Domingo: cerrado. Sábado: abierto de 9 de la mañana a 2 de la tarde. Este es el horario de una de las bibliotecas que más he visitado en mi vida, Antonio Mingote, con excepción de la biblioteca de mi universidad, el Edificio Rey Pastor, que cierra tanto sábados como domingos. A pesar de ser una de las infraestructuras sociales más importantes, muchas bibliotecas cierran precisamente cuando más personas las podrían usar: los fines de semana.
Como destaca Eric Klinenberg en Palacios del pueblo (2021), las bibliotecas son uno de los grandes actores sociales de las ciudades. Son espacios abiertos y seguros en los que el acceso es libre y la estancia gratuita. Siempre vigilados y con personal, suponen un lugar ideal en el que socializar y dedicar tiempo de calidad. A menudo, son los únicos espacios públicos en los que es posible pasar el día si se es un ciudadano de bajos ingresos.
Las bibliotecas son nodos de intercambio de ideas, espacios de estudios, entornos protegidos en los que leer a voluntad, lugares donde aprender y consultar datos, edificios con acceso gratuito a internet para quien no es capaz de tenerlo en casa, un sitio que no te juzga al entrar y en el que cualquier persona tiene cabida sin importar su estrato social o procedencia. Es por ello que deberíamos cuidarlas como lo que son: tesoros.
A menudo se habla de las bibliotecas desde el punto de vista de los libros. No cabe duda de que buena parte de su atractivo ha sido, tradicionalmente, la consulta de volúmenes. Muchos de los que me leeis ahora seguro que acudísteis de forma asidua a la biblioteca de vuestro barrio. Por mi parte, recuerdo la tranquilidad que me aportaba la biblioteca de mi colegio, de la que podía sacar hasta tres libros cada semana (y el poco fondo que tenía).
Sin embargo, las bibliotecas son infraestructuras sociales básicas incluso sin libros. Como lugar de estudio, suponen un remanso de calma en el que sentarse a aprender, como demuestra la elevada saturación en época de exámenes. Cada cierto tiempo las bibliotecas se llenan de jóvenes en busca de silencio, y se forman largas colas en sus puertas a esperas de que quede una mesa libre. Para muchos de esos jóvenes, es el único espacio en el que es posible concentrarse.
Otros usan la biblioteca como lugar de consulta. Los fondos repletos de periódicos, las revistas o el acceso a publicaciones especializadas son un reclamo para estas personas, que ven en estos centros tan necesarios un punto de acceso al conocimiento. Incluso se convierten en nodos de intercambios de ideas académicas gracias a la organización de eventos en su seno. Las bibliotecas siempre están de lado de la difusión de la cultura. Pero no solo son eso.
Incluso sin libros, sin material y sin cultura, las bibliotecas son lugares públicos de gran valor para personas de bajos recursos económicos. ¿En qué otro lugar es posible estar resguardado y a cubierto, sin consumir, y pasar todo el día cómodamente sentado? Las bibliotecas públicas son un refugio necesario para personas que, a diferencia que tú o yo, no han tenido tanta suerte en la vida. No es raro encontrarlas a menudo llenas de personas racializadas.
Imagina por un instante que compartes vivienda con varias familias, y habitación con tus padres y hermanos. El ocio de interior resulta inviable, y buena parte del año la calle está demasiado caliente o fría. La biblioteca, por otro lado, supone un paraíso de tranquilidad, un lugar que te cobija y al tiempo expande tu espacio vital. No es de extrañar que sea precisamente la población más vulnerable la que más uso haga de las bibliotecas. Tampoco extraña su desmantelación.
En el mencionado Palacios del pueblo Eric Klinenberg resalta la labor de las bibliotecas en la construcción del tejido social. A ellas acuden con frecuencia las personas más vulnerables en busca de protección, y allí encuentran ayuda y otras personas como ellas. Entablan conversaciones, crean lazos afectivos y construyen barrio. Ayudan a reducir la delincuencia y mejoran el entorno. Entonces, ¿por qué cierran justo los domingos, momento en que podrían usarlas las familias?
Como abría el artículo, las dos bibliotecas públicas en las que más he estudiado cierran el domingo y la mitad del sábado. Que son precisamente los dos días que más uso tendrían de estar abiertas. Las dos más cercanas a mi domicilio, La Chata y Ana María Matute, también cierran sábado y domingo. Son los dos días en los que yo podría querer usarlas, pero también los dos días en los que más provecho sacarían los padres que quieran acudir a ellas con sus hijos.
Las bibliotecas son infraescturas sociales indispensables que cierran cuando más necesarias son. De lunes a viernes, o sábado, hay colegios, actividades y oficinas. El fin de semana muchas de las conexiones sociales se apagan, y surgen otras necesidades. A lo mejor deberíamos dar una vuelta al horario.
Imágenes | Gabriel Sollmann
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