Desde que se mudó de Pittsburgh, Andy Warhol había conseguido forjarse una carrera como ilustrador. Un escaparate para Gunther Jaeckel le abrió las puertas del éxito en la ilustración comercial y le dio fama y fortuna. Sus anuncios aparecían en las tiendas más elegantes de Nueva York y en las páginas de sociedad del New York Times. Sin embargo, tras una década, sus anuncios, dibujados a mano, comenzaron a perder terreno frente al uso de fotografías, y además Warhol se sentía cada vez más frustrado porque aquello a lo que se dedicaba no conseguía colmar sus ansias de ser artista. Usadas hasta el momento como fondos para vender productos, Warhol decidió que tenía que dar un paso más y que debía tomar medidas para que aquello que dibujaba empezara a ser considerado arte.
Todavía no había llegado al arte, pero ya existía una estética pop en el mundo de la publicidad, en el que Warhol había trabajado en la década de 1950. Lo que cambió a principios de la década de 1960 fue que Warhol utilizó esa estética, hasta entonces solo comercial, de la misma manera en la que Marcel Duchamp había presentado un urinario como arte digno de un museo, y de la misma forma que Duchamp, Warhol disfrutó con la confusión que se generó. Aunque él dio un paso más que el creador de los readymades. Cuando declaró que las ilustraciones que hasta entonces habían aparecido en escaparates eran pinturas dignas de una galería de arte, admitía que su estética se entregaba con los brazos abiertos al consumismo capitalista.
Pero Warhol no pudo dar este paso directamente. Incluso él intuyó que convertir aquellas ilustraciones en arte, sin más, era algo demasiado brusco, así que trató de llevar a cabo un paso intermedio. En la segunda mitad de 1961 añadió detalles más artísticos a algunas de sus ilustraciones más conocidas. Es lo que hizo, por ejemplo, con su ilustración de Supermán, añadiendo pinceladas que no estaban cuando se había utilizado como adorno de escaparate. Así comenzó a trabajar en la estética que le daría éxito en el panorama artístico de la época.
A finales de 1961, Claes Oldenburg, otro de los pioneros del arte pop, montó The Store, una instalación en la que vendía reproducciones en papel maché de productos cotidianos. Esta jugada despertó los celos de Warhol. Al mismo tiempo, Roy Lichtenstein y James Rosenquist comenzaban a disfrutar de un éxito similar gracias a sus pinturas derivadas de cómics y de vallas publicitarias. Entonces, a principios de 1962, Warhol consiguió aquello con lo que llevaba tanto tiempo soñando: una de sus pinturas publicitarias apareció reproducida a gran escala en Nuevo Talento, de la revista Art in America. Y esto consiguió ponerlo en el centro de la revolución artística que se había estado gestando durante esos meses.
La puntilla final de Warhol en la consolidación de la estética pop surgió de forma casual gracias a un joven experto en arte, galerista y diseñador de interiores llamado Muriel Latow, que ha pasado a la historia como uno de las grandes musas del Pop Art. Parece ser que Latow fue a cenar, junto a otros amigos, a casa de Warhol en el otoño de 1961, para animarlo porque el artista se sentía alicaído al haber sido superado por Oldenburg y Lichtenstein. En la conversación Warhol pidió a sus visitas que le dieran algunas ideas para crear obras de arte que tuvieran un enorme impacto pero que fueran muy distintas a las de Oldenburg y las de Lichtenstein. A Latow se le ocurrió una y se la ofreció a Warhol a cambio de un cheque de 50 dólares. «Tienes que encontrar algo que sea reconocible para casi todo el mundo», le dijo Latow, «Algo que veas todos los días. Algo así como una lata de sopa Campbell». Al día siguiente Warhol fue al supermercado que había al otro lado de la calle y compró todas las variedades de sopa Campbell que había (además comprobó que tenía todas las que existían con un listado que obtuvo tras ponerse en contacto con el fabricante). El resto es historia. La lata de sopa Campbell superó a Supermán y a otras obras anteriores y consiguió llevarle más allá de la sombra que proyectaba Lichtenstein. Tal vez esta anécdota sea apócrifa, al fin y al cabo la vida de Warhol está llena de ellas, aunque existe algún biógrafo que afirmó haber visto el cheque que Warhol le dio a Latow.
Si la fotografía había hecho que las ilustraciones a mano de Warhol quedaran superadas, él tomó esa fotografía y la convirtió en arte. Le pidió a su viejo novio Ed Wallowitch, un habilidoso fotógrafo, que le diera fotos de latas en todos los estados posibles: solas, abiertas, aplastadas, apiladas. A continuación, durante un año, pintó esas latas en lienzos de todos los tamaños. Su objetivo era conseguir que sus cuadros de sopas fueran tan simples y directos como fuera posible, como si las latas hubieran saltado de la estantería del supermercado sobre el lienzo.
Si Picasso había conseguido empezar una revolución en el arte alterando radicalmente su forma, Warhol lo hizo desafiando su naturaleza y estado fundamental. Se había convertido en un artista que simplemente reproducía latas de sopa como un simple copista. Se arriesgó, como ningún artista había hecho hasta el momento, a entregarse a la cultura popular. Puso sobre la mesa cuestiones que todavía a día de hoy seguimos planteando con artistas como Damien Hirst o Jeff Koons y que están lejos de tener una respuesta satisfactoria. La sombra de Warhol, su característico perfil, todavía sigue planteando sobre nuestra cultura. La lata de sopa Campbell sigue siendo una incógnita irresoluble.
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