Los hombres matan mucho más obedeciendo que rebelándose.
Fernando Constantino R.
Exactamente, con la obediencia se destruye más, se asesina más, se aliena infinitamente más, se corrompen las almas y los cuerpos en mucho mayor número, se alimentan los dragones interiores, los que perviven agazapados en los oscuros umbrales del ser humano. Con la obediencia se revelan también las inadvertidas cabezas de Medusa, se siembran partidos políticos adoradores de Vichy, sindicatos culomorfos, colaboracionistas y de pantallas de sesenta y tres pulgadas, se construyen personas que resultan ser castillos de arena podrida y de paja tifoidea.
La desobediencia, como también nos dirá Fernando Constantino R., es la única fuente y sostén del derecho, y yo añadiría, que de justicia.
Cuando me observo desde fuera, me percibo como un aprendiz de cínico, como un sofista de la escuela de Diógenes que se descojona de todo, que a todos dice que sí, que a todos les hace creer que da pábulo a sus palabras o a sus principios.
Sí Buana, sí jefa, sí familia, sí coordinadora, sí supervisor, claro que sí cantamañanas de turno, lamedor de culos capitalistas que aspiras a reportero, sí doctora, sí doctor…..cuando, en realidad jamás he creído en sus preceptos ni en sus acuosas verdades, ni en sus fantasías de «fábrica de chocolate Wonka», ni en su mierdosidad palafrenera, falsa, filibustera. Ni en sus templos, ni en sus dioses con forma de centro comercial, de salud o de restauración, ni en sus encanijados dogmas ateridos de sífilis en estado terminal.
Les gusta que crea que me trago sin rechistar sus axiomas estúpidos y sus velos de cobardía.
Por todo esto, y más que luego les contaré, deseo hablarles de la historia del anarquista italiano Bruno Filippi, porque me parece una de las personas y de los militantes libertarios, cuya memoria estamos obligados a recuperar.
A Bruno Filippi ( 1900-1919), que nació con el inicio del siglo XX en la localidad toscana de Livorno, le podemos encuadrar entre los anarquistas individualistas y de sentir iconoclasta, más relevantes, o al menos, más interesantes de la historia. No tanto ya por sus acciones directas contra el sistema, como por sus escritos, en los que se refleja un pensamiento filosófico y político apasionante.
Si algún día me preguntaran sobre lo que para mí es un hombre, contestaría sin dudarlo, Bruno Filippi.
Ya desde adolescente, Filippi es un anarquista de sobra conocido por la policía, que lo tacha como » elemento peligroso».
En 1915, en el transcurso de una manifestación antimilitarista que tiene lugar en la ciudad de Milán es arrestado, y en el consiguiente registro le encuentran un arma de fuego, aunque sin la munición correspondiente.
Pasa un tiempo en prisión y tras el estallido de la Primera Guerra Mundial es reclutado por el ejército y enviado al frente de batalla.
Aún, siendo militante de la facción partidaria de la neutralidad de Italia en la guerra, una vez en el frente cambia su percepción y se posiciona a favor del intervencionismo, con la secreta esperanza de que la clase obrera, hastiada y cansada de las funestas consecuencias económicas del conflicto, reaccionara contra el estado y el estatus quo.
«Perros que lamen la mano de los que te golpean! Y es para ti, solo para ti que debo levantarme? (….)
Carrión pudriéndose en resignación(….). Ni siquiera un cigarrillo para ti. No quiero unirme a la corte de los cortesanos del proletariado, que excusan, inciensan, adornan con laureles. Se quejan de la guerra, mientras ustedes son sus autores y perpetradores porque la soportan. No compadezco a los soldados que murieron por tu culpa. La masa fea, que se deja arrastrar al matadero sin un movimiento de rebeldía, que se deja matar de esta manera, sin una razón, que abandona todo lo que es más querido, por el simple orden de una hoja pegada a una esquina, es demasiado vil: merece la muerte, merece el cuchillo del verdugo.»
En este texto, Filippi muestra muy claramente su desprecio por las masas y el proletariado, a los que considera viles y cobardes, incapaces de rebelarse contra sus opresores. Peculiaridades estas, la cobardía, la pasividad, el engreimiento, que a día de hoy, en pleno siglo XXI, sigue padeciendo si cabe con mayor agudeza, la clase obrera en general.
Bruno Filippi, es un anarquista muy poco usual, cercano a los círculos más radicales del anarco-individualismo.
El anarco-individualismo es una tradición filosófica dentro del anarquismo, que incide o se preocupa por la autonomía del individuo por encima de cualquier otra consideración. Max Stirner se constituyó como el gran teórico del anarquismo individualista, en su obra «El único y su propiedad», Stirner concluyó que el » hombre» debería ser el centro de toda reflexión política y filosófica, y aún de toda la realidad. Pero, no el hombre en general, ni como representante de la humanidad en un sentido abstracto, sino del individuo, de «mí mismo» en cuanto «yo» único.
Filippi ejerce de provocador siempre que tiene ocasión, realizando declaraciones incendiarias, como cuando expresó aquello de que prefería a la burguesía antes que al proletariado, porque a pesar de la mediocridad intelectual y cultural de la primera, esta tiene la capacidad de buscar sus propios intereses, algo de lo que el proletariado adolecía por aquel entonces, y de lo que hoy en día, por increíble que parezca, sigue adoleciendo, sin que le haya sido posible desalienarse, desadormecerse y levantarse contra el orden injusto de las cosas.
El anarquismo que profesa Filippi no consiste en un ideario de revuelta social, sino que necesariamente, debemos concebirlo como un anarquismo basado en una revolución existencial, o si se prefiere, un anarquismo existencialista, siempre y cuando tengamos en cuenta que no apunta tanto contra la burguesía, como contra esas masas indefinidas que componen un proletariado cobarde y ruín.
Bruno Filippi también escribe, colaborando activamente con Renzo Novatore en la revista «Iconoclasta», que en 1920 se encargó de publicar sus textos póstumos titulados « Los grandes iconoclastas».
Tanto a Filippi como a otros destacados miembros de su grupo de anarquistas individualistas, se les atribuyen una serie de ataques violentos contra diferentes instituciones, el 29 de julio de 1919 en Piazza Fontana, en vía Paleocapa y en el Palacio de Justicia de Milán.
Para los anarco-individualistas como Filippi, la violencia no era un fin en sí mismo, sino un medio para la consecución de sus objetivos políticos y sociales.
En el prólogo a sus escritos póstumos, Carlo Molaschi escribirá lo siguiente:
«Odiaba esperar porque todo era un relámpago en él.
Ateo, no creía en las multitudes. Los conocía boca abajo, debajo del látigo de la ley.
Había aprendido de Shopenhauer la fatalidad del dolor humano. Entonces se volvió estoico.
Hizo suyo el lema de Gaetano Bresci :
» Cuando la vida es impropia, la muerte es mejor «. Y se encaminó hacia su muerte, serenamente»
Como muy bien nos advierte Carlo Molaschi, la fatalidad de la vida, continente de dolor y provocadora involuntaria de su contrario, la muerte, es algo que Bruno Filippi tenía más que asumido.
Para un buen anarquista, una vida sometida, una vida de súbdito, de extranjero entre los tuyos, es una vida fatalmente inasumible.
Por eso mismo, el día 7 de septiembre de 1919, mientra portaba un artefacto explosivo con el fin de hacerlo detonar en el seno del llamado círculo de nobles, en la «Gallería Vittorio Emmanuele» del Palazzo Marino de Milán, algo no salió como se esperaba y el artefacto explosionó antes de tiempo, provocándole la muerte instantánea.
«No creo en la ley. La vida, que es toda una manifestación de fuerzas incoherentes, desconocidas e incognoscibles, niega la artificialidad humana de la ley. El derecho nació cuando nos lo quitaron, de hecho, originalmente la humanidad no tenía ningún derecho.
Vivió, eso es todo. Hoy en día en lugar de derechos hay miles de ellos; se puede decir sin error que todo lo que nos falta se llama bien».
Bruno Filippi se aparta de las masas amorfas, detesta la cobardía gallinácea del proletariado, prefiere y antepone la muerte a una vida sin dignidad, sin humanidad….
Percibe las montañas de leyes como subterfugios vacíos de una burguesía enmierdada hasta en sus elementos invisibles, creadora de un inmenso corral de tontos, aburridero donde se abortan las personas denegándoles su esencial derecho a la locura.
Este anarquista pelea y polemiza contra la existencia misma, la encara armado del supremo poder que le confiere su ansia de libertad. Acomete a los hombres jibarizados, se ríe de las mujeres que asumen el ideario reaccionario como una tabla de seguridad.
A más de cien años desde su muerte, volvemos la vista atrás y nos encontramos frente a la escandalosa relatividad del tiempo, esa física que a penas podemos asumir, que no conseguimos comprender.
Es como si casi nada hubiera cambiado, los mismos hombres, idéntica cobardía, muy semejante aculturación, parecida alienación social, aproximadísima desigualdad, injusticias con forma de bucle y vocación de eternidad. Aunque, eso sí, sabedoras de contener un talón de Aquiles en peligro de ser descubierto por generaciones más osadas. Tal vez, quién sabe, si algún día…
Y para terminar, me siento exhortado por las mismas preguntas que en su día interpelaran al propio Bruno Filippi, debemos responder a la violencia de los explotadores con la misma cantidad de violencia?, acaso podemos sucumbir en lo moral al dilema de la violencia, el gran dilema que nos persigue, nos acosa, nos hace temblar, dudar, interrogar, buscar, peregrinar, fantasear, odiar, amar, proteger, injuriar, alardear, derrapar y hasta matar.
Este dilema, el del uso de la violencia, es el que poseyó la vida y la razón del anarquista Bruno Filippi, pero también, y con la misma fusta, nos persigue a cada uno de nosotros…
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