La historia de los Estados Unidos de América ha sido, y por lo visto pretende seguir siendo, una historia de desigualdad social. Acostumbrados como estamos a la lucha feminista, a la persecución de derechos por parte de los colectivos racializados, o a la visibilización de lo poco que queda de la cultura precolonial, olvidamos con frecuencia que existe un amplio grupo social blanco pobre que es considerado ‘escoria blanca’ desde hace varios siglos.

‘White Trash (Escoria Blanca): Los ignorados 400 años de historia de las clases sociales estadounidenses’ (2018), escrito por Nancy Isenberg y traducido al español por Tomás Fernández Aúz, es uno de esos libros que ahonda en el fenómeno de la segregación y estratificación social crónica de los primeros pobres coloniales, cuyos descendientes siguen siendo pobres.

white trash portada

Aunque no prestemos demasiada atención, la historia recalca una y otra vez que la miseria es hereditaria. “El mejor elemento para la predicción del éxito es la posición social de nuestros predecesores”, apunta Nancy, pero cuando toda la estirpe familiar llegó sin nada de los bolsillos a ‘la tierra de las oportunidades’, nadie puede escapar de la trampa de la pobreza.

Durante la época colonial, cuando decenas de barcos repletos hasta arriba de indigentes ingleses atracaban en la costa este estadounidense, Inglaterra bombeaba pobres al otro lado del Atlántico. Estos, considerados poco menos que parásitos sociales, han vagado desde entonces por las latitudes bajas del país, ‘ocupando’ tierras que nunca fueron suyas y malviviendo en chozas o caravanas.

Si al principio fueron esclavos blancos, la importación de negros les relegó como algo peor que una herramienta a la que alimentar: escoria, un sobrante humano al que no se podía dar uso ninguno porque (a diferencia de los negros) carecían de utilidad. Como tal, fueron ‘estudiados’ por los grandes eruditos de todas las épocas, que los han tachado una y otra vez de despojos humanos.

La historia de la ‘escoria blanca’ es tan angustiosa y deprimente como lo es su trágico desarrollo o un vistazo a su maltrecha dentadura. Desamparados de cualquier tipo de cobertura social o protección, este conjunto de personas han sido incluso considerados un subtipo de raza humana (no, no existe tal cosa) cuya solución pasaba por la castración: una política exterminista en toda regla porque “la escoria blanca era el resultado de un paso atrás en la evolución”.

Obviamente, no había nada biológicamente destacable en el linaje de los blancos pobres, dado que la diferencia fundamental con los ricos era que carecían de cualquier capacidad económica, tierras, esclavos o soporte social. Sin embargo, esto no fue impedimento para que los eruditos creasen todo tipo de teorías estrafalarias e incorrectas acerca del origen del mal que asolaba a los ‘mascamazorcas’, uno de los muchos nombres dados a estas familias sin dinero.

Los estudios socioeconómicos indican claramente que la reducción de la desigualdad económica reduce también las diferencias sociales entre personas y aumenta sus oportunidades en la vida, y que la escoria blanca se ve más lustrosa después de una generación de cobertura social. Sin embargo, teorías erróneas que se siguen citando señalaban una y otra vez a un legado genético defectuoso y congénito. La eugenesia ganó fuerza en los Estados Unidos. Sigue existiendo.

Ni siquiera ahora, varios siglos después de que los primeros desposeídos tomaran tierra, se ha eliminado el problema de la movilidad social, que de hecho sufre un nuevo repunte. Los descendientes de los blancos ricos, y aquellos que tuvieron la oportunidad fortuita de huir de la pobreza, erigen muros en sus urbanizaciones y se auto-aíslan de los pobres, cuyas caravanas y casas rodantes prohíben de forma terminal en sus barrios.

Parapetados tras su bunkerización, los ricos siguen expulsando a los pobres de la sociedad llamándoles ‘catetos’,  ‘redneck’, ‘paletos’ y perlas de ese estilo. Les empujan literalmente fuera de los entornos urbanos y les impiden cualquier oportunidad de movilidad social sin la cual resulta imposible salir de una pobreza hereditaria que les margina e impide la integración.

En ‘White Trash’, Nancy Isenberg realiza un fantástico trabajo documental a lo largo de siglos de historia de discriminación social basada en la economía (o su falta). Y apunta al auge de movimientos ‘radicales’ y radicalización del espectro político norteamericano. Es lo que ocurre cuando a buena parte de la población se le impide de forma sistemática el acceso a una vida decente y son culpabilizados por una situación que queda completamente fuera de su alcance.

Nancy Isenberg es profesora de historia norteamericana y su trayectoria está clara: descorrer el velo de prejuicios con el que miramos el pasado. Lo logró en el libro sobre historia feminista ‘Sex and Citizenship in Antebellum America’ (1998) y lo consiguió de nuevo en ‘Faller Founder: The Life of Aaron Burr’ (2008) con su particular pero acertada visión de Thomas Jefferson.

‘White Trash’ es un libro altamente recomendable para todos aquellos que quieran entender el auge del trumpismo, el malestar generalizado de la población rururbana estadounidense o el desencanto de buena parte de la población en la organización democrática: el sistema les ha dejado de lado durante generaciones, y no están dispuestos a seguir siendo ninguneados.


Con el objetivo de ahorrar en libros y reducir (un poco) mi impacto ambiental, este año leeré todos los libros que pueda en la tablet de la fotografía, una BOOX Note Air (reseña).

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