Ernest Hemingway y J.D. Salinger (Fuentes: 1 y 2).

Según Ian Hamilton, biógrafo de Salinger, aunque el autor nunca conoció a F. Scott Fitzgerald, admiraba mucho su trabajo y se veía a sí mismo como una especie de sucesor. Sin embargo, Salinger no tuvo la ocasión de conocer a su ídolo. A quien sí conoció, en cambio, fue a Ernest Hemingway. Una de las primeras personas en describir el encuentro fue John Skow en un artículo de la revista Time de 1961 titulado «Sonny, An Introduction». «En Francia, el sargento Salinger tuvo una audiencia con el corresponsal de guerra Ernest Hemingway, quien leyó su trabajo y, posiblemente en reconocimiento de ello («Jesús, tiene un talento tremendo»), sacó su Luger y le disparó a un pollo», escribió Skow.

En los años siguientes muchos expertos en Salinger contaron versiones distintas de la historia, incluyendo el mito del pollo. Lo que se sabe seguro es que Salinger conoció a Hemingway en el Hotel Ritz, después de la liberación de París en 1944. Por aquel entonces el joven Salinger contaba con 25 años y acababa de vivir una terrible experiencia: de los 3080 hombres del doceavo regimiento de los Estados Unidos que habían llegado a Francia, justo en el famoso Día D, sólo una tercera parte había sobrevivido. El regimiento militar de Salinger fue el primero en entrar a París con un objetivo sencillo: interrogar y eliminar a los colaboradores nazis. Mientras el joven hacía su trabajo, escuchó el rumor de que el escritor norteamericano más famoso del momento estaba en la ciudad.

Salinger, que ya gozaba de cierta reputación como escritor por sus textos cortos pero enigmáticos, fue en busca del novelista al hotel Ritz ‒al bar, por supuesto‒. Allí estaba Hemingway, con un vaso de whiskey en la mano. En una carta fechada un par de semanas después, el 4 de septiembre de 1944, Salinger le dice a su editor, Whit Burnett de Story Magazine, que había conocido a Hemingway y lo había encontrado de un trato considerado en comparación con la rudeza de su prosa.

Una de las primeras impresiones de Salinger sobre Hemingway fue su sorpresa sobre la diferencia entre la personalidad pública y privada del autor. En la carta a Burnett Salinger dijo que Hemingway había sido generoso, amistoso y humilde, a pesar de su fama. Hemingway le dijo a Salinger que lo recordaba por una de sus historias publicada en Esquire, y le pidió leer alguna historia nueva. Salinger le entregó «El último día del último permiso», publicado en The Saturday Evening Post, y Hemingway le contestó diciéndole que había disfrutado de la historia. Salinger termina su relato de la reunión diciéndole a Burnett que Hemingway era un buen tipo y que después de leer su trabajo le dijo que le escribiría algunas cartas de recomendación, pero Salinger rechazó la oferta. El autor de El guardián entre el centeno además presumió de que a ambos les gustaban los mismos escritores. Aunque no dio muchos detalles sobre la mayoría de los autores de los que discutieron, sí menciona una admiración pasajera de Hemingway por el trabajo de William Faulkner.

El testimonio de Salinger es bastante diferente del de John Skow en Time. Lo que queda claro es que la humildad y la generosidad de Hemingway contrasta con el estereotipo con que se suele encasillar al mítico escritor.

Carta enviada por Salinger a Hemingway en 1946 (Fuente).

No se sabe cuántas reuniones más tuvieron lugar entre los dos escritores, pero parece que hubo alguna que otra. Un amigo íntimo de Salinger, Werner Kleeman, relata una de ellas en su libro From Dachau to D-Day. Así lo narra Kleeman: «Una noche lúgubre alrededor de las 8 p.m., cuando los dos estábamos en la misma casa en Zweifall, [Salinger] me dijo: ‘Vamos a buscar a Hemingway.’ Tras eso, nos pusimos nuestros abrigos, tomamos una linterna y comenzamos a caminar. Después de aproximadamente una milla, encontramos una pequeña casa de ladrillo y notamos un letrero que ponía P.R.O., lo que significaba «Oficina de Relaciones Públicas». Unos pasos más arriba encontramos una entrada lateral, y entramos. En el interior encontramos al capitán Stevenson, que estaba a cargo de la oficina, y allí estaba Hemingway, tendido en un sofá. Estaba ocupado escribiendo en un bloc amarillo. La oficina tenía su propio generador para producir electricidad. para reporteros de guerra que querían pasar la noche en vela. El resto de la ciudad yacía en negrura». Y Kleeman continúa: «Ahí estaba yo, sentado con el gigante y con el joven aspirante a escritor, Salinger, quien ya había publicado varias historias. Mientras tomábamos champán en tazas de aluminio, quedé fascinado pensando que estaba en presencia de tales hombres dotados».

El relato de Kleeman proporciona una visión reveladora sobre las reuniones entre ambos escritores durante la guerra. El encuentro que él describe no fue el primero, lo que sugiere que hubo otros y que ambos autores se sentían cómodos cuando estaban juntos.

Por su parte, Hemingway hace referencia a Salinger en una carta enviada al escritor y crítico Malcolm Cowley, fechada el 3 de septiembre de 1945. Hemingway le cuenta a Cowley sobre «un chico de la cuarta división llamado Jerome Salinger» que, a pesar de formar parte de la milicia mostraba un rechazo hacia ella, pero una gran pasión por la escritura.

Está claro que Hemingway admiró la obra de Salinger y que no se ofendió en absoluto con la lectura que hizo Holden Caulfield de Adiós a las armas como un libro falso. En su libro Running With the Bulls, Valerie Hemingway, que trabajó como secretaria del autor y que más tarde se convirtió en su nuera póstuma, escribe: «Los autores contemporáneos estadounidenses más admirados [por Hemingway] fueron J.D. Salinger, Carson McCullers y Truman Capote». De hecho, Hemingway le compró a Valerie una copia de El guardián entre el centeno poco después de que se conocieran en España en 1959. Y, por si fuera poco, una copia de El guardián entre el centeno descansa en la biblioteca de Hemingway, en su casa en las afueras de La Habana, un volumen que, según se rumorea, está autografiado.

Pocos escritores hay a quienes rodee tanto misterio como a Salinger. La influencia de Hemingway sobre él es solo uno más de esos enigmas. Sabemos sobre ella, en gran medida, por una carta que Salinger le envió a Hemingwway en 1946. Sin embargo, es hora de reconocer la relación que se formó entre los dos escritores durante la Segunda Guerra Mundial. El 5 de septiembre de 1961, solo dos meses después de la muerte de Hemingway, Salinger le escribió una carta a Kleeman en la que se refería a la deuda contraída. «Tengo la sensación», escribe Salinger, « de que debes haberte entristecido, también, por la muerte de Hemingway. ¿Recuerdas la casita en la que nos alojábamos durante el negocio del Bosque de Hürtgen? Recuerdo su amabilidad y seguro que tú también».

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