La mayoría de los psicólogos, psiquiatras, o cualquier otro licenciado en disciplinas de carácter empírico se echaría las manos a la cabeza a la hora de comparar ciencia y astrología. Pero si algo tienen en común, es que con diferentes métodos y fuentes, ambas disciplinas intentan profundizar en la construcción de la personalidad, dar una explicación a las conductas de los individuos. En definitiva, estudiar el alma. Así lo advirtió Carl Gustav Jung, discípulo y más tarde compañero del universal Sigmund Freud. El tiempo truncó la amistad entre ambos profesionales por sus diferencias teóricas; aunque no hay duda de que gracias a ella Jung abrió un resquicio de ocultismo en la siempre perfecta ciencia. Parece inverosímil que unas estrellas situadas a años luz, o la posición de los planetas afecten al día a día de la gente de este planeta. Aunque esta concepción tal vez se deba a que los misterios del universo aún resultan indescifrables para la joven especie humana, y Jung fuera un avanzado a su tiempo al postular sus teorías.

En un primer momento se basó en una máxima tomada del psicoanálisis: la existencia de una psique inconsciente. Esta regenta la mente y sienta las bases del comportamiento desde los primeros días. Con esta premisa, Jung clasificó una serie de «arquetipos», unos patrones de personalidad similares a los del cinturón zodiacal, definidos con sus propias metas, miedos, debilidades y talentos. Estos arquetipos permanecen en una especie de subconsciente colectivo, presente en los humanos de cualquier cultura o época.

Jung observó como diferentes eventos astronómicos se correlacionaban con ciertos estados psicológicos. Así estableció una llamada sincronicidad entre los movimientos del universo y los hechos de nuestra vida. Como ejemplo más común, se dice popularmente que las noches de Luna llena suelen ser las más conflictivas, esas en las que alguien con alguna mente alborotada tiene más tendencia a estallar. Si comparamos las cartas astrales de personajes como S. Hawking o A. Einstein; Saddam Hussein o Tito Josip Broz, podemos ver en ellas similitudes en cuanto a la posición solar y planetaria. Como cabía esperar, la relación amistosa entre la psicología de Jung y los astrólogos es recíproca. En palabras de Lluís Gisbert: La fuerza que mueve el sol y las estrellas es la misma que mueve el alma humana.

Carl Gustav Jung.

Saliendo de Jung, podemos observar parecidos razonables en una de las teorías de Freud  ̶ comparación que él siempre negó, y por la que se alzaría de su tumba para abofetear a cualquiera que lo insinuara ̶ y la configuración de las cartas astrales. Me refiero al Ello, el Yo y el Superyó; y a los tres zodíacos que según la astrología, nos influyen al venir al mundo: El solar, el ascendente y el descendente.

El Ello actuaría como el signo medio, aquel que viene determinado por la fecha de nacimiento. Conforman la personalidad e instintos básicos, que pugnan siempre por satisfacer las necesidades del sujeto, a veces incluso de un modo irracional.

El Yo y la descendente, buscan controlar las pulsiones desmedidas del Ello, en pos de prevenir la frustración que le sobreviene al no ver cumplidas sus expectativas y deseos. A su vez, ofrece una visión realista del mundo e invita a conseguir los anhelos del inconsciente de maneras más conformes a las leyes de nuestro entorno. Construye la propia visión que el individuo tiene de sí mismo, así como intenta negar los aspectos del Ello que no se ajustan a su criterio.

El Superyó, o lo que queremos mostrar al mundo, actúa de igual modo que el Ascendente. Ambos caracteres idealizan al sujeto, dándole una imagen de como debería ser o comportarse. Sugieren un perfeccionamiento, que bien puede colmar la psique de orgullo o de culpabilidad. El Superyó y la ascendente eligen la conducta en público del sujeto, la actitud que mostrará ante ciertos eventos, como vestirse, caminar y la manera de interactuar con el entorno.

Las ideas de Jung y de los astrólogos pueden parecer descabelladas, o fruto del azar. Pero después de todo, si la materia es polvo de estrellas, ¿por qué no es factible pensar que su fluir rija el universo?

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