
Ilustración de Ereshkigal (Fuente).
Las referencias a personajes, ciudades, o hechos de la historia babilónica y mesopotámica en general, son harto abundantes en la Biblia. Pero, ¿hasta qué punto el judaísmo, e incluso el cristianismo, bebieron de las culturas que en su día habitaron en las tierras que bañaban el Tigris y el Éufrates?
La mitología de los diversos pueblos que habitaron Mesopotamia no ha llegado a nosotros tan fresca, comparada con la griega o la nórdica. Los múltiples nombres de sus panteones nos resultan extraños y complicados de memorizar, su origen es antiquísimo (como ejemplo, las tablillas escritas de la Epopeya de Gilgameš datan del 2.500 a.C.), y su listado de deidades, semidioses y héroes asciende, según los propios sumerios a «sesenta veces sesenta», todo ello enrevesado entre diferentes variantes ya que diversas naciones ─sumerios, babilónicos, acadios, caldeos y asirios─ profesaron esta religión sincretista en sus distintas cosmogonías.
Aun con todo, podemos encontrar vestigios de sus leyendas en nuestro saber popular.
En el poema de Gilgamesh se hace mención al diluvio universal, el mismo relatado en la Biblia. En esta versión, el dios Enil desencadenará el apocalipsis. Como contraparte, Enki encargará al mortal Ziusudra (Atrahasis en Acadio, Utnapishtim en babilónico), la construcción de un arca para cobijar a los animales, emulando el papel de Noé. Sobre Gilgamesh, destacamos el capítulo donde el héroe se propone encontrar la planta de la eternidad para conseguir la inmortalidad. Una vez la encuentra, una víbora le engaña y se la arrebata. Desde entonces las serpientes mudarán la piel cuando envejezcan, rejuveneciendo así; y pasarán a la historia como un reptil traicionero, catapultados por el relato de Adán y Eva.
Hablando de los dos primeros humanos (eso, según el Antiguo Testamento), hemos de remontarnos también a las tablillas de arcilla que recogen el Mito de Enki y Nimmah y el de Enki y Ninhursag. De la misma manera que el Génesis bíblico, explican la creación del mundo y de los humanos «a su imagen y semejanza». En estas tablillas también describen el Dilmum, un lugar paradisíaco bendecido por Enki, «una tierra virginal y prístina, donde los leones no matan, los lobos no raptan corderos, los cerdos desconocen que los granos son para comer». En el poema también se habla de la creación de ocho deidades creadas por Ninhursag para sanar a Enki tras enfermarle. Resulta familiar el caso de Ninti, señora de la vida, creada a partir de una costilla de Enki.
En una vertiente más oscura, podemos destacar a Pazuzu y Lamashtu, dos entidades del inframundo. Contrariamente a lo esperado, sus personalidades no las encontramos reflejadas en Satanás, como puede sugerirnos la película de El exorcista, si no en el mismo Yahvéh. En el relato de Moisés, Dios desata siete plagas en Egipto como castigo por no liberar a los judíos, atributo que los sumerios atribuían a Pazuzu. En la última de ellas, acaba con los primogénitos de cada familia, emulando el mito de Lamashtu, a quien se le culpaba de abortos y muertes de niños.
Donde sí el Antiguo Testamento sitúa a varias deidades mesopotámicas es en figuras como Baal y Nergal.
Baal, señor de la lluvia, el trueno y el fuego purificante, era de los más adorados por los babilonios. Tal vez ese simbolismo con el fuego, y en un intento por paganizar a la religión rival, fue trasladado al lado oscuro. De la misma manera ocurrió con Nergal, señor del desierto y el inframundo.
La historia de Nergal nos conduce hacia su cónyuge, Ereshkigal. Concebida en un principio como diosa celestial, igual que su amante, acabó gobernando en el mundo de los muertos. Si bien el paralelismo con el ángel caído no coincide en la totalidad, resulta curioso que los soberanos de los infiernos siempre hayan nacido en el cielo en un primer momento. También vemos relación en el hecho de que Nergal y Ereshkigal se amaran durante seis días, y tras el séptimo decidieran formalizar su relación; no sin antes una pequeña trifulca de por medio. De nuevo hallamos similitud: de la misma manera que Adán y Eva terminaron expulsados del Edén por el pecado de la mujer, arrastrando así a Adán a la desdicha, aquí es Nergal quien cae en el averno por los encantos de Ereshkigal.
Otro mito que adjunta al sexo femenino con el caos y al masculino con el orden lo hayamos en el dios tardío Marduk y la sierpe marina Tiamat. Marduk el creador derrota a su devastadora enemiga y con las mitades de su cuerpo crea el cielo y la tierra. Este monstruo aparecerá luego en la biblia, con el nombre más conocido de Leviathán:
En aquel día Jehová castigará con su espada dura, grande y fuerte al leviatán serpiente veloz, y al leviatán serpiente tortuosa; y matará al dragón que está en el mar.
(Isaias 27:1)
La archipresente disputa entre pastores y labradores también tiene su hueco. En lugar de encontrarnos con Abel y Caín, esta dualidad viene de la mano de Innana (o Ishtar) y Dumuzi. En lugar de hermanos, nos encontramos con una pareja de dioses amantes. Innana simboliza la tierra fértil, y Dumuzi la fortaleza de los animales. Una pareja idílica que se verá quebrantada por las afrentas de Dumuzi hacia su compañera. Ishtar, a modo de venganza, lo raptará y entregará a Ereshkigal. Como condena, Dumuzi pasará los meses más calurosos del año en el Inframundo, mientras que Innana regará la tierra con su don para la vida durante esa época.
Lejos de acabar aquí, la teogonía asiria influye incluso en el Nuevo Testamento. En el mito de la reina Semiramis (o Sammurammat), se nos cuenta como esta joven de origen humilde, que sobrevivió a su infancia gracias a la caridad de las palomas que le traían alimento, llegó a ser la esposa del rey Ninus (también conocido como Nemrod). Una vez viuda, Semiramis aseguró que se su hijo fue concebido por un rayo de sol. Respaldada por los sacerdotes, aseguró que el fruto de su vientre sería la reencarnación de Nemrod e hijo de Baal, dios del sol. El vástago de Baal, llamado Tamuz, nació durante el solsticio de invierno. Tamuz, menos santo que su homólogo Jesucristo, conspiró contra su madre cuando llegó a la edad adulta. Al enterarse Semiramis, se quitó la vida y se convirtió en paloma. De esta manera la reina pasó a considerarse inmortal, y a las palomas se las adoró como a un animal sagrado.
Tal vez estas historias se entrelazaron por mero intercambio cultural, o podría ser que la religión judaica surgiera como reacción a una sociedad, que de la misma manera que adoraba a un panteón politeísta, no creía en la monogamia ni el puritanismo. Tampoco sabremos si integraron sus historias dentro de su cosmología en un intento por ganar adeptos, o tan solo se limitaron a adaptarlas para crear una religión a su gusto. En cualquier caso, no deja de ser asombroso como historias de cinco mil años de antigüedad siguen vigentes.
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