Se dice en la biografía que Eric Luna, diplomado en Biblioteconomía y Documentación, nacido en 1984, ha tenido trabajos tan dispares que no merece la pena enumerarlos.
El Arte de mantenerse a flote es una antología de doce relatos, a cada cual mejor, que no ocupa más de 123 páginas y que, más que relatos, son doce puñaladas de ficción a la realidad. Los personajes que habitan estas páginas afrontan sus penas y frustraciones en una sociedad donde no encajan o donde han dejado de encajar. Una sociedad gris, involutiva, que absorbe a sus convivientes como un agujero negro. Eric Luna recurre a realismos tan desnudos que pueden interpretarse como crónicas o a distopias en futuros tan cercanos que ya podemos intuir.
La antología comienza con un camarero respondón. Quiénes hayan tenido o tengan un trabajo de cara al público disfrutarán de esta presentación de la obra, de esta declaración de intenciones, de esta venganza, al menos espiritual, de los que sufrimos en puestos de prestación de servicios y que algunos clientes confunden con servilismos medievales. El relato es bueno, pero el resto no hace sino mejorar.
Pasamos por Granada en un blues que es un relato para seguir con un barman un tanto misántropo. Abordamos entonces los relatos de corte distópico. El del interrogatorio de dos funcionarios del ministerio de trabajo que someten al protagonista, creador de contenidos, a un «procedimiento estándar de reconciliación laboral», ya que quiere dejar de trabajar para dedicarse unos meses a escribir, me dejó bastante tocado. Este relato me evocó a Huxley, a Orwell y a Bradbury, pero también a la entrevista del Agente Smith con Neo. Lo etiqueto distópico, pero espérate a un par de reformas laborables más y veremos si no hay que meterlo con los realistas.
La siguiente historia la imaginé en una oscuridad gris repleta de neones tipo Blade Runner, donde un funcionario se jubila, deja de ser útil a la sociedad y, entonces, pues sobra, no digo más. Seguimos pasando las páginas, nos encontramos con máscaras respiratorias que eliminan los rasgos faciales y una máquina de producción en serie que es un experimento sociológico y también una metáfora sobre qué desean los empleadores que nos convirtamos los empleados.
Dejamos la ciencia ficción, llegamos a otro tipo de relatos, quizá más íntimos, donde encontramos un escritor que decide ganarse el sustento escribiendo sobre vaginas, pasamos por un relato Bebop, y luego otro relato, que es una delicia, con Lynyrd Skynyrd de fondo donde dos mileuristas se hacen un Thelma&Louise. Como veis, la música está muy presente en toda la obra.
De colofón, la última historia, redonda, perfecta para cerrar esta antología que nos habla de ficción y de realidad y de los límites —difusos— entre una y otra: Un español expatriado en Chile, escritor en ciernes, decide ganarse unas monedas ofreciéndose como mecanógrafo. Se topa con todo un personaje, un predicador evangélico que le cuenta la historia de su vida, que dispara su creatividad. El final de esta historia me dejó con una sonrisa bobalicona que aún me dura.
Recomiendo El Arte de mantenerse a flote a todos aquellos que, como el autor, como yo mismo, hemos dado tumbos por mil trabajos diferentes, hemos vagado sin saber muy bien qué hacer con nuestras vidas, hemos vivido, viajado, amado, perdido y encajado la derrota; tras su lectura seguirás sin encontrar un trabajo digno, sin encontrar estabilidad, verás pasar un día tras otro en la oficina, en la fábrica o, peor, en las búsquedas de Infojobs, contarás los días para que acabe el mes, tendrás presente cuándo vence tu contrato y apretarás los dientes simulando una sonrisa frente a ese imbécil que resulta ser un cliente, pero después de beber del imaginario de Eric Luna encontrarás que lo tuyo, amigo, es todo un arte.
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