El infierno del dibujante de Kiko Da Silva

Tal vez sea porque se trata de una realidad que les pilla de cerca, pero lo cierto es que son muchos los escritores que tienen libros protagonizados por escritores o donde la escritura juega un papel bastante relevante. Sin embargo, no es algo tan frecuente en el mundo del cómic, aunque tampoco se puede decir que sea inexistente. Como ejemplos bastante significativos encontramos la biográfica Las aventuras de Herge y, en la misma línea, La marca Jacobs; y si volvemos la mirada de puertas para adentro, en España tenemos una de las novelas más importantes de este microgénero: El invierno del dibujante de Paco Roca. A esta escueta lista habría que añadir además El infierno del dibujante de Kiko Da Silva.

No por casualidad, los nombres de estas dos últimas novelas son sospechosamente parecidos. Es más, a poco que se mire la cubierta del libro de Da Silva, rápidamente vendrá a la cabeza otro libro de Roca: el emblemático Arrugas. En ambos vemos a una persona mayor asomándose por la ventanilla de un tren que parece ir a toda velocidad, al tiempo que hojas de papel parecen salir de la cabeza del personaje. Estas similitudes, aunque solo sean la punta del iceberg, nos ponen sobre la pista de lo que vamos a encontrar en las páginas del libro: un inmenso homenaje, lleno de amor y destreza, al mundo del cómic.

Siguiendo el esquema de una especie de falso documental, El infierno del dibujante está protagonizado por Manuel Pardo, un dibujante fracasado que no ha conseguido publicar nada a lo largo de su vida porque siempre se le adelantan otros con ideas prácticamente idénticas.

La premisa no es nueva ni mucho menos. Antes bien, se incluye en una larga tradición que se remonta a La Celestina y al Quijote: el tópico del manuscrito encontrado. La idea, una excusa por supuesto, es que el autor ha encontrado un documento a partir del cual desarrolla su propia obra. Y si estamos ante un cómic que trata sobre cómics, la referencia a uno de los escritores en cuya obra tiene más peso la propia figura del escritor es inevitable: Jorge Luis Borges. Concretamente, en su célebre relato «Pierre Menard, autor del Quijote» vemos a un autor que ha escrito, en pleno siglo XX, algunos capítulos del Quijote, idénticos a los de Cervantes palabra por palabra y coma por coma, sin haberlos copiado o transcrito. Aunque si nos acercamos algo más al presente, la novela que no puede dejar de mencionarse, porque tiene el mismo argumento, es Manual de literatura para caníbales de Rafael Reig, en donde acompañamos a la familia Belinchón a lo largo de varias generaciones de escritores a los que siempre se les adelantan otros autores en innovaciones literarias.

Esta trama permite a Da Silva hacer un repaso por algunos de los grandes clásicos de la historieta, un homenaje que va más allá de mencionar a esos autores sino que logra mimetizar su estilo a lo largo de varias páginas. Uno de los reconocimientos más notables es el que se hace hacia Francisco Ibáñez y hacia la editorial Bruguera. Al principio de su carrera, Manuel Pardo trata de probar suerte en la mítica Bruguera, pero Ibáñez, que siempre ha tenido fama de prolífico en cuanto a ideas y a cantidad de trabajo, se le adelantaba una y otra vez ‒así se puede entender mejor por qué la referencia a El invierno del dibujante‒. Otros de los dibujantes que aparecen en el libro son: Uderzo, Morris o Quino. Así, vemos cómo Manuel Pardo hace su propia versión de esos míticos personajes, con ligeros cambios en sus nombres y con un toque de ironía y un tratamiento mucho más actual de los temas: Mortalelo y Filetón, 13 rue del deshacio, Rompetejos, Malfalada o Lucky Stricke, entre otros. En estas lides, Da Silva demuestra tener una absoluta maestría para copiar estilos, que va más allá del imitar el tipo de trazo o el color, sino que también consigue captar, de alguna forma, el humor.

A lo largo de la novela además se introducen otro tipo de documentos que no son únicamente dibujos, entre los que destacan las páginas del diario de Manuel Pardo y que, de alguna forma, sirve de nexo de unión entre las distintas partes, puesto que a pesar de no ser un libro demasiado extenso se condensa una vida entera ‒esto se consigue destacando momentos puntuales y usando el diario como puente entre esos episodios‒.

Uno de los detalles más sorprendentes de la obra de Da Silva está al final, donde una vez más vuelve a hacer un giro borgiano, consiguiendo introducir la historia dentro de la historia. Y es que la vuelta de tuerca definitiva era que Kiko Da Silva se adelantara a Manuel Pardo escribiendo un libro titulado El infierno del dibujante. Existe una curiosa anécdota en torno al final y a todo el libro en general. Da Silva presentó el libro al Premio Castelao de Cómic que convoca la Diputación de A Coruña, pero para hacer que el cómic se hiciera realidad, envió la misma obra por correo postal desde Madrid, a nombre de Manuel Pardo. Una situación que, para colmo de las representaciones en abismo, aparece dentro del propio libro. La cuestión es que la polémica se mantuvo viva, porque a partir de ese momento Manuel Pardo se dedicó a poner verde a Da Silva por redes sociales e incluso han llegado a batirse en duelo de dibujantes en alguna presentación.

Si lo dicho hasta ahora no es suficiente para convencerse de que este collage visual, hecho desde un estilo muy personal, es imprescindible para cualquier amante de los cómics, no sé qué lo hará. «Lo importante es el juego», dice Carlos Portela al referirse a la obra de Da Silva en un epílogo. Desde luego, El infierno del dibujante tiene mucho de juego, pero que su intención lúdica no nos engañe haciéndonos pensar que nos encontramos ante una obra menor. No hay ninguna duda de que solo las manos más experimentadas son capaces de hacer novelas como esta.

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