
Imagen vía Pixabay.
Durante generaciones, las fronteras entre el arte y la tecnología se han desdibujado, traspasando constantemente los límites entre una y otra disciplina. Si antiguamente los artistas contaban como herramientas como el pincel, el martillo y el cincel o incluso una cámara fotográfica, en el siglo XXI a todos esos instrumentos se han añadido otros más insólitos como la impresión 3D o la Inteligencia Artificial. Desde hace algún tiempo el avance de la tecnología ha planteado interesantes desafíos y cuestiones al mundo del arte, muchas de ellas de carácter ético y moral.
¿Puede una máquina llegar a convertirse o a ser considerado un artista? ¿Cabe hablar de creatividad a la hora de plantearse arte generado por máquinas? Son solo algunas de las preguntas que se están empezando a plantear. Ocurre, por ejemplo, con el arte algorítmico, en el que una inteligencia artificial utiliza datos, códigos y sistemas de aprendizaje automático para generar obras de arte. Estas redes generativas llevan tiempo produciendo obras de arte, pero no ha sido hasta recientemente que una obra de estas características se ha incorporado al circuito artístico. En octubre del año pasado un retrato generado por algoritmos, Edmond de Belamy, from La Famille de Belamy, creado por el colectivo francés Obvious con una Inteligencia Artificial, fue vendido en Christie´s por 432.000 dólares.
¿Significa esto que los artistas deberían preocuparse ante la perspectiva de ser sustituidos por máquinas? Rotundamente no. Este tipo de obras, por el momento, no pasan de ser curiosidades, hechas mitad por hombres y mitad por máquinas. Al fin y al cabo, la Inteligencia Artificial que elaboró Edmond fue creada, a su vez, por humanos. Es por eso que, aunque hagan arte de forma impredecible, en propiedad habría que decir que estas máquinas generan obras antes que crearlas. Lo que hace este tipo de software es imitar a los artistas humanos.
El arte generativo no es algo nuevo ni mucho menos. El arte, la música o la poesía, creadas por sistemas independientes, ya existía mucho antes de que se inventaran los ordenadores. En la década de 1950, personas como Vera Molnár o Ellsworth Kelly ya idearon procedimientos con reglas determinar su arte visual. Los años 60 marcaron el comienzo del arte digital, con pioneros como Frieder Nake, Manfred Mohr o Roman Verostko (este último acabaría acuñando el término algoristas para referirse a los artistas de algoritmos). A partir de los años 70, el músico Brian Eno comenzó a experimentar con música generativa. Ya Eno comienza a plantearse las preguntas que hoy en día tratamos de responder, como quién compone realmente este tipo de música o si se le puede llamar composición a algo que no sabes cómo va a ser. Con esta herencia, los artistas generativos de hoy en día son más conscientes que nunca de que su papel en el arte cambia al mismo tiempo que la tecnología.
Lo que está claro es que tanto el arte generativo como el creado por una Inteligencia Artificial no pretenden demostrar la creatividad de las máquinas. Lo que sí permiten este tipo de obras es poner en entredicho nociones artísticas tan humanas como pueden ser la originalidad o la autoría, a través de una tensión entre artista e instrumento que no parece llegar a resolverse. La relación entre arte y tecnología, en definitiva, se encuentra en constante evolución y es probable que en un futuro no demasiado lejano todavía nos depare muchas sorpresas. Hay que tratar de contemplar este intercambio con la mente abierta, sin prejuicios, entendiéndolo como lo que es: un diálogo que no deja de ser una promesa de un enriquecimiento mutuo.
No hay comentarios