Portada del cuento Albanés el Katallán.

La mitología albanesa nos resulta algo ajena a este lado del Mediterráneo. Sin embargo, en medio de kuçedras (o kulshedra, según la región), una especie de sierpes o hidras; divis, similares a los omnipresentes ogros en varias culturas; y otras especies como las rusales, esas sirenas embaucadoras de marineros; allí existe una criatura legendaria llamada katallán. ¿No recuerda su nombre a cierto gentilicio de la península ibérica?

No es casualidad. Los catalanes y la figura del gigante katallán guardan cierta relación entre sí. Para encontrar el origen de esta leyenda, debemos remontarnos a la época de los almogávares, la mesnada mercenaria de la Corona de Aragón, también llamada Gran Compañía Catalana, apelativo con el que debieron conocerla en los Balcanes, a pesar de estar formada también por navarros, aragoneses, valencianos, y hasta germanos.

Tras la victoriosa campaña itálica a finales del siglo XIII, Federico II de Sicilia ardía en deseos de deshacerse del comandante Rutger von Blume y los suyos. Los almogávares se habían convertido en un estorbo en la isla, pues sin nadie a quien guerrear, se dedicaban a cometer saqueos y altercados por doquier. De esta manera, Federico II le pasó la patata caliente al emperador bizantino Andrónico II, quien clamaba por una buena tropa de espadas competentes para hacer frente a los turcos en Anatolia.

Las huestes aragonesas desembarcaron en Constantinopla el año 1303 dispuestos a prestar sus servicios, y ya no empezaron nada bien. Diferentes fuentes discrepan sobre el comienzo de las hostilidades, si bien todo empezó por provocaciones o por un ajuste de cuentas, pero el hecho es que la compañía celebró la boda de su caudillo masacrando genoveses a los pies del Palacio de Blanquerna. Por suerte para el emperador, no tardaron en zarpar y ponerse manos a la obra.

Tras sangrientas batallas como la de Galípoli o la del Monte Tauro, los almogávares cumplieron su cometido haciendo retroceder a las columnas turcas. Finalizada la misión, de la misma manera que obraron en Sicilia, se establecieron en las ciudades reconquistadas comportándose como unos molestos invitados. El emperador ofrece entonces a su jefe el título de Dux a cambio de desmovilizar a la mayoría de sus tropas. Aunque este accede en un primer momento, resultó imposible ordenar a unos hombres cuyo lema era “Desperta Ferro!” a que colgaran las armas.

Portada de Cuentos Populares Albaneses.

Con esta mala espina clavada en el imperio, el príncipe Miguel IX, hijo del emperador, maquina un infame ardid para desembarazarse del problema, convencido de que así atajaría el escollo de raíz. Invita a Adrianópolis al caudillo almogávar Roger de Flor con el pretexto de celebrar una fiesta en su honor. El soberbio comandante mordió el anzuelo, y entre copas de vino y mujeres, terminó pasado a cuchillo junto a su escolta a manos de asesinos alanos. La corte palaciega bizantina se frotaba las manos, pensando que los almogávares, descabezados, se desmantelarían por fin. Pero en su lugar, los aragoneses se alzaron en armas y recorrieron los Balcanes sembrando caos, fuego y muerte a su paso. Saquearon y tomaron todo cuanto quisieron, excepto prisioneros. Tampoco vacilaron en combatir contra las tropas regulares del imperio, a los que derrotaron en varias ocasiones. Este fue el resultado de la llamada Venganza Catalana, durante la cual consiguieron adueñarse de los ducados de Atenas y Neopatria bajo tutela de la Corona de Aragón.

La barbarie llevada a cabo por los almogávares en sus razias por las actuales Grecia, Bulgaria y Albania dejó huella en la sabiduría popular y en su tradición, pasando a ser la palabra “catalán” como un grave insulto. Sucios, andrajosos, violentos, glotones, ávidos de lo ajeno, asesinos despiadados, grandes y temibles guerreros, así eran vistos y así quedaron retratados en el folklore popular de la región. Como suele ocurrir, la historia se transformó en mito, y aquella soldadesca acabó plasmada en la figura de un gigante malvado, una especie de «hombre del saco» para asustar a niños desobedientes y traviesos. De esta manera nos lo refleja Ramón Sánchez de Lizarralde en su recopilación Cuentos Populares Albaneses (1994, Miraguano Ediciones). Único documento escrito en castellano que he logrado encontrar al respecto, se trata de una titánica obra de documentación y traducción llevada a cabo en mitad de la Guerra Yugoslava, Lizarralde retrata en algunas de estas fábulas al Katallán albanés, un gigantesco monstruo sanguinario al que el héroe Queroshi (aquí traducido como Dédalo), deberá hacer frente con su astucia por mandato de un ambicioso rey. Resulta inevitable que este mito nos evoque al del griego Polifemo, resultado de la convergencia de culturas procedentes de Europa y el Mediterráneo en esta olvidada región, cuna de pueblos singulares y curiosas leyendas.

Comentarios

comentarios