Muchas mujeres no desean tener hijos, y muchas mujeres con hijos desean no haberlos tenido. Son madres arrepentidas. No están locas, ni desviadas. No son amorales, inmorales, ni malas personas. No son malas madres, ni son incapaces de amar a sus hijos. Simplemente anhelan la posibilidad de “no ser madre de nadie”, de vivir una vida en la que no sean responsables de otra vida.
‘Madres arrepentidas’ (2015), de Orna Donath, es un magnífico ensayo sobre el tabú social que supone el admitir no desear ser madre, siendo mujer, con foco en el arrepentimiento de haber sido madre. Resulta, a falta de mejores palabras, fascinante y aterrador descubrir la enorme presión social que tienen las mujeres sobre sus hombros y matriz.
Aunque la autora admite que se queda corto y se hace necesario abrir el estudio a otros géneros, e incluso otros estudios que profundicen en el fenómeno desde un punto de vista cuantitativo —por aquel entonces no se sabía cuántas madres se arrepentían de tener hijos, en España ahora se sabe que la cifra supera el 10%— es un libro imprescindible para toda mujer que se plantee la maternidad.
No desear ser madres
Uno de los primeros tabúes que rompe Orna Donath es que no por nacer mujer se desea ser madre de nadie. A través de entrevistas personales con mujeres que han sido madres, la autora analiza la posibilidad silenciada de que muchas mujeres no quieren hijos, y que incluso preferirían no haberlos tenido.
Esto no significa que no quieran a sus hijos, aunque la mayoría de ellas señalan que hubiesen preferido no tener esta responsabilidad personal y carga económica con confesiones sin censura que advierten sobre la magnitud del problema. Cuando fuerzas a una mujer a ser madre, ya sea por presiones familiares, de la pareja o estatales, se está suprimiendo su personalidad.
“Es una cuestión de renunciar a mi vida” [previa], comenta una madre. Otra dice que “porque podría haber hecho otras cosas que son valiosas para mí” y una tercera que tras tener hijos sentía que se “difuminaba hasta desaparecer”. La mayoría relatan ese tipo de desvanecimientos personales. Tras los hijos, ellas desaparecen y dejan de importar. Su rol social consiste en ser madres.
Curiosamente, la situación no cambia en función de los ingresos o si se dispone de condiciones ventajosas como una situación económica mejor o un marido atento. Muchas madres simplemente no ven un escenario en el que querrían ser madres, ni siquiera teniendo mucho dinero o repartiendo las tareas. No es una cuestión de oportunidades.
Esto choca frontalmente con el discurso dominante de que todas las mujeres quieren ser madres pero no pueden por diversas circunstancias. Que por cierto, ya se sospechaba porque, de hecho, quienes más hijos tienen son precisamente quienes peores condiciones económicas disponen.
La maternidad puede no ser bonita
Otra de las presiones, más veladas, deriva de que la maternidad se vende como una experiencia buena per se. Toda maternidad trae alegría y prosperidad, y toda mujer madre es feliz. Por descontado, esto es mentira, pero no deja de repetirse una y otra vez.
“La maternidad se estructura como una promesa, la promesa de que la maternidad supondrá con toda seguridad una vida mejor para las mujeres de la que tenían antes de ser madres”, dice la autora. A veces la maternidad se articula como la solución a un problema de pareja. Otras como una solución política.
La maternidad como arma de guerra
No es ningún secreto que Israel, el país de la autora, es un estado natalista. Es decir, que incentiva la natalidad. En su caso, esta política se enmarca en la colonización de Palestina. Cuantos más israeslís nazcan de cada mujer, antes será posible expulsar al pueblo palestino de Cisjordania y la Franja de Gaza. Es por ello que la maternidad está considerada parte de una guerra santa contra los musulmanes, que evidentemente son infieles a los que arrasar.
Las mujeres ya no son mujeres, sino receptáculos (vessels) o vainas que sirven para producir más soldados con los que ganar la guerra. Cuando una mujer israelí manifiesta que no querrá tener hijos, en su entorno se entiende como que no quiere ‘hacer su parte’ o ‘colaborar’ en el ‘problema’ palestino. No cumple su propósito, y por tanto es una paria.
En España el natalismo institucionalizado aboga por otro clima de presión y miedo: las pensiones. Así, se induce a las mujeres y familias a ‘hacer su parte’ en la sociedad produciendo hijos con los que asegurar la pensión. Que el sistema sea insostenible ambiental o económicamente, o que funcione como un timo piramidal no es relevante: las mujeres deben ser madres para parir más contribuyentes.
Maternidad, terapia del miedo
Decía Naomi Klein en ‘La doctrina del shock’ que los Estados Unidos de América habían aprendido tiempo ha a aprovechar el miedo como herramienta. No descubrieron nada nuevo. La política del miedo social institucionalizada es una vieja conocida de las religiones monoteístas abrahámicas, que tienden a invadir el espacio público hasta saturarlo.
Cualquiera que se salga de la línea marcada a fuego es inmoral y debe volver al redil. Una mujer que no quiere ser madre es una amenaza para el sistema. Es por ello que la presión social sobre las mujeres para que sean madres sigue un discurso en el que se presupone que “hay algo mal cuando una mujer no desea ser madre”, algo que arreglar o resolver. Algo que difiere de la realidad.
El discurso pronatalista no es muy diferente del discurso homofobo: se sustituye el “ya le gustarán las mujeres” por “ya le gustará ser madre”, como si haciendo la suficiente presión social la gente por fin alcanzase un lugar ‘correcto’ en la sociedad. No lo hace, solo consigues mujeres infelices.
Como destaca Donath, el fenómeno de consolidación del tabú es complejo. El miedo a ser diferente, a no seguir los ‘preceptos biológicos’ e incluso la envidia son mecanismos poderosos. “En el fondo de nuestro corazón las envidiábamos por su libertad y su capacidad de vivir la vida sin esa carga, sin renuncias ni sacrificios”, comenta una madre arrepentida que durante años fue parte del problema e imponía el discurso de que toda mujer debe ser madre.
Con el objetivo de ahorrar en libros y reducir (un poco) mi impacto ambiental, este año leeré todos los libros que pueda en la tablet de la fotografía, una BOOX Note Air (reseña).
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