En 2003 nació en Vitoria Crash, un festival de cómics pensado más para generar la reflexión en torno al mundo de las historietas que para venderlas, como suele hacerse en las ferias al uso. Con esa convicción, Crash Cómic, surgido a partir de una de las onomatopeyas más habituales en los tebeos, y más concretamente el colectivo de profesionales del cómic Atiza, que es quienes están detrás, ha ido poniendo en pie cada edición, a lo largo de sus dieciséis años de trayectoria, un programa de actividades claramente culturales, dirigidas a equiparar a la viñeta con el resto de ámbitos artísticos, como el cine, el teatro o la literatura.

Especialmente interesante fue la tercera edición, que trató sobre las relaciones e influencias entre la escuela Bruguera y el cómic actual. El volumen que publicó Astiberri bajo el título Los hijos de Pulgarcito es una recopilación de una buena parte del material que generó el festival, aunque adaptado al formato libro. Este muestrario de actividades tiene tres partes bien diferenciadas: un ensayo al uso que hace un recorrido por la trayectoria de la editorial Bruguera, una parte que pretende recoger parte de la exposición donde se comparan viñetas de Bruguera con la de autores actuales y una última parte diferentes autores actuales dejan testimonio de cómo les ha influido el universo Bruguera, al tiempo que le rinden un afectuoso homenaje en forma de historieta.

La primera parte comienza contextualizando con un baile de cifras referente al número de colecciones y tebeos publicados por Bruguera a lo largo de su trayectoria, lo que nos da una idea de hasta qué punto dominó el mercado a lo largo de varias décadas. A continuación se hace un repaso, década a década, de cómo nació el imperio Bruguera, cómo se consolidó y cómo se destruyó. Quizá no aporte demasiado con respecto a otros ensayos elaborados, por ejemplo, por Antoni Guiral, pero tiene la virtud de sintetizar una historia muy compleja en unas pocas páginas. También hay una reflexión sobre el concepto de Escuela Bruguera, de su creación y de lo que supuso. Para acabar esta parte, se hace una entrevista a Julia Galán, que comenzó su andadura en la editorial en 1963 como administrativa de redacción, a las órdenes de Rafael González, y acabó trabajando en el equipo editor de Ediciones B hasta 1996.

La segunda parte, la que deja ver la conexiones entre ambos mundos de forma más visual, es quizá demasiado breve. Un conjunto de viñetas compara a los dibujantes de Bruguera con algunos actuales, demostrando que la inspiración de estos últimos sobre los primeros es más que evidente. Las viñetas se acompañan de un breve texto que desarrolla algo más por extenso esas influencias.

Por último, se plantean una serie de preguntas cerradas, primero a diez dibujantes de cómics y después a once personalidades del mundo de la cultura no necesariamente relacionados con los cómics. Esas preguntas nos permiten saber, de forma más explícita, qué conocimiento tenían de Bruguera en su infancia y hasta qué punto les ha influido (en este caso a los dibujantes) en su manera de crear. Además, se le ha pedido a los dibujantes que hagan una historia en homenaje a Bruguera. Con un planteamiento bastante libre, los hay desde los que se han decidido por hacer aparecer por su página a algún personaje clásico hasta los que han planteado una historia muy similar a las que se hacían en la editorial.

Un añadido final son dos textos, uno hecho por el dibujante Roberto Segura y el otro por Manolito Vázquez, hijo del mítico dibujante Vázquez. En el primero Segura hace una especie de repaso autobiográfico a su trayectoria como artista, mientras que el segundo ofrece la visión que tiene el hijo sobre el trabajo de su padre.

Si alguna pega se le puede poner al libro quizá sea que sus menos de cien páginas resulten insuficientes para abordar un tema tan intrincado como el de las conexiones entre los dibujantes de la Escuela Bruguera y los actuales, pero no pretendía ser, ni mucho menos, la intención del volumen hacer un análisis minucioso, al estilo ensayístico, sobre la cuestión, sino solo dejar constancia de festival, el Crash, que nació hace ya casi dos décadas y que todavía sigue dando guerra.

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