
Fragmento de «Benedictus de Spinoza», por Franz Wulfhagen
En el Tratado de la Reforma del Entendimiento, Benedito –Baruch– Spinoza clasifica los bienes en dos grupos, o mejor dicho, hace una diferenciación entre los que denomina “bienes aparentes” y el “verdadero bien”.
Riquezas, honor, placer, todos estos son comúnmente referidos como los mayores bienes al que un ser humano puede aspirar, pero –debemos agregar–, ser humano en cuanto “máquina” que vive para vivir. ¿Cómo llamar a la motivación humana de seguir respirando con la ausencia de un objetivo que le haga encontrar su lugar en el mundo? Estas tres cosas se dan por bienes ciertos, nos comenta el filósofo neerlandés, y quizá esto se deba a que son los más fáciles de desear. Pero la riqueza conduce a riqueza o a miseria, el honor conduce al honor o al deshonor, y el placer conduce al placer o al desasosiego; en otras palabras sus motivaciones conducen a un círculo sin salida (entonces, ¿deberíamos llamarlos bienes?), alimentado por la inminente caducidad de su abastecimiento. Así bien, esclavizan al ser humano.
Retrocedamos algunos cientos de años hacia la época en la que vivió Aristóteles. La pregunta fundamental sobre qué es la felicidad le surge de la mano con un tema clásico: la relación entre el bien y la virtud.
El filósofo de Estagira, en su Ética a Nicómaco, menciona las tres clases de felicidad que parten de tres modos de vida. Nos encontramos primeramente con la concepción de felicidad que viene definida por los placeres del cuerpo, propio de las masas, y a la que compara con una vida de bestias. La segunda concepción de felicidad se desprende de la vida política más que enfocarse en el cuerpo, ya que conduce su interés al alma, pero todavía de una manera incompleta. Por ello, podríamos decir que estos dos modos de vida corresponden a los “bienes aparentes”, si seguimos a Spinoza. Esto se debe a que se basan, en gran medida, en la búsqueda de honores, similar al caso de una felicidad basada en la satisfacción de los placeres, pues se identifica la causa de la felicidad con cuestiones igualmente efímeras que necesitan renovarse constantemente.
La principal diferencia que reconoce Aristóteles sobre los dos modos de vida vistos anteriormente y el tercero, es que los citados no representan un fin en sí mismo, en otras palabras, se utilizan como medio para llegar a la felicidad, mientras que su tercera concepción de felicidad, la auténtica y por supuesto más elevada, refiere a una vida contemplativa, en efecto, un bien suficiente por sí mismo.
Regresemos a nuestro filósofo neerlandés. ¿Existirá acaso un bien que permita siempre avanzar, en lugar de estancarse en el círculo insípido de la vida? Nos encontramos ante el regalo que nos daría en su Ética, y el que de alguna manera ya podemos intuir si pusimos atención al filósofo clásico. Ese bien “estable” y, como también lo llamó Spinoza, “incierto” (en cuanto a sus posibilidades de ser conseguido para los que apenas se están adentrando en su camino), se encuentra en la reflexión: entregarse al pensamiento. La búsqueda de sabiduría es lo que nos conduce hacia el auto perfeccionamiento, el verdadero bien; y la utopía (¿acaso la libertad de la que hablará en la Ética?) de llegar a alcanzarla corresponde al bien supremo, el cual una vez reconocido ya nunca más se mostrará incierto. Todo lo demás estorba.
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Otro artículo sobre Spinoza en la Piedra de Sísifo.
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