Aphra Behn (Fuente).

Cuando se habla de la creación de la novela moderna, el nombre que resuena en todos los oídos, con toda justicia, es el de Miguel de Cervantes. No en vano, el Quijote no es solo la obra más importante y conocida de la literatura española sino que su influencia fue esencial en toda la narrativa europea, lo que la hizo encabezar la lista de las mejores obras literarias de la historia según las votaciones que el Bokklubben World Library hizo en 2002 a petición de 54 países. Sin embargo, existe un antecedente muchísimo menos conocido para la novela moderna. Un antecedente formado por escritoras cuyos nombres hoy en día son prácticamente ignorados en su totalidad.

Antes de que surgiera lo que se convertiría en la novela moderna, existía un tipo de ficción sentimental, que se hizo muy popular en Gran Bretaña a finales del siglo XVII y principios del XVIII. Era un género centrado en el tema amoroso, escrito por y para mujeres. Entre sus autoras más importantes, destacan sobre todo un trío de mujeres que llegó a ser conocido como «el justo triunvirato del ingenio»: Eliza Haywood, Delarivier Manley y Aphra Behn. Ya en el siglo XVIII había quien estaba analizando la trayectoria del género. Clara Reeve, novelista gótica inglesa, escribió sobre su historia en The Progress of Romance, publicado en 1785, donde menciona la literatura francesa y española, así como a las tres autoras del triunvirato.

Lo que hace que este género sea tan interesante y probablemente la razón por la que ha caído en el olvido hasta la actualidad es que se trate de historias sobre mujeres, en la que las propias mujeres exploraban sus sentimientos y su sexualidad, sus placeres y los límites de la escasa autonomía que los hombres les permitían tener, mucho antes de la aparición de la moral puritana de los victorianos.

En la trama era habitual que una mujer inocente terminara conociendo a un hombre atractivo, probablemente algún oscuro caballero, que la seduciría y engañaría para tener relaciones sexuales fuera del matrimonio (una idea que refuerza la noción de que el valor de las mujeres se basa en su virginidad y que este puede ser robado). La única salida finalmente era el suicidio, tal vez arrojándose desde algún precipicio, porque sin virginidad nada tenían ya que ofrecer al mundo.

Ahora bien, este género fue algo más lejos y llegó a plantear una peligrosa cuestión y una arriesgada alternativa: ¿y si a la protagonista simplemente le gustara el sexo y además no se suicidara? ¿Y si mostraran a mujeres que luchan en un sistema que las quieren pasivas, a pesar de ser sus propias historias? Mujeres que buscan amor, sexo y aventuras insensatas, descritas en obras que se ponen de su lado. Planteamientos como estos fueron los que hicieron que parte del género se considerara inmoral según los estándares de sus contemporáneos, al permitir que las mujeres tuvieran relaciones sentimentales escandalosas sin ser castigadas, permitiendo que sintieran placer sin las terribles consecuencias. Es por eso que estas autoras no recibieran el reconocimiento que merecían e, incluso, hizo que escritoras de finales del siglo XVIII, como Frances Burney, quisieran distanciarse del concepto obsceno de autoría femenina y que no se les asociara con ellas.

Además, estas autoras no solo escribían historias de lujuria como simple entretenimiento sino que a menudo entretejían en la trama una fuerte sátira política. Es el caso, por ejemplo, de Manley. Como explica Catherine Gallagher sobre su obra, la escritora a menudo narraba historias escandalosas sobre personas reales reconocibles, eso sí, con los nombres y algunas circunstancias alteradas, desarrolladas en escenarios históricos, exóticos, míticos o distantes, e intercaladas con otras historias que carecían de referentes reales aparentes. El resultado es una enorme maestría para la difamación.

Eliza Haywood (Fuente).

En «Novela», «Romance» y ficción popular de la primera mitad del siglo XVIII, Dieter Schulz afirma que tres escritores bastante conocidos, Daniel Defoe, Samuel Richardson y Henry Fielding, son una reacción contra la novela romántica de autoras como Eliza Haywood, Delarivier Manley o Aphra Behn más que contra la novela de romances heroicos y elevados del siglo XVII. Defoe, con su Moll Flanders de 1722, se aseguró de configurar historias con un peso más realista y que no supusieran un divertimento frívolo para mujeres. William Warner, un ensayista inglés, escribió que la incorporación de la novela sentimental dentro de la literatura elevada en la década de 1740, como ocurre con la obra de Richardson Fielding, hizo que los viejos placeres fueran repudiados y olvidos. Lo consiguen proporcionando sus propias novelas como alternativas a esas historias degradantes e inmorales. A pesar de eso, «el justo triunvirato del ingenio» fue muy leído. Love in Excess de Haywood fue, después de Los viajes de Gulliver y de Robinson Crusoe, una de las obras de ficción más populares de la época.

Para una buena parte de la crítica masculina, la publicación en 1792 de Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft supuso la consagración de las mujeres en la literatura, sin embargo, como explica Jane Spencer en La recepción pública de la Vindicación de los derechos de la mujer, lo que se demuestra es que las escritoras solo eran aceptadas con la condición de que permanecieran dentro de la limitada esfera femenina y no perturbaran el dominio de los hombres fuera de ella, en el mundo real. Según la erudita inglesa Toni O´Shaughnessy Bowers, Bhen, Manley, Haywood y otras autoras similares escribían para mujeres cada vez más aisladas del mundo fuera del círculo doméstico. Sabían que su mundo estaba lleno de trampas puestas especialmente para ellas y que el más mínimo error podría suponer una alienación social permanente. En estas circunstancias, el género sentimental proporcionó a las mujeres un sentido de participación, desde una distancia segura, en el mundo exterior, que a pesar de todos sus peligros y decepciones, tenía un poderoso atractivo frente al encorsetado y restringido mundo doméstico.

Cuando se habla de autoría femenina los nombres que resuenan son los de las hermanas Brontë, Jane Austen, Louisa May Alcott o Virginia Woolf, pero esa lista es solo una pequeña muestra de una realidad mucho más rica y compleja. No fue hasta que las primeras feministas y otras autoras como Virginia Woolf las redescubrieron cuando la historia no les comenzó a dar el lugar que les correspondía. Sobre Behn dijo Woolf: «Todas las mujeres deberían llevar flores a la tumba de Aphra Behn que es, de la manera más escandalosa pero apropiada, la Abadía de Westminster, porque fue ella quien les consiguió el derecho a decir lo que piensan». Sin embargo, aunque es cierto que las obras de estas escritoras están más presentes y son más estudiadas, todavía queda tanto por hacer que la mayor parte de la gente no ha oído hablar de ellas, a pesar de ser también un antecedente importante para la novela moderna.

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