Gabriel J. Martín se ha convertido en uno de los autores más leídos en el género de psicología afirmativa pero también en uno de los más controvertidos. Sus libros han sido prohibidos en centros educativos después de que la plataforma Abogados Cristianos acordara su retirada de once institutos de Castelló y en el centro Pi Gros. ¿La razón? Hablan sobre educación sexoafectiva y sus libros están especialmente orientados a la comunidad homosexual.

En realidad, se trata de un debate abierto y que sigue siendo germen de polémicas. El autor manifiesta que el contenido de sus obras no está orientado a menores a pesar de que la Concejalía de Igualdad los distribuyese en diferentes centros educativos.

No obstante, dejando a un lado esta dimensión más política (lo cierto es que se trata de un tema complejo de abordar), desde una perspectiva cultural, sus obras poseen cierta riqueza porque hablan de temas relativamente desconocidos. Además, su historia de vida es dura y en cierto modo, sus experiencias le han permitido analizar el concepto de la identidad desde un punto de vista bastante poco común.

Gabriel tuvo que convivir con el desconocimiento de su propia naturaleza durante su adolescencia y estuvo condenado a una especie de ostracismo. Todo comenzó en el inicio de su vida: Su nacimiento. Cuando la matrona lo tuvo en sus manos no supo qué tenía exactamente delante de ella. De hecho, más tarde los médicos tampoco supieron responder con exactitud a la gran pregunta: ¿Es un niño o una niña?

Y es que aquel bebé contaba con unos genitales intersexuales, es decir, se encontraban a medio camino entre la vulva y el pene. De alguna manera, en terreno de nadie. Ante el desconocimiento, decidieron resolver que se trataba de una niña y así fue como más tarde figuraría en su registro. Sus padres le llamaron Patricia.

Esta asignación casi arbitraria y aquel nombre condicionaron su educación y sus procesos de socialización a lo largo de su vida. No obstante, en la infancia, algo dentro de aquella niña le decía que no era una niña, sino un niño. A pesar de ello y, puesto que su entorno le reafirmaba que era una niña, decidió tratar de serlo, pero nunca funcionó.

Como resultado, ya en su primera infancia comenzó a sentirse desplazada en el colegio y, las cosas no mejoraron en su adolescencia. De hecho empeoraron porque su cuerpo comenzó a desarrollarse como el de un hombre. Comenzó a crecerle vello, desarrolló una constitución ancha y masculina y su voz se fue haciendo más grave. Sin embargo, en su entorno, sus familiares y profesores continuaban definiéndola como una mujer. En realidad, nunca lo fue.

A medida que su cuerpo iba desarrollándose, quedaba menos de Patricia a la vista de todos, a pesar de que vistiese ropa de mujer o dejase su pelo largo. Como resultado, el acoso escolar se incrementó y fue condenada al ostracismo. Decidió pasar los días en la biblioteca y huir de su vida introduciéndose en los libros.

La adolescencia es uno de los periodos más complejos del desarrollo humano y para ella, lo fue indudablemente más. Patricia veía cómo su cuerpo cambiaba y se veía abocada a los caprichos de la naturaleza sin comprender qué estaba ocurriendo. Aunque lo intentó, no logró descubrir cuál era su problema y por qué parecía estar irremediablemente fuera de lo común. Afortunadamente, una noche se encontraba en su habitación, leyendo un libro y entonces, por casualidad encontró un autor que definía exactamente su vida. En la década de los ochenta la información divulgativa sobre educación sexual era realmente limitada, por no decir inexistente. Sin embargo, pudo encontrar un breve párrafo en un libro sobre psicología que definía su problema. El término se le quedó grabado: Intersexualidad.

Aquella noche, según relata hoy el autor, se sintió afortunada porque descubrió por primera vez que no estaba sola. Que había más personas que padecían su problema y que existía un término para definir aquello que nadie sabía explicarle.

Decidió acudir a su médico y revelarle su situación. Aunque tan sólo había visto dos casos en toda su vida (y tan sólo en la facultad de medicina y desde una perspectiva teórica), aquel médico le confirmó sus sospechas. Se encontraba a mitad de camino entre los dos sexos.

Después de algunos análisis más precisos lo que Patricia intuyó toda su vida se reveló como una realidad: Estaba más cerca de ser un hombre. Contaba con testículos y un sistema genital masculino (aunque no superficialmente). A partir de entonces, recibió apoyo médico y logró ser quien siempre había sospechado ser y quien, por una negligencia médica, había sido ocultado desde el nacimiento.

En la actualidad, la intersexualidad sigue constituyendo un tabú social y, si hoy nos cuesta hablar de ello o saber qué significa con exactitud, las cosas en la década de los años ochenta eran más difíciles a este nivel.

Aquel diagnóstico supuso para Patricia iniciar una nueva vida y tener que modificar su aspecto y su identidad a la vista de todos aquellos que la conocían y que desconocían la existencia de su condición genética. Sin embargo, las cosas para él (ya Gabriel) no habían terminado porque entonces descubrió que era homosexual.

Se identificaba como hombre, pero también como homosexual. Hoy al conocer su historia nos llama la atención pero entonces, resultaba extraño. Como resultado, Gabriel tuvo problemas de socialización porque a lo largo de su vida como estudiante recibió acoso, pero además, a nivel familiar también tuvo problemas para ser aceptado e integrado.

Su complejo desarrollo como ser humano le llevó a estudiar con detenimiento el concepto de identidad, especialmente en el terreno sexoafectivo. Fue entonces cuando comenzó a estudiar psicología y a brindar asesoramiento vía telefónica a hombres homosexuales en colaboración con una asociación. Poco a poco, su conocimiento en primera persona sobre el rechazo o la soledad le llevaron a enseñar a adoptar una actitud resiliente ante los problemas que existen para determinadas personas que cuentan con una condición u orientación específicas. Poco a poco, comenzó a bucear en el mundo de la psicología y a identificar rasgos de socialización y dificultades comunes a todos los hombres homosexuales. El resultado de sus investigaciones le ha llevado a publicar el libro más vendido del campo de la psicología afirmativa gay.

A través de sus páginas podemos acceder a un retrato del hombre homosexual del siglo XXI a partir de la ciencia evolutiva, la psicología y la sociología. Podemos decir que se ha convertido en el primer autor en generar contenidos divulgativos para cubrir unas necesidades en salud mental y psicoemocional que nunca habían tenido cabida en las librerías.

Desde una perspectiva cultural, sus obras adquieren valor porque brindan un testimonio que, por pertenecer a una minoría (en su caso, una minoría de la minoría porque no existen prácticamente personas intersexuales y homosexuales) no resultan especialmente interesantes desde una perspectiva comercial. No existe literalmente un mercado, ni un público considerable que consuma contenidos sobre intersexualidad. Sin embargo, aunque sean pocas en comparación con las personas no intersexuales, existen. Sin duda, su obra resulta interesante porque pone nombre a fenómenos y situaciones que durante mucho tiempo han sido invisibles. No obstante, forman parte de otra manifestación social más y que, por lo tanto, debe tenerse en cuenta. Sólo mediante aquellas perspectivas inusuales (que son fruto de una experiencia excepcional y no de la regla) logramos replantear ciertos temas, romper paradigmas y abrir nuevas líneas de pensamiento.

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