La primera novela de James Bond, Casino Royale, publicada en 1953, supuso el inicio del interés por las historias de espías. Conocidos novelistas de espías como Richard Condon, Alistair MacLean, Frederick Forsyth o John Le Carré, así como una legión de escritores e imitadores del pulp menos conocidos, siguieron la estela de Bond. La franquicia creció con el lanzamiento en 1962 de la primera adaptación cinematográfica, Dr. No , y se convirtió en un fenómeno mundial después de que Goldfinger, la tercera película de la serie, llegara a las pantallas en 1964.

Pero la locura de la cultura popular de los sesenta por los espías no se limitó a Occidente. Desde Filipinas hasta Turquía, los escritores inventaron sus propios espías. Incluso antes de 1975, Vietnam del Sur tenía su propio espía: el agente secreto Z.28, al que le gustaban los coches deportivos y las chicas guapas, y aparecía en una serie de más de sesenta libros escritos por Nguyen Thu Tam. Pero la respuesta más interesante vino del otro lado del Telón de Acero. Las autoridades soviéticas no solo eran conscientes de la popularidad mundial de James Bond, sino que también lo veían como un gran golpe de propaganda para Occidente.

Hoy en día, vemos en Bond a un agente que utiliza muchos dispositivos de alta tecnología y se enfrenta a enemigos globales globales, pero en los años cincuenta y sesenta, este personaje era un arma de propaganda cuyo único propósito era aplastar a los enemigos de Occidente. Bond era, además, un modelo de permisividad sexual y social, con licencia para matar. El sexo esporádico, el alcohol, los viajes a destinos exóticos y la buena vida en general eran símbolos de la creciente prosperidad económica y de la permisividad moral de la sociedad occidental. Al hablar de la primera película de James Bond, James Hoberman señala la atmósfera colorista con que se refleja todo lo que no es Occidente y el sesgo imperialista de sus planteamientos raciales.

En la Unión Soviética, los libros de Ian Fleming, por supuesto, fueron prohibidos y los periódicos soviéticos criticaron al agente secreto tachándolo de sádico y de nazi. Según Komsomolskaya Pravda, el órgano oficial de la organización juvenil del Partido Comunista, «James Bond vive en un mundo de pesadilla donde las leyes se escriben a punta de pistola, donde la coerción y la violación se consideran un valor y el asesinato es algo divertido». Pero aunque la cultura soviética estaba en contra de todos los valores que encarnaba James Bond, eso no significa que no crearan sus propios espías.

El más famoso de todos ellos fue Avakoum Zahov, que apareció en una serie de libros del autor búlgaro Andrei Gulyashki, que más tarde fueron traducidos al ruso. Dos de ellos llegaron a publicarse en Occidente: el primero, The Zakhov Mission, en el Reino Unido y los Estados Unidos; y el segundo, Avakoum Zahov vs. 07, en Australia.

Se sabe que la editorial de Fleming, Glidrose Productions, estaba en contra de que se hicieran más libros de Bond después de la muerte del autor en 1964. Pero todo cambió a principios de 1966. Gulyashki, que ya había anunciado su intención de crear su propia versión de James Bond en una entrevista de 1965 en la Gaceta Literaria de Moscú, visitó Londres para hablar con la editorial y presentarles su idea. Glidrose rechazó su propuesta, le prohibieron utilizar el nombre de Bond y el prefijo 007, y encargaron apresuradamente a Kingsley Amis, que escribiera una nueva novela de Bond, Coronel Sun, la primera de las más de treinta novelas post-Fleming protagonizadas por Bond.

Gulyashki regresó a Sofía y dispuesto a mantener su proyecto, acortó el nombre de Bond a 07 y lo convirtió en un agente británico anónimo, al cual se le había ordenado secuestrar a Konstantin Trofimov, un científico ruso que había perfeccionado un poderoso rayo láser. A pesar de los esfuerzos del héroe, 07 logra secuestrar a Trofimov y a su secretaria, Natalia, y llevarlos a bordo de un barco que se dirige a la Antártida. Pero Zahov consigue subir a bordo de ese barco, dispuesto a rescatar al profesor y a su secretaria. En la versión inglesa del libro, además, la historia termina en un enfrentamiento entre Zahov y 07, que acaba con la muerte de este último.

Avakoum Zahov vs. 07 probablemente no pasará a la historia de la literatura. Su trama es confusa y su escritura plana, debido en gran parte a la traducción. Sin embargo, su valor está en la manera de representar al espía soviético y de contraponerlo a su némesis occidental. El agente búlgaro es más un detective clásico que un súper espía cargado de testosterona. Es un arqueólogo aficionado a Mozart que prefiere la comida y alojamientos sencillos. En contraste, 07 es un acosador sexual y un asesino brutal, que no duda en recurrir a la tortura para obtener lo que quiere.

Lo que no queda del todo claro es si Avakoum Zahov vs. 07 fue parte de un plan deliberado de los soviéticos para contrarrestar la popularidad de Bond. Esta posibilidad fue apuntada por el periodista e historiador Donald McCormick ya en 1977. Según McCormick, Gulyashki aceptó la recomendación de la KGB de que los escritores glorificaran los hechos del espionaje soviético y mejoraran su imagen a principios de los sesenta. Para ello, popularizaron a los agentes secretos de la Unión Soviética y los representaron como héroes que protegían la patria. Del mismo modo, Wesley Britton afirma en Beyond Bond: Spies in Fiction and Film que, en 1966, el novelista búlgaro fue contratado por la prensa soviética para crear un agente comunista que se opusiera al espía británico «debido a los temores rusos de que 007 fuera de hecho un herramienta de propaganda eficaz para Occidente».

Avakoum Zahov vs. 07 fue serializado en Komsomolskaya Pravda, dándole el sello del Partido Comunista. La aparente libertad con la que Gulyashki pudo viajar a Londres también sugiere que su misión podría haber sido aprobada oficialmente. En cualquier caso, Gulyashki no fue el único escritor de espías ficticios en el bloque soviético. Otro ejemplo sería Vladimir Bogomolo, que escribió una serie de thrillers, siendo el más famoso de ellos El momento de la verdad, de 1973. Aunque el escritor soviético más célebre fue Yulian Semyonov, llamado por Los Angeles Times como «el Robert Ludlum soviético», y cuyos libros vendieron unos treinta y cinco millones de copias en todo el mundo. Su obra más conocida, todavía popular en Rusia hoy en día, fue una serie de trece libros que presentaban a un espía soviético llamado Max Otto von Stirlitz, el nombre en clave del coronel Maxim Maximovich Isaev.

En la década de los ochenta todo cambió en la Unión Soviética. El muro que impedía que las influencias culturales externas llegaran a los rusos comunes comenzó a desmoronarse y tanto las novelas y como las películas de James Bond comenzaron a ser cada vez más frecuentes en el mercado negro. Cuando Gorbachov asumió la presidencia en 1990, las películas de Bond comenzaron a proyectarse en los cines y las primeras ediciones rusas de las novelas de Fleming aparecieron en las librerías. Para entonces Bond tenía ya enemigos más grandes a los que enfrentarse que un imperio soviético en declive.

Los soviéticos no fueron, desde luego, los únicos que utilizaron espías de ficción con intenciones políticas. No hay pruebas de que la CIA apoyara a Fleming de la misma manera que financió publicaciones periódicas conservadoras o a artistas estadounidenses modernos como Jackson Pollock y Mark Rothko, pero sin duda estaban felices de poder contar con el potencial propagandístico de James Bond, y Fleming, por su parte, también parecía dispuesto a seguirles el juego, con unos libros que eran mucho más anticomunistas que las películas.

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