Joe Hill, hijo del mítico Stephen King y autor de terror laureado por méritos propios, publica en España su nueva colección de cuentos de horror, A tumba abierta, editado por Nocturna:
Una puerta que da a un mundo prodigioso y lleno de maravillas se torna sangrienta cuando la atraviesa un grupo de cazadores. Dos hermanos se adentran en un laberíntico campo de hierba alta para ayudar a un niño que pide auxilio entre la maleza. Un camionero se ve envuelto en una sofocante persecución por el desierto de Nevada. Cuatro adolescentes suben a un antiguo carrusel donde cada vuelta tiene consecuencias espeluznantes. Un bibliotecario se pone al volante para llevar lecturas a los muertos. Dos amigos descubren el cadáver de un plesiosaurio en la orilla de un lago, un hallazgo que les fuerza a enfrentarse a la idea de su propia mortalidad… y a otros horrores que acechan en las profundidades acuáticas.
A tumba abierta es una odisea oscura por las complejidades de la condición humana, una danza macabra a la que se ven arrastrados varios personajes muy diferentes y en la que, de manera hipnótica e inquietante, acaban revelando atormentados secretos, fantasías y, sobre todo, sus miedos más profundos. En 2019, Netflix estrenó una película basada en «En la hierba alta» y HBO está preparando la adaptación de «Acelera».
Los King siempre vienen auspiciados por las adaptaciones cinematográficas, y Hill no es una excepción. Tras NOS4A2 y Horns, adaptaciones buenas, pero quizás con poca repercusión, los cuentos de Hill escritos con su padre parecen ser la nueva ficción de horror de la que rascar para dar el salto al cine. En A tumba abierta se presentan dos: Acelera y En la hierba alta, de los que hablaré más adelante.
Antes que nada, presento el libro. A tumba abierta es una antología voluminosa (más de seiscientas páginas), que consta de una introducción deliciosa (titulada ¿Quién es tu padre?) en la que el autor afronta la cuestión de ser hijo de uno de los autores más celebrados del siglo XX, pero también sobre el proceso de escribir, el impulso creativo y las influencias de los jóvenes autores. Una introducción interesante e inteligente que promete una lectura satisfactoria.
Lástima que lo que viene después es Acelera, el primero de los relatos escritos junto a King. El más mediocre del libro y una mancha en el currículum de ambos, me temo. Un cuento sobre motoristas perseguidos por un camión (algo que no se había visto nunca…) donde la acción pasa por descripciones que se desinflan, diálogos que imitan los guiones de Sons of Anarchy, una resolución pobre y falta de imaginación… Un desastre, vamos, la peor manera de comenzar un libro.
Y es que A tumba abierta tienen un gran plantel de cuentos que parecen esquemas de novelas (y a muchos les hubiera sentado bien serlo), lo que provoca un balance irregular. Comprende alguno de los mejores cuentos que le he leído nunca al autor, como En la hierba alta, El carrusel de las sombras o Tuiteando desde el Circo de los muertos. Pero también algunos de sus peores, como Acelera o El fauno. Lo mejor que podemos encontrar en estas páginas es la variedad de registros, la experimentación con el humor, el noir y el terror más clásico. Por momento, parece que nos encontremos ante un catálogo de episodios de Twilight Zone o Creepshow. Cuentos como La estación de Wolverton aprovechan lo absurdo para confundir al lector y llevarlo por una vía de terror de los ochentas que deja un gusto delicioso.
Sin embargo, como en toda experimentación, hay margen para el error. Al ser un compendio tan extenso, con cuentos tan largos (que en ocasiones superan las ochenta páginas, lo que hace que roce la novela corta) las posibilidades de caer en argumentos manidos, personajes flojos o prosa pobre, aumentan. Y esto sucede en bastantes cuentos. Acelera es el ejemplo más claro.
Por el contrario, En la hierba alta me ha parecido sublime. Crea ansiedad, resulta misterioso y, en muy pocas páginas, construye unos personajes que generan empatía. Lo mismo me sucede con El diablo en la escalera, fácilmente mi cuento favorito del libro. Una especie de cuento de fantasía que imita las formas del cuento oriental y cuya maquetación asemeja los escalones que recorre el protagonista, formando un correlato objetivo visual de lo más efectivo.
Por suerte, en A tumba abierta pesan más los aciertos que los errores. Apariciones desplazadas, Junto a las aguas plateadas del lago Champlain (se ve que los títulos no son el fuerte de Joe Hill…), con narraciones que aportan fuertes sentimientos, personajes sólidos y tramas que, si bien no inventan mucho, se hacen entretenidas.
En la irregularidad se mueve Joe Hill con este libro, aunque los últimos cuentos dejan buen sabor de boca y tiene el acierto de cerrar con un Apuntes y agradecimientos en donde contextualiza cada cuento. Esto me encanta. Cada antología debería constar con un apartado en que el autor ponga en contexto el cuento, el trabajo que realizó sobre ello, el momento de su vida en que se le ocurrió la idea. Resulta interesante y acerca a lectores y autores de una manera especial. No se prodigan estos apuntes tanto como me gustaría, pero es un cierre ejemplar para una antología.
A tumba abierta da una de cal y otra de arena, aunque el balance es positivo. Joe Hill sigue aportando mucho al terror, pese a la larga sombra de su padre, y en estos cuentos demuestra la versatilidad que tan acertada resultó en su primera antología (20th Century Ghosts) y en su primera novela (Heart-Shapped Box). Cuando narra con su padre se ve un tanto eclipsado por los aciertos y errores de este, por lo que el lector quizás prefiera que vuele solo. Yo, desde luego, lo prefiero. Los cuentos recogidos en este volumen son una buena primera toma de contacto para los neófitos y una lectura familiar y agradable para los conocidos.
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