
La iglesia Nossa Senhora do Carmo, parcialmente destruida durante el terremoto de 1755, se mantiene sin restaurar para recordar el desastre. Extraído de Wikimedia.
Casi recién llegado de unas breves vacaciones por Lisboa, cualquiera que haya paseado por las empedradas calles de la capital lusa ha oído hablar del famoso terremoto de 1755, uno de los más destructivos de toda la historia.
Imagina levantarte una mañana de otoño de 1755, el 1 de noviembre. Como todos los años, te preparas para asistir a misa en el Día de Todos los Santos para rendir culto a tus seres queridos fallecidos. Igual que tú, lo hacen decenas de miles de personas, más si cabe en una ciudad extraordinariamente devota como Lisboa, donde en todos los hogares brillan las velas encendidas. Durante la eucaristía, sobre las 9 de la mañana, comienzas a notar un leve temblor. Las estatuas de los santos comienzan a tambalearse, como si bailaran de un lado a otro, y las campanas empiezan a retumbar. La gente estalla de júbilo pensando que es Dios que se ha unido a la celebración.
El júbilo no tarda en transformarse en silencio, y el silencio, en histeria. De repente, las estatuas caen y el techo comienza a resquebrajarse. La gente comienza a gritar e intenta salir en tropel. A medida que la gente se agolpa en las puertas, el techo empieza a caer y a aplastar a los fieles, del mismo modo que los ropajes y la madera de la iglesia se prenden fuego debido a la ingente cantidad de velas encendidas.
Quienes han logrado salir a las plazas al aire libre –curiosamente, aquellos que llegaron tarde y se situaron en los últimos asientos fueron los que más suerte tuvieron a la hora de escapar– se encuentran un espectáculo devastador: todos los edificios a su alrededor se están desmoronando, creando una inmensa nube de polvo. La gente corre como loca hacia el puerto.
Una vez allí, encuentran que el agua ha retrocedido considerablemente, hasta el punto de dejar al descubierto antiguos naufragios y barcos varados en tierra. Varios minutos después, a lo lejos, se divisan olas de hasta 20 metros de altura. El tsunami barrió a todas las personas que se encontraban en el puerto, además de los barcos y los pocos edificios que quedaban en pie en la zona baja de la ciudad portuguesa.
A pesar de todo, hay quien logra sobrevivir para sufrir el último de los horrores, pues el polvo levantado por el terremoto se ha tornado ahora en humo. Las velas y candiles, desperdigados por toda la ciudad, han creado un inmenso incendio que arrasó durante tres días con lo poco que quedaba de Lisboa.
En su día, los lisboetas no encontraban explicación a semejante castigo divino sobre una de las ciudades más devotas de toda la cristiandad. Toda Europa occidental sintió el terremoto, aunque en ningún lugar alcanzó la magnitud a la que llegó en Lisboa, señalando la Iglesia a los graves pecados de los hombres como motivo principal del desastre. Se estima que el terremoto, con epicentro en el océano Atlántico y de una magnitud aproximada de 9.0 en la escala de Richter, acabó con la vida de entre 60.000 y 100.000 personas.
Las consecuencias materiales fueron igualmente terribles. Se considera que el 85% de los edificios lisboetas fueron destruidos, al igual que los archivos que contenían gran cantidad de documentación de una enorme relevancia histórica, especialmente aquella relacionada con la Era de los Descubrimientos.
La familia real había sobrevivido al terremoto puesto que no se encontraban en la ciudad. El rey no volvió a vivir bajo techo firme por el pánico que le provocaba lo que había ocurrido. Su primer ministro, conocido como marqués de Pombal, se encargó de la reconstrucción de la ciudad, comenzando por declarar el cierre de esta para evitar una huida generalizada que implicara la imposibilidad del renacimiento de Lisboa.
El terremoto de 1755 está considerado como un acontecimiento clave en el nacimiento de la sismología, gracias en parte al marqués de Pombal, quien encargó a un equipo de científicos un estudio comparado con la información de los sacerdotes para reconstruir el suceso, contraviniendo las explicaciones de la Iglesia, con quien no guardaba una buena relación.
Las calles se reestructuraron y se reorganizaron. En menos de un año se habían despejado las ruinas, que se utilizaron para la construcción de nuevos edificios y el empedrado de las calles. Las nuevas estructuras se cuentan como las primeras resistentes a terremotos en el mundo. Lisboa consiguió, en no mucho tiempo, resurgir de sus propias cenizas como un ave fénix.
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