“Los efectos destructivos de los automóviles no son una causa sino más bien un síntoma de nuestra incompetencia para construir ciudades”, que “necesitan una muy densa y muy intrincada diversidad de usos que se apoyen mutua y constantemente, tanto económica como socialmente” para florecer.
Aunque este fragmento de texto bien podría haberse escrito ayer en una revista especializada en urbanismo, las palabras las plasmó Jane Jacobs en 1961 en su acertado ensayo ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’; que es al tiempo una oda a la ciudad y sus beneficios, y una advertencia sobre la forma en que estamos dejando morir estos entornos hoy tan necesarios. Porque sí, necesitamos a las ciudades más que nunca.
Desde la perspectiva presente, Jane Jacobs parece una adelantada a su tiempo porque supo analizar con acierto los graves problemas de suburbanización y muerte de las ciudades actuales, pero Jacobs no hablaba de su futuro sino de su presente. Para nuestra desgracia, pocos la escucharon en su momento y muchos siguen sin escucharla ahora. Los mismos errores se siguen cometiendo una y otra vez, siendo los PAU la última muestra de estulticia.
Si la autora escribió hace seis décadas un libro tan vigente a día de hoy no es porque estuviese realizando prospectiva, sino porque era una magnífica analista de la realidad de su momento y fue capaz de ver por qué las políticas urbanas tienden a ser tan deficientes en su planteamiento.
En este ensayo denuncia la zonificación, la baja densidad o la falta de cooperación política, así como la desurbanización como política estrella en pos de una ciudad idealizada que solo logra desmembrar los usos mixtos y destruir la diversidad necesaria para que las ciudades funcionen. La mejor receta para destruir una ciudad es destruir la diversidad.
Por desgracia para los presentes, el libro de Jacobs ha ido ganando legitimidad debido a que los urbanistas han tomado decisiones estúpidas una y otra vez a lo largo de décadas, sin importar que nunca llegasen a funcionar como debían o si su ortodoxia chocaba frontalmente con una realidad que se negaban a ver.
Por fortuna, algunos legisladores (rara vez norteamericanos) están empezando a ver las ventajas de una ciudad compacta, densa y de usos mixtos que apoye la diversidad y fomente la vida en la acera. Buena parte de los argumentos de la autora giran alrededor de esta pieza de urbanismo tan difícil de categorizar, precisamente por lo heterogéneo de sus usos.
La acera de la ciudad densa es el lugar donde tienen lugar los encuentros entre personas de distintas clases sociales, donde las empresas pequeñas florecen y donde los niños juegan con la seguridad de cientos de ojos siempre presentes. Son las aceras las encargadas de construir lugares frente a los no-lugares de la desurbanización actual, que convierte áreas antes vivas en estertores vacíos.
Como ya escribiese Jacobs en 1961 al hablar de la dificultad que tienen los ciudadanos en participar en las decisiones urbanas, “en cierto sentido, todo esto es exasperante. Muchos problemas no deberían haber surgido nunca”. No solo surgieron, sino que nunca fueron corregidos. Hace sesenta años la autora ya hablaba de la locura que era la ciudad de Los Ángeles que, lejos de mejorar, ha seguido dando prioridad al coche y a la fragmentación.
Reeditada por Capitán Swing de la mano de los traductores Ángel Abad y Ana Useros, ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’ es una lectura obligada para cualquiera que pretenda entender los desafíos a los que se enfrentaban (y se enfrentan) las ciudades. El prólogo de Zaida Muxí Martínez y Blanca Gutiérrez Valdivia es una de las mejores aproximaciones al pensamiento de Jacobs, del que podemos aprender muchísimo.
Con el objetivo de ahorrar en libros y reducir (un poco) mi impacto ambiental, este año leeré todos los libros que pueda en la tablet de la fotografía, una BOOX Note Air (reseña).
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