
Los sepultureros exhuman el cráneo de Yorick el bufón, por Eugène Delacroix (Fuente).
¿Quién es el más malvado de los personajes de Shakespeare? ¿Puede que Iago?, ¿tal vez Macbetch?, ¿quizá Ricardo III? Algunos de estos personajes son intrínsecamente malvados, mientras que otros se ven envueltos en actos perversos o simplemente se pliegan a las normas de una sociedad maligna. Independientemente de la naturaleza de esa maldad, cualquiera de ellos podría aspirar a ser sino el mayor villano sí de los más perversos. Pero, ¿qué pasaría si en la cúspide de esa pirámide de la infamia se encontrara Hamlet?
Hamlet ha conseguido lo que ningún otro de esos personajes ha logrado: comportarse como un villano y pasar a la historia y al imaginario colectivo como un héroe. No son pocos los crímenes que pueden atribuirse al príncipe de Dinamarca. En primer lugar mata a Polonio, consejero principal del rey y padre de Laertes y Ofelia. Hamlet lo ensarta sin reticencias cuando lo descubre escuchando a escondidas detrás de un tapiz. Tal vez Polonio sea un «tonto entrometido», como Hamlet le califica con desdeño cuando descubre su cuerpo, pero el joven no está precisamente en posición de sentirse superior moralmente, ya que él había hecho lo mismo con las meditaciones de Claudio en la escena anterior. Sin embargo, el doble rasero es uno de los sellos distintivos de esta obra. Además, para mayor humillación de Polonio, una vez muerto, Hamlet arrastra su cadáver por la corte, ocultándolo de sus seres queridos y dejando que se pudra sin un entierro adecuado.
Ahora bien, esa falta de respeto hacia Polonio no es muy distinta a la que tuvo con él en vida. Hamlet lo insulta constantemente, insultando y ridiculizándolo por su edad y a veces negándose a hablar con él. Hamlet lo hace sabiendo que Polonio no puede responder a esos agravios. Humillar a sus inferiores es algo que Hamlet suele hacer con aquellos que son socialmente inferiores, como podemos ver en su trato hacia Osric, o hacia Rosencrantz y Guildenstern.
A estos dos últimos, Hamlet no duda en asesinarlos por obedecer las órdenes del rey, ue consistían en averiguar qué preocupaba a su amigo y después escoltarlo a Inglaterra. Aunque Hamlet no tiene pruebas de que sus amigos conozcan el contenido de la carta que llevan, donde se ordena la ejecución del príncipe, hace todo lo posible para asegurarse de que no solo sean asesinados sino condenados para la eternidad al negarles la confesión.
Pero el crimen más atroz de Hamlet es, sin duda, la muerte de Ofelia, a quien el joven ha empujado primero hacia la locura y después hacia el suicidio, en una forma de actuar que a ojos actuales podríamos calificar directamente de misógina, como cuando la condena por el simple delito de ser mujer o cuando la degrada en público con juegos de palabras obscenos.
En lo que respecta a Laertes, al igual que Hamlet, su padre ha sido asesinado, pero además habría que añadir a una hermana que se suicida. Cuando Laertes se lamenta en su tumba, Hamlet, cuyos soliloquios llenan páginas enteras, se indigna porque alguien que no es él mismo trate de ser el foco de atención y declara, sin que nada nos haya llevado pensar que es cierto, que amaba a Ofelia más que su hermano. Más bien habría que desconfiar de esta afirmación, teniendo en cuenta que ni expresa el más mínimo pesar por su muerte ni vuelve a aludir a ella en lo que queda de obra.
Haciendo balance del personaje, podemos decir que no solo ha llevado a la ruina su propia vida y la de todos aquellos que lo rodean, familiares y amigos, sino que ha entregado su páis a una potencia extranjera, que es precisamente lo que su padre tanto había luchado por evitar.
La excusa habitual de Hamlet para todos esos actos reprobables es que son el producto de una mente que no está sana. Esta es, de hecho, la explicación que le da a Laertes sobre la muerte de Polonio. Pero si dejamos a un lado justificación y nos basamos en su comportamiento, Hamlet se actúa la mayor parte de las veces como un matón egocéntrico, autoritario, manipulador e insensible. Sin embargo, a toda esta infame caracterización, habría que poner en el otro lado de la balanza un poderoso carisma. Tan grande es el atractivo del personaje que a pesar de su ignominiosa forma de ser ha logrado persuadir al mundo para que se ponga de su lado. Eso es, posiblemente, lo que hace que no sea desmesurado plantear que Hamlet esté en la cúspide de la pirámide de los villanos de Shakespeare.
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