Jaume Plensa es un artista bastante amado por nuestra familia. Tras ver el documental ¿Puedes oírme?, teníamos mucho que comentar.
Su peculiar forma de trabajar -y de pensar, que, a fin de cuentas, es lo mismo- siempre nos había fascinado. En ocasiones nos hemos sorprendido con sus esculturas mágicas en lugares inesperados. Tal vez eso sea otro de los elementos que han fortalecido el cariño por un artista casi minimalista.
Mamá, por su parte, con sus reiterados gestos de admiración, ha depositado su atención en la universalidad de su obra. « No hace falta saber sobre arte, ni mucho menos sobre arte contemporáneo, para sentir su obra ». Ve que sus esculturas rescatan la humanidad que falta en nuestra sociedad. La lectura de mamá, como buena profesora, se ve condicionada por sus intentos de hacer accesible algo tan complejo como es un concepto, una idea. Algo que siempre ha de cruzar los laberintos de la comunicación para hacerse tangible, para tocar al prójimo. Ve en él, por tanto, una habilidad que ella aspira a tener.
Ángela, por otra parte, se ha centrado en uno de los comentarios del artista: « En ocasiones, dejamos pasar los momentos que más nos identifican como humanos; como los momentos íntimos junto al mar ». Momentos que se pierden en nuestra monotonía. Ve que Plensa dedica tiempo y espacio a ello, ve que él se percata de algo que ella pasa por alto con frecuencia, y ve que a él le define. Ella, por tanto, ve en él una concepción del mundo compensada por la espiritualidad; una de la que ella, muy a su pesar, carece.
Papá, desde sus ojos literarios, no ha podido sino ver la poesía en los grandes rostros esculpidos en piedra del artista. Le impresiona su manera de transmitir un sentimiento de una manera tan poderosa. Él siempre dice que la poesía no se comprende: se siente. Habrá descubierto en la calma de las esculturas ese poder comunicativo que evoca un sentimiento inminente, casi reactivo, como él recibe de la poesía. Saber recrear algo así, desde la innovación, desde los nuevos formatos, desde una idea pura; le parece el regalo más absoluto que un artista podría hacer. Un regalo en forma de enseñanza, la comunicación de un sentimiento. Una maestría a la que él le encanta aspirar.
Y, de los cuatro, sólo quedo yo.
Yo me he quedado con una serie de cosas. No puedo sino pensar en cuál es mi filtro, qué ha orientado mi atención y cómo usarlo para conocerme mejor. Y de esa comparativa, veo que al descubrir a papá, mamá y Ángela, siendo ellos mismos; obtengo una reafirmación de sus identidades. Y sin embargo, al verme a mí, no veo más que un tímido y ansiado intento de construirme. Tal vez debería ser capaz de verme en el presente, construida y libre para aprender, no en una constante cuesta de frustración por empezar a ser.
Así, y de todo el documental, mis preguntas se han basado en una de sus afirmaciones:
«En toda mi vida, en todo el trabajo que he hecho, mi arte ha sido un intento de comprender al prójimo».
¿‘Comprender’? Eso me descuadra. ¿El arte no es comunicación? ¿El arte no es la reivindicación de lo que uno lleva?
Llevo tanto tiempo obsesionada con aprender a comunicar, con adquirir herramientas para transmitir lo que me pasa por la mente, que se me había olvidado que ‘lo que me pasa por la mente’ es consecuencia de un intento por comprender. ¡Claro que el arte es comunicar! Pero para ello hay que construir el pensamiento, la idea.
Supongo que me sorprende su manera de concebir la fuente de inspiración. No se trata, por tanto, de un deseo por transmitir su arte, se trata de un deseo por dialogar.
Y me parece un método excelente para vencer la soledad. Me parece una estrategia que transforma el sentido del arte. Tal vez es eso, que nunca le había dado sentido; y hasta ahora, con mi tímido aprendizaje sobre los usos del arte, lo había utilizado como un mero método de exhalación, de grito hacia fuera. Y, sin embargo, esta nueva concepción le adjudica un propósito mucho más completo, uno que lleva implícito un objetivo, una manera de comprender e interactuar con el entorno, de ser humano. Una manera de vencer la soledad.
Un modo para enfrentarse a ella, uno al que puedo aspirar. Uno que podría ser de utilidad a la hora de recurrir al arte para ser todo lo que soy: una persona curiosa, deseosa de comprender y, de igual modo, de compartir su comprensión del mundo. Una que desea demasiado compatibilizar en su trabajo sus más importantes inquietudes. Una habilidad de la que carezco.
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