de la selección sudafricana debían estar conectados al Partido Nacional, mientras que, al mismo tiempo, la oposición desafió enérgicamente este tipo de injerencia política con el deporte.
Eastwood expone en una escena una dramatización magnífica del poder de la simbología; en una iglesia las trabajadoras sociales donan bienes a personas vulnerables cuando un niño negro se acerca y una de ellas le ofrece una camiseta de los Springboks el niño la rechaza rápidamente. El ser humano categoriza todo aquello que observa y les atribuye poder, valor y simbolismo; para el niño, la camiseta aún representaba la dureza del apartheid. No obstante, en un momento dado la película lidia con los conflictos simbólicos que rodean al equipo, proponiendo el cambio de su nombre, el emblema y los colores, pero Mandela apuesta por lo contrario. Una vez más, Eastwood construye la imagen del presidente en la búsqueda de potenciar la eficacia y el poder de la simbología destacando la dimensión de solidaridad grupal y consistencia colectiva capaz de reforzar el sentido de cohesión, orgullo y lealtad.
Este sentimiento de nación, la búsqueda de una comunidad de personas o de un cuerpo colectivo que sea capaz de expresar una unidad simbólica no expresa la suma de los individuos sino su propia síntesis en un sentido durkheimiano. La película representa una defensa de la eficacia simbólica, pues a través del deporte, Mandela buscó amplificar las pasiones y virtudes nacionales encarnadas por los jugadores como la lealtad, la fidelidad y la abnegación con sentido del deber y el orgullo de pertenencia a una comunidad. Buscó un sentido de grupo, un ‘nosotros’ que supere la diferenciación y la segmentación cotidiana proyectando deseos de unidad, honra e integración.
Eastwood se esfuerza por presentar a Mandela como un presidente profundamente convencido del poder de la simbología de esta unión que, a pesar de haber sido creada de manera ritual, está llena de significados. La dimensión antropológica presente en el deporte manifiesta que el jugador más ciego es aquel que no ve nada más que un balón, pues más que un simple juego físico es, en la imagen del antropólogo Victor Turner, una selva de símbolos. En este sentido, es importante señalar el significado del mensaje difundido en Sudáfrica: «un equipo, un país». Ganar el título representaría más que una simple victoria deportiva; ayudaría a cohesionar a un país desgarrado durante décadas de segregación por el apartheid. En un momento difícil del partido, Eastwood destaca los gritos de la multitud; una nación en estado catártico y efervescencia colectiva explicada por Durkheim, en la que afirma que tanto las sociedades modernas como las antiguas tienen que replantear y defender o sostener con regularidad los sentimientos y las ideas colectivas que componen su unidad y su personalidad. La forma de hacerlo es induciendo a las personas a que se reúnan y participen en rituales y ceremonias, es a través de la unidad donde los individuos reafirman sus sentimientos comunes.
Así es como en Invictus, Eastwood muestra a los Springboks ganando el partido 15-12 en el penúltimo minuto, donde negros y blancos conmemoran y celebran juntos efusivamente en un estado colectivo de éxtasis la victoria, no solo deportiva, sino también la victoria de la libertad de un país masacrado durante décadas por la tiranía de un régimen racista, reflejando el poder de cohesión resultante de la combinación del deporte y la identidad simbólica.
Referencias
• Anderson, B. Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. London: Verso, 2006. 240 pp. ISBN 1–84467–086–4, Forum for Modern Language Studies, Volume 45, Issue 2, April 2009, Page 216.
• Durkheim, E. (1992). Las formas elementales de la vida religiosa: el sistema totémico en Australia / Emile Durkheim; traducción y estudio preliminar Ramón Ramos. Akal.
• Radcliffe-Brown, A.R. 1986. «El concepto de función en la ciencia social» [1935], 203-13, y «Sobre la estructura social» [1940], 215-32. En Estructura y función en la sociedad primitiva. Barcelona: Península.
• Turner, V. W. 1980 [1967]. La selva de los símbolos. Madrid: Siglo XXI.
• Turner, V. W. 1988 [1969]. El proceso ritual. Estructura y antiestructura. Madrid: Taurus.
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