Muchas de las obras de arte que se han expuesto a lo largo de la historia se han caracterizado por el mensaje reivindicativo, por la denuncia de una situación. Y aunque parezca que esta tendencia del compromiso político en la creación artística es un fenómeno reciente, lo cierto es que desde siempre han habido obras que a ojo del espectador y de los críticos tienen una trascendencia relevante, dado su contenido eminentemente político y social. Podríamos decir que las sátiras romanas o La Divina Comedia eran críticas a la sociedad o al poder que imperaba en ese momento. Sin embargo, parece haber diferencias entre ese tipo de obras y las que se produjeron en el período de entreguerras en Occidente, más que nada porque la pretensión de la obra variaba.

Es decir, la introducción de la ideología en el arte como orientadora de las masas y despertadora de conciencias cambia plenamente eso que Adorno llamará la “forma estética”. Este concepto, como podemos intuir, ofrecerá una cierta delimitación respecto al arte, y en este intento de acotamiento se sugerirá que el proyectar en una obra cierto compromiso interfiere con el valor estético y autónomo del arte. Y es que el hecho de que Adorno dirija su crítica a autores como Sartre y Brecht y no a las comedias romanas es porque estas últimas no pierden, presuntamente, el hilo estético, en tanto que su reflejo social no es el leitmotiv esencial de la obra, sino que surge como consecuencia sucinta del desarrollo artístico de esa representación. Es decir, en esos ejemplos de arte más arcaico hay un elemento muy contemporáneo que no ha sido introducido como sí lo ha sido en la literatura europea del siglo XX, a saber, la ideología. Concretamente una acepción de “ideología” vestida con la arrogante gabardina de la intelectualidad.

No obstante, cabe preguntarse hasta qué punto el compromiso político es incompatible con la forma estética o en otras palabras, qué margen estético pueden llegar a tener las obras de Ai Weiwei, famoso artista performativo chino contemporáneo, cuyo contenido es esencialmente reivindicativo. Probablemente entre las concepciones de autonomía fáctica del arte y de representación ejemplarizante se hallen respuestas acerca del papel del compromiso socio-político en el mundo del arte tal y como lo conocemos. La crítica que vamos a ver por parte de Adorno se dirige fundamentalmente a las consideraciones que ofreció Jean-Paul Sartre en lo referente a la literatura, entendida ésta como variedad artística susceptible de nuevos enfoques.

Sartre se ve compelido de alguna manera a mantener un compromiso con sus ideales políticos y transferirlos a sus obras porque asume una posición de “intelectual”. Para Foucault la función-autor potenciaba el estatus de la obra de arte y confería una posible comprensibilidad mayor¹. La figura del intelectual, tan arquetípica del siglo XX, es como una versión reforzada de la figura del autor, porque no solamente circunscribe la propiedad de la obra al nombre, si no que modifica la conducta del mismo autor hacia su obra, implementando en ella una serie de elementos anti-estéticos -según Adorno- que surgen a partir de ese rol asumido por el autor. A fin de cuentas, la identificación como intelectual viene dada por cómo se estructura la sociedad de masas y cómo llegan las obras de arte hacia éstas, de ahí que un artista que produce obras se vea en un contexto así como una suerte de patrón de la cultura.

El caso de Brecht es ligeramente distinto ya que él no encarna de manera tan expresa ese espíritu burgués que sí tiene Sartre, pero esto también se debe a la situación que vivía cada uno en su país. De igual forma, Brecht asumía su rol paternalista de artista educador, y además de un modo más adaptado a los valores del Partido Comunista, algo que Sartre no hizo por no sacrificar libertad, pero en cualquier caso, Adorno no ve factible que la figura del intelectual comprometido sea representativa del arte, pues como veremos no sólo se pierde el valor estético, sino que además la misma intención social que marca la obra es perjudicial para el propósito práctico mismo.

No obstante, la pregunta aquí es sobre si el compromiso requiere la asunción de ese rol intelectual. El caso de Ai Weiwei parece indicar a priori que no, ya que la circunstancia socio-política en la que se encuentra -a saber, el régimen comunista chino- no le permite colocarse como un burgués intelectual dentro de dicha sociedad. Sin embargo, él también enfoca su producción artística desde una posición constantemente reivindicativa. A fin de cuentas, sus obras ya son sinónimo de denuncia, y por ende el factor-autor está asociado a la lucha política. Podríamos deducir que la responsabilidad social que se adjudica le confiere cierto estatus intelectual. Pero no es así a mi juicio, más que nada porque la circunstancia social es a mi entender un elemento al cual podemos apelar, ya que una sociedad liberal en la cual uno hace de su arte un medio propagandístico marxista, le otorga un papel de intelectual, pero ese mismo estatus no se consigue reivindicando activamente la introducción de los principios liberales en un gobierno totalitario real. Por eso es importante distinguir el contexto donde se genera la actividad artística, porque la obra de Weiwei no le vale sólo para ser aclamado por artista comprometido, sino también para ser perseguido por el gobierno, lo cual certifica una praxis política real que involucra tanto a su obra como a su propia persona.

Si el Mundo del Arte descrito por Danto estuviera constituido por intelectuales que exigen concienciación no quedaría margen para la transgresión artística, pues sólo pervivirían las obras con contenido “comprometido”. De hecho, Adorno también alude a eso mismo cuando dice que las vanguardias son precisamente más impactantes socialmente porque liberan la forma estética liberando a su vez a la sociedad², puesto que la obra al ser autónoma en sí misma por su forma y no por ceñirse a la representación intencional del autor-intelectual constituye un hecho real y social. Precisamente porque la dimensión estética supone un territorio aparte a partir del cual se puede negar el mundo real, por eso las obras han de ser autónomas, porque éstas son ese mundo imaginativo que puede despegarse de los problemas de la realidad. De aquí surge la identificación ontológica en Adorno del hecho estético y el hecho social, pues la mera creación artística ya es en sí misma una vía de confrontación en relación a los conflictos socio-políticos. Por eso no tiene sentido tratar de usar el arte como un medio para la representación de esa misma confrontación, porque no solamente se pierde la identidad del hecho estético, sino que además surge otro problema, la trivialización del hecho denunciado.

Pero lo que aquí quiero concluir, es que el arte no tiene que tener más propósito que el de resistir como dominio estético abstraído de lo real, por mucho que en ciertos sectores se apele a la responsabilidad del autor. El fenómeno estético no es un medio para la educación, el artista no tiene que tener responsabilidad con el espectador, a pesar de que sea legítimo orientar la obra hacia él, -en esto concuerda Adorno con Sartre-, pues lo que configura el arte es la interacción imaginativa entre creador y receptor. Por tanto, la representación de valores ideológicos es dañina para la esfera artística, pues se produce una politización de la estética, lo cual es a todo tono sinónimo de totalitarismo. Además, Adorno señala que el uso del arte como medio para la representación de dramas sociales e injusticias no hace sino banalizar estos mismos hechos, ya que el simple acto de utilizarlos como temática abre la posibilidad de que el espectador se vea atraído por eso mismo que se denuncia. Esto no quiere decir por contra, que sea más favorable el silencio o la censura, sino que un medio artístico, al ser como hemos dicho, un espacio negador de la realidad donde se evocan reacciones y emociones diversas no nos permite obviar el hecho de que un público puede no tomar demasiado en serio el tema y por tanto lo trivialice, o peor aún, que la representación le resulte como digo, agradable. Y esto es así porque la representación no deja de ser un reflejo de lo real, con la correspondiente pérdida de fuerza ontológica. Por eso Adorno considera que la fiereza acusatoria del autor se ve frenada por la posible reacción de los espectadores. Esto supone también, que la intención de compromiso que pretende transferir el autor no se vea correspondida en la sociedad, ya que al final su estatus sigue siendo el de un artista y no un activista.

Sin embargo, en el caso de Weiwei, la obra es en sí misma un acto de rebeldía, un desafío al poder que no busca necesariamente la incitación del público a la movilización social, si no que el acto del autor supone una praxis política real en las circunstancias materiales mismas, no mediante la representación de éstas. Sus fotografías haciendo peinetas al gobierno chino son actos delictivos en sí mismos, no representan alegóricamente valores ideológicos que deben concienciar, es decir, la ideología no resulta decisiva en la reproducción de la obra, tan sólo es un señalamiento de facto hacia problemas reales. Por tanto, Weiwei transgrede socialmente sin duda alguna, pero cabe preguntarse si lo que hace se puede considerar arte, o al menos qué diferencia hay entre su arte y el activismo. Dando por hecho que el mundo teórico del arte avala sus obras diremos que sí es arte, pero porque la obra de Weiwei se rige bajo el canon contemporáneo y su fundamento estético es el de indistinción respecto a lo real. Bajo el criterio de Adorno hemos dicho que el arte supone una esfera separada donde acontecen los hechos estéticos mediante la representación o imitación, es decir, el paradigma teórico clásico. Pero teniendo en cuenta que Weiwei busca hacer arte a partir de los propios acontecimientos reales podemos hablar de arte o bien hablar de una nuevo género llamado “arte activista” o “activismo artístico”, una modalidad que ha dado lugar al acrónimo relativamente popularizado que es el “artivismo”. Aun así, considero que sigue existiendo cierta problemática en la obra de Weiwei respecto a su transgresión, ya que no es suficientemente claro por ahora que haya ausencia de representación.

La politización de la estética es lo que sin lugar a dudas pretendieron hacer Sartre y Brecht. Pero, ¿se puede decir lo mismo de Weiwei? Consideremos lo que hemos mencionado anteriormente: Weiwei hace obras de arte que son al mismo tiempo actos de disidencia política (“artivismo”). Adorno, como dijimos, otorgó un valor fáctico a la obra de arte autónoma, concluyéndose así que la existencia de los fenómenos estéticos son hechos sociales por las consecuencias que éstos generan. Por tanto, el ejemplo de Weiwei me parece una perfecta integración entre el criterio de responsabilidad y la autonomía estética de la obra. Y esto es porque hace de la denuncia social una performance, es decir, sus acciones no se distinguen del activismo, pero en el contexto artístico tiene un valor estético por el simbolismo que entraña. La performance se lleva a cabo en tanto que a partir de su propia circunstancia vital establece el hecho estético, es decir, siendo perseguido y mostrando esa persecución que sufre. Hace explícita su denuncia con todas sus consecuencias, de manera que no hay una representación propiamente dicha pues no se expresa mediante ficción, sino que su praxis mantiene el estatus de una exposición con valor artístico al tiempo que con ésta se enfrenta a una realidad concreta. Por eso su arte sí tiene un reconocimiento por parte del espectador respecto a su compromiso social, porque queda patente la realidad denunciable sin que pierda un ápice de importancia como sucede con las representaciones. Su performance consiste finalmente en la exposición de hechos sociales ante los cuales él actúa, por ello su obra no puede ser susceptible de trivialización, o por lo menos si nos regimos según los criterios que hemos estado viendo.

Queda absolutamente claro el criterio por el cual la obra de Weiwei se considera arte. Sin embargo, desde lo más personal y en un humilde intento por hacer una pequeña labor de crítico, me resulta difícil encontrar el valor estético. Es decir, es evidente que es un activista, pero realmente la composición de sus obras no posee una autonomía significativa más allá de la provocación en algunas de ellas. Pues la famosa obra consistente en llenar un suelo de pipas –Sunflower Seeds³-, o bien las obras realizadas con lo que parece ser un material predilecto del autor, la madera, con la que realizó un despliegue de troncos de árbol en Fragments y Tree⁴, parece que requieren de una explicación del mismo autor para ser entendidas, por lo que se suscitaría de nuevo esta problemática acerca de la obra de arte como obra dependiente de la “biografía”. Un artista que también se considera activista es Banksy, pero en su caso el sentido alegórico de sus grafiti es más directo al espectador. No obstante, recordando la teoría estética de Adorno, Banksy sí haría representaciones políticas, y no praxis política real (con la salvedad de la ilegalidad del grafiti). Esto me hace concluir que la reproducción técnica de la obra de Weiwei es esencial para poder considerarla una obra de arte activista autónoma, pues en su obra encontramos una liberación de formas estéticas, con lo cual el valor de transgresión es doble.

Aún con todo ello, considero que un artista de ese tipo no cumpliría satisfactoriamente con la esfera del arte propuesta por Adorno, ya que las intenciones muestran un trato hacia el arte como medio y no como fin en sí mismo. Quiero decir, como fin de perpetuación del mundo artístico negacionista. Pero pienso a su vez, que tratándose del contexto de una dictadura, es legítimo que el activismo artístico irrumpa en el panorama para abrir una brecha en la censura, más que nada porque el arte producido en sociedades así es irremediablemente comprometido con la ideología imperante, por lo que es plausible pensar que su labor de compromiso es necesaria para que la dimensión de los hechos estéticos pueda seguir funcionando libremente oponiéndose y resistiéndose hacia cualquier hecho “real”. Esto último me induce a pensar que quizá su obra sólo es arte en la atmósfera artística occidental y solamente activismo político en China. Pero tan sólo lo dejaré como una sospecha.

Bibliografía

Foucault, Michel (1954-1970). Entre filosofía y literatura. Ed. Paidós Ibérica, 1999.

Sartre, Jean-Paul (1947). ¿Qué es la literatura?. Editorial Losada, 2003.

Weiwei, Ai. Weiwei-isms. Princeton University Press, 2013.

Weiwei, Ai. Humanity. Princeton University Press, 2018.

¹Foucault, Michel. Entre filosofía y literatura, (Cap. ¿Qué es un autor?). Ed.Paidós Ibérica, 1999. p.342

²Adorno, Theodor. Disonancias, (Cap. Sobre el carácter fetichista de la música). Ed. Akal, 2009. pp. 18-19

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