Ellen Newbold La Motte (Fuente).

No es fácil encontrar a alguien que no conozca, al menos de nombre, a Ernest Hemingway, como tampoco lo es dar con alguien que sí le suene el nombre de Ellen Newbold La Motte. Esta enfermera que estuvo en activo durante la Primera Guerra Mundial utilizó el estilo literario que caracterizaría a Hemingway antes de que el propio Hemingway lo hiciera, y lo hizo escribiendo sobre la Primera Guerra Mundial.

Mucho antes de que Hemingway publicara Adiós a las armas, en 1929, y antes de que se graduara y dejara su hogar para trabajar como conductor de ambulancias en Italia, La Motte escribió una colección de relatos titulada El retroceso de la guerra. Concretamente lo publicó en otoño de 1916, y se basaba en sus experiencias trabajando en un hospital de campaña francés en el Frente Occidental.

El libro fue prohibido de inmediato en Inglaterra y en Francia por la visión crítica que mostraba hacia la guerra. Se consideró incendiario. Dos años y varias impresiones más tarde, tras ser calificada como inmortal y ser declarada como una de las obras de guerra más importantes en Estados Unidos, se la volvió a censurar en este país, por considerarla dañina para la moral. Durante casi un siglo, languideció en la oscuridad y no ha sido hasta ahora que se ha publicado una versión extendida, con la primera biografía seria que se ha hecho sobre La Motte.

La novedad que presenta el libro de La Motte es que en lugar de centrarse en los héroes de la Primera Guerra Mundial, que es lo que solían hacer todas las obras de guerra, mostrando una visión romántica del combate y de sus valientes personajes, esta autora enfatizó los horrores del conflicto bélico. La guerra, cualquier guerra, queda claro, es repugnante y carece de sentido. Tanto los civiles como los soldados de El retroceso de la guerra están llenos de inquietud vital y de temor por la muerte. Es espectáculo de las camas del hospital de campaña es grotesco y lamentable: desde un soldado muriendo lentamente de gangrena hasta otro que sufre de sífilis, pasando por un moribundo que solloza que quiere seguir viviendo o un niño belga de diez años que ha recibido un disparo en el abdomen y grita llamando a su madre. En la primera historia, por ejemplo, un soldado intenta suicidarse disparándose en la boca, pero solo consigue formar un desastre del que es salvado gracias a la cirugía, entre gritos y lamentos, en el hospital de campaña; a continuación es juzgado por intento de suicidio y asesinado por un pelotón de fusilamiento.

La crítica no tardó en reconocer que La Motte había inventado una nueva forma de escribir sobre la guerra y sus horrores. El New York Times dijo que sus historias estaban «contadas con oraciones agudas y rápidas», que no se parecían en nada al estilo literario convencional y ofrecían una «fuerte advertencia en contra de la guerra». El Detroit Journal destacó que era la primera autora en dibujar «un retrato real de la bestia devastadora». Y Los Angeles Times comentó: «Nada como [esto] ha sido escrito: es el primer vistazo realista detrás de las líneas de batalla… Miss La Motte ha descrito la guerra, no solo la guerra en Francia, sino la guerra misma».

La Motte entabló una amistad con la célebre escritora de vanguardia Gertrude Stein durante el primer invierno del conflicto, cuando ambas vivían en París. Las dos eran mujeres estadounidenses en el extranjero, de mediana edad, escritoras y lesbianas. A pesar de que ambas tenían pareja, parece que Stein pudo haberse sentido muy atraída por La Motte e incluso llegó a escribir una pequeña novela a principios de 1915 sobre ella. Sin lugar a dudas Stein leyó el libro de su amada amiga, y, de hecho, su copia personal está actualmente archivada en la Universidad de Yale.

A principios de la década de 1920, el salón literario de Gertrude Stein atrajo a muchos escritores emergentes de la posguerra, a quienes calificó de «Generación Perdida». Entre ellos se encontraba Ernest Hemingway, que al igual que La Motte había hecho su paso por la Primera Guerra Mundial, en 1918, como conductor de ambulancias. Poco antes de cumplir los 19 años, Hemingway resultó gravemente herido por una explosión de mortero y pasó cinco días en un hospital de campaña y, más tarde, varios meses en un hospital de la Cruz Roja, donde se enamoró de una enfermera estadounidense. Tras la guerra, además, había trabajado como periodista en Canadá y en Estados Unidos. Luego, hasta que decidió dedicarse seriamente a la escritura y se mudó a París a finales de 1921.

Stein actuó como una mentora y casi como una madre para Hemingway. «Corta las palabras. Córtalo todo», le aconsejó Stein, «excepto lo que viste, lo que pasó», en referencia a sus primeros escritos, que trataban sobre la Primera Guerra Mundial. Es muy probable que Stein le enseñara e incluso le presta a Hemingway su copia de El retroceso de la guerra como ejemplo de admirable escritura de guerra. La similitud entre los estilos de ambos autores es evidente y no deja lugar a dudas de que La Motte influyó en Hemingway.

¿Por qué, entonces Hemingway fue celebrado como uno de los más grandes autores del siglo XX y se le reconoció concediéndole el Premio Nobel en 1954 mientras que La Motte cayó en el olvido? ¿Fue por la censura a la que se sometió su obra? ¿O se debió al machismo que existía en la época en la que Hemingway triunfaba? El caso es que La Motte fue silenciada y olvidada y, como dice Cynthia Wachtell en Salon, es hora de que se le dé a El retroceso de la guerra el reconocimiento que se merece como una obra fundamental de la literatura de guerra.

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