El viaje hacia el final de la vida se ha convertido en numerosas ocasiones en eje argumental dentro del mundo del arte. Sin embargo, pocos relatos contemporáneos impresionan tanto como el testimonio gráfico que Hervé Guibert inmortalizó con su cámara fotográfica. “La imaginación es más terrible que la verdad”, escribió el artista en uno de sus diarios tratando de materializar en palabras los efectos de la discriminación y la soledad.

A pesar de que Ruck Hudson se convirtió en el primer personaje público que habló abiertamente sobre su diagnóstico, Guibert se convirtió en el primer escritor que se atrevió a relatar en primera persona la cuenta atrás de una enfermedad que se tornó en pandemia hacia la década de los ochenta: El sida. Hoy su trilogía ha pasado a considerarse un clásico de la literatura con ‘Al amigo que no me salvó la vida’, ‘El tratamiento compasivo’ y ‘El hombre del sombrero rojo’.

Hervé destacó dentro de la corriente intelectualista parisina de la década de los ochenta y trabajó diferentes disciplinas del arte hasta el final de su vida, que tuvo lugar hacia el año 1991 cuando tan sólo contaba con 36 años de edad.

En el ámbito literario podemos encontrar ejemplos de su dominio en el género de la narrativa. En la mayoría de sus obras subyace un componente autobiográfico que a menudo se camuflaba bajo el disfraz de la ficción. Su habilidad descriptiva para crear narraciones crudas que hablaban sobre amores y torturas comenzó a desarrollarse cuando comenzó a trabajar en sus propios diarios personales. Diez años después de su muerte fueron publicados conformando una obra llamada ‘El mausoleo de los amantes, diario 1976-1991’.

En todos sus proyectos la figura del hombre adquiere una dimensión significativa porque Hervé fue un rotundo enamorado de los hombres quienes le sirvieron de una principal fuente de inspiración no sólo en el terreno sentimental o amoroso. También, en el ámbito de la amistad.

Indudablemente, dejaron una huella importante en su vida y una impronta en su trabajo como artista. Uno de ellos, Thierry Jouno, director del centro sociocultural para sordos de Vincennes, con quién trabó una relación hacia 1976.

El recordado filósofo Michel Foucault también estableció un vínculo con Hervé hacia el año 1977, al poco de que se publicase ‘La muerte de la propaganda’. Sin embargo, fue su relación con el joven Vincent M, con quien mantuvo una relación hacia 1982, quien generó mayor impresión en el artista. No tenemos más que recordar su novela ‘Loco por Vincent’.

Su sensibilidad no sólo quedó patente en su esfera profesional. Herbé, cultivó también valores sociales como la solidaridad y trató de practicar un servicio desinteresado a los más desfavorecidos. Poco antes de enfermar, invirtió muchas tardes en un centro para jóvenes ciegos de París, donde fue lector para invidentes, una experiencia que le marcó y le inspiró en el desarrollo de su novela ‘Los ciegos’.

Su vida se truncó hacia inicios de 1988 cuando recibió el diagnóstico de sida y que además, fue acompañado de otra pésima noticia: Su amante Thierry Jouno también padecía el virus de inmunodeficiencia humana.

Al descubrirlo Hervé tomó una decisión: Casarse con la esposa de Thierry, Christine. La pareja tenía dos hijos en común y el artista se sintió realmente conmovido al descubrir que tanto él como Thierry morirían en un futuro cercano. Su unión se formalizó hacia el 15 de junio de 1989 y él mismo lo definió como un matrimonio movido por amor y razón a partes iguales.

El objetivo de dicha unión fue garantizar la protección de la madre y los hijos, asegurar su futuro económico. Tras su muerte, la esposa y los hijos de su esposo heredarían todos los royalties derivados de sus obras como escritor.

El siguiente paso, un año después, fue hacer público su estado de salud. Para ello utilizó como plataforma su propia novela llamada ‘Al amigo que no me salvó la vida’. Poco después trabajó en su último proyecto literario ‘Citomegalovirus’ en donde describe con angustiosa precisión el avance de la enfermedad cada día. No obstante, su vitalidad se fue apagando gradualmente y llegó un punto en el que no contaba con las fuerzas suficientes para enfrentarse a un libro. Fue entonces cuando optó por registrar sus vivencias a través del vídeo y la fotografía.

Su película independiente ‘El pudor o la impudicia’ fue retransmitida en televisión hacia el año 1992 y su rodaje casero finalizó pocas semanas antes de morir.

Aunque el sida había minado su estado de salud, lo cierto es que no fue la causa última de su deceso. Hervé trató de acabar con su vida poco antes de cumplir 36 años a partir del consumo de digitalina y, dicha ingesta se sumó a su debilidad generalizada provocando su muerte dos semanas más tarde: El 27 de diciembre de 1991.

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