
La leyenda de San Jorge y el dragón, por Paolo Uccello, en el siglo XV (Fuente).
El dragón descansando sobre su reluciente tesoro, cuando llega el valiente caballero, dispuesto a rescatar a su doncella de la bestia. Esta imagen se ha asociado a lo largo de los años con la Edad Media europea. Sin embargo, para ser honestos, lo más probable es que nadie viera en toda su vida un monstruo alado escupiendo fuego. Eso no ha impedido que estas criaturas acechen desde las sombras en cuentos e historias medievales y que, a través de lo siglos, hayan permanecido en el imaginario colectivo hasta la actualidad.
En la Edad Media se contaban historias sobre toda clase de monstruos, de fantasmas, de hombres lobo o de mujeres que se convertían en serpientes. En toda esa galería de los horrores, los dragones ocupaban un lugar de honor. En su origen, este tipo de seres encajaban muy bien en la tradición cristiana como herramientas de enseñanza religiosa, ofreciendo ejemplos de lo que no se debe hacer y convirtiéndose en manifestaciones de las amenazas que provenían de lo diabólico y de lo sobrenatural, incluso en demonios disfrazados, y en metáforas de la maldad que existe entre los humanos.
Aunque los dragones se podían presentar como enemigos de la humanidad contra los que los héroes debían medir sus destrezas, también era habitual que desfilaran por relatos sobre la vida de santos y otras figuras religiosas. En el siglo VI, por ejemplo, el obispo y poeta francés Venantius Fortunatus escribió sobre un obispo de París llamad Marcelo, que consiguió ahuyentar a un dragón que había devorado el cadáver de una noble pecadora. Este personaje golpeó al dragón en la cabeza tres veces y lo condujo por París con una correa para, al final, mandarlo de vuelta al bosque del que provenía.
Del mismo modo, el historiador bizantino Michael Psellos escribió en el siglo XI sobre un dragón que atormentaba a Santa Marina. Encarcelada y torturada por un funcionario romano, que quería violarla, Marina se encontró con un demonio con forma de dragón. El monstruo ignoró sus oraciones y se la tragó entera, pero estando ya dentro del dragón, Santa Marina hizo la señal de la cruz y de forma fulminante el dragón se partió en dos, muriendo en el acto.
Los dragones también podían simbolizar la amenaza del paganismo, como ocurrió con San Jorge. Este santo del siglo III supuestamente mató a un dragón en Libia, en el norte de África. Los cristianos posteriores interpretaron esta historia pensando que el monstruo representaba a los paganos de la época o a los conflictos entre cristianos y musulmanes. El santo fue invocado, por ejemplo, por los cristianos que tomaron Jerusalén en 1099.
Así, estas bestias medievales eran mucho más que simples monstruos, se convirtieron en metáforas de los peligros a los que debemos enfrentarnos los seres humanos. Tal vez en la Edad Media protagonizaran cuentos moralizadores con advertencias y lecciones para los cristianos que esperaban alcanzar la salvación, pero esos temores que representaban no son demasiado distintos a los modernos. Con el dragón de Psellos, por ejemplo, podemos comprender el tormento de alguien que sufre abusos a manos de otra persona con más poder. Solo así se explica por qué la mitología del dragón ha sobrevivido tan insistentemente a lo largo de los siglos. Porque tanto el hombre medieval como el moderno sentían la necesidad de crear monstruos que atemorizaran para enfrentarse a ellos cara a cara. Un enfrentamiento que, independientemente de la época en la que nos encontremos, viene a ser la del hombre que lucha contra sí mismo.
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