Odebece a la morsa.

Hace más de una década, allá por el 2007, un vídeo creepy se convertía en uno de los primeros virales de Internet. En él aparecía un joven transformista bailando, mientras sonaba una canción infantil del revés. El título del vídeo: «Obedece a la morsa». Adelanto que el libro, del mismo nombre, que acaba de publicar la editorial Stirner, no tiene prácticamente nada que ver con el siniestro viral, pero para aquellos que hemos vivido plenamente el nacimiento de las redes sociales, la coincidencia de nombres no podía pasar inadvertida. Ignoro si la referencia está hecha a sabiendas, porque aunque no tengan mucho en común vídeo y libro, ambos tienen que ver, salvando las distancias, con la capacidad que tienen las redes sociales para transformar ideas individuales en colectivas.

Desde hace años hemos visto como vídeos, fotografías, frases, personas o incluso ideas son susceptibles de convertirse en memes, que se suelen asociar a un componente humorístico, pero en el origen del concepto, tal y como lo planteó Richard Dawkins en El gen egoísta en 1976, un meme es cualquier unidad de información que se transmite copiándose de un cerebro a otro, en un continuo proceso de aprendizaje, transformándose en ese proceso, en una evolución que va pareja a la evolución de la cultura. Si se aplica el concepto de meme en sentido estricto, como hace Susan Blackmore en La máquina de los memes, un meme también puede ser una escuela literaria, una determinada forma de entender la escritura, su difusión y su papel en la sociedad, un estilo en definitiva, que se autorreplica de un escritor a otro.

De eso, en gran medida, trata Obedece a la morsa: una fulgurante estrella de la poesía en las redes sociales llamada Paranoicaconreflex está a punto de fichar con una prestigiosa editorial, A contrapelo, para publicar su opera prima, algo que puede convertirse en todo un acontecimiento literario y en un éxito económico sin precedentes, teniendo en cuenta que tras ella hay una desmesurada legión de fans, dispuestos a cualquier cosa por tener en sus manos el libro de su ídolo.

Así resumido, a grandes rasgos, el argumento de la novela, este podría ser la descripción perfecta de una buena parte del panorama editorial de hoy en día. Teniendo en cuenta que las editoriales son empresas y que tienen que velar por sus intereses económicos, a nadie puede sorprender que en muchos casos la cantidad de seguidores sea un criterio para publicar que esté por encima de la calidad literaria. Para publicar o para ganar premios literarios. Pero que se acepte no significa que la polémica no esté servida. El año pasado por ejemplo, sin ir más lejos, la concesión del premio Espasa al venezolano Rafael Cabaliere, con cientos de miles de seguidores en sus redes sociales, generó bastante controversia por la más que dudosa calidad de sus versos. En definitiva, una especie de Paranoicaconreflex de la vida real. Selfies disfrazados con palabras trascendentes pero vacías, producto del sometimiento a la cultura de la imagen, algo que se deja entrever ya en el nombre del personaje. «La nueva sentimentalidad se había hecho con las mentes sensibleras de una generación de adolescentes cuya única obsesión era experimentar con sentimientos de amor y desamor como quien juega con probetas y otros artefactos de química, llorando a moco tendido con lo obvio que desgranaban sobre el papel gentes que había pulverizado todos los récords de ventas en poesía», se dice en un momento de la novela. Y más adelante se advierte: «Bajar la calidad para que la poesía sea accesible al gran público acarreará repercusiones negativas a largo plazo. No se trata de un producto textil, están jugando con la educación ética de millones de jóvenes hispanoparlantes, y lo que es aún más grave: con el honor de la literatura».

Recogiendo la vieja idea, que Thomas Mann expusiera en La montaña mágica y que ha su vez tomó de Aristóteles, de que todo es política, Obedece a la morsa demuestra que la poesía no es ajena a esta máxima. La crítica no se limita a la nueva sentimentalidad poética sino aborda otros temas más espinosos como la ambigüedad y la indeterminación de la izquierda o el independentismo catalán y su enfrentamiento con el estado, y también lo hace con un descaro y una mordacidad demoledores.

El humor son los cimientos sobre los que se levanta esa crítica. La parodia, entendida como espejo cóncavo que distorsiona la realidad, es más que evidente. Muchos de los personajes, con nombres algo tergiversados pero lo suficientemente reconocibles, hacen referencia a personas reales. Escritores, políticos, músicos o estrellas mediáticas desfilan por esa galería de la deformación satírica. En el caso de los protagonistas, porque aunque la trama gire alrededor de Paranoicaconreflex, en realidad se trata de una novela coral, ninguno se salva del disparate o de la excentricidad. Todos ellos, sin excepciones, tienen un halo de extravagancia que parece sacada de La conjura de los necios.

Uno de los aspectos que más pueden llamar la atención de Obedece a la morsa, incluso antes de leerla, es que está escrita a ocho manos. Basta echarle un vistazo al índice para comprender el milagro. Las diferentes plumas no se han fundido en una amalgama más o menos heterogénea sino que se ha llevado a cabo un minucioso reparto de capítulos en el que cada autor se ha convertido en dueño y señor de la parte que le ha correspondido. Esto explica, en gran medida, la manera en la que ha sido escrita la novela. Dividida en tres actos, no hay una extensión similar para cada capítulo, y además encontramos planteamientos narrativos muy diferentes, desde los más tradicionales a los más audaces. Una propuesta que, lejos de resultar incongruente, resulta sugestivo.

Más allá de la poesía, un territorio que tradicionalmente se ha percibido como un feudo de minorías, Obedece a la morsa reflexiona sobre la dualidad, llevada a extremos nunca antes visto hasta ahora debido a las redes sociales, entre privacidad e imagen pública, sobre cuánto decidimos exponer de nosotros mismos y si pasado cierto punto lo que consideramos como nuestra esencia, lo más íntimo, se puede llegar a identificar plenamente con lo público. Así entendido, este libro es un termómetro de la cultura que vivimos y, por lo tanto, una lectura más que recomendable.

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