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Poesía y jazz son dos géneros que han caminado juntos en multitud de ocasiones y han dado lugar a fascinantes colaboraciones. La unión entre ambos dos mundos tiene sus raíces en las comunidades negras de Estados Unidos, sobre todo a partir de la «Harlem Renaissance» de los años veinte, con autores como el neoyorkino de origen jamaicano Claude McKay (autor de Banjo), Sterling Brown, Countee Cullen y, sobre todo, Langston Hughes, que iba a todos lados con un fonógrafo y discos de Armstrong y de Ellington y que compuso más de ciento cincuenta blues.
Sin embargo, la literatura europea tampoco fue ajena a esa realidad. Aunque los surrealistas se alinearon detrás de Breton, que proclama su desprecio por toda clase de música, Philipe Soupault se desmarcó y en 1917 escribió en La Rosa de los vientos el poema Ragtime, dedicado a Pierre Reverdy, que veinte años después grabará en disco con el trompetista Philippe Brun. Por su parte, Cocteau, que tocó la batería en el «Boeuf sur le toit», fue uno de los pioneros de las «recitaciones jazzificadas», grabando en 1929 con la orquesta de Dan Parrish. También el belga Robert Goffin, que publicó en 1922 su libro de poemas Jazz-Band, y el suizo Charles-Albert Cingria se interesaron por lo que el swing podía aportar a la poesía.
A este lado de la frontera, aunque la «música negra» no caló tan profundamente como en otros países europeos, sí se percibió cierto soplo en algunos poetas de la generación del 27, en gran medida como consecuencia de sus inquietudes, sus viajes y sus contactos. De sobra conocida es la fascinación que ejerció sobre Lorca, como dejó constancia en Poeta en Nueva York, pero también Alberti hizo referencia al jazz en algunos de sus poemas. Gómez de la Serna también celebró la música negra en enero de 1929, en la presentación de la primera película sonora de la historia, El cantor de jazz. Muchas de esas conjunciones hispánicas se recogen en la antología publicada en 2013 por la Fundación José Manuel Lara Fruta extraña, a cargo de Juan Ignacio Guijarro.
En las décadas de 1940 y 1950 la unión de poesía y jazz inspiró nuevas colaboraciones de inusitada altura, tanto que se ha llegado a hablar de la «poesía del jazz». Como lo describe el poeta y estudioso de la literatura Barry Wallenstein, la poesía del jazz ocurre «cuando las dos artes se combinan físicamente, cuando los poetas, colaborando con la música en el escenario o en un disco, fusionan el lenguaje y la música en un sinergismo único».
Es esta mezcla de formas lo que nos dio piezas como «Escenas en la ciudad» de Charles Mingus, una pieza de casi doce minutos en la que la banda de Mingus pone música a Melvin Stuart mientras recita un poema de Lonnie Elders y Langston Hughes sobre la vida de la ciudad y la música moderna. Hughes, por su parte, no era ajeno al jazz: pasaba gran parte de su tiempo en clubes de jazz y haría su propio álbum de poesía con jazz, Weary Blues, en 1958. Kenneth Patchen y Jack Kerouac también se unieron a músicos de jazz para grabar álbumes en la década de 1950. De hecho, la generación beat producirá los más bellos poemas de jazz: los doscientos cuarenta y dos chorus del Mexico City Blues de Kerouac, cuya influencia en Bob Kaufman le impulsó a dedicar al jazz la mayor parte de su obra.
Si bien es cierta la afirmación de Wallenstein de que «la colaboración entre poesía y jazz floreció en la década de 1950», esa radiante unión se mantendría viva más allá de esa época, con obras de aritstas como Gil Scott-Heron y The Last Poets en la década de 1970. Amiri Baraja grabaría varios álbumes, incluido uno para el sello Black Forum de Motown en 1972 y el poeta Jayne Cortez, que lanzó varios álbumes, incluido uno con el bajista Richard Davis en 1974. Y por supuesto no se puede olvidar al danés Ebbe Traberg, aficionado al jazz hasta la médula, coleccionista de discos, trotamundos y amigo personal de docenas de grandes figuras del jazz, supo combinar como nadie una sensibilidad nórdica con un dominio consumado de toda clase de ingredientes jazzísticos. O Joan Margarit, el poeta hispánico que probablemente mejor supo incorporar el universo del jazz a su lírica personal.
Si bien la poesía del jazz puede tomar muchas formas, lo que trata de hacer en esencia es reflejar cómo el poeta escucha la música y la traduce a la página. O cómo los músicos notan los versos y luego los convierten en sonido. Como dijo Langston Hughes una vez, «traté de escribir poemas como las canciones que cantaban en Seventh Street».
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