En la celda había una luciérnaga, antología de cuentos editada por Blackie Books, es la primera obra en solitario de Julia Viejo, un nombre que pronto dará mucho que hablar.
Una familia que deberá luchar contra una plaga de comadrejas.
Un bosque mágico que no desea que nadie lo visite.
Una chica encerrada toda la noche en un supermercado del barrio.
Un crimen laboral por culpa de una lata de Coca-cola.
Un fantasma condenado a ser eternamente joven se aburre bebiendo batidos y temiendo visitas en su casa.
Una llamada que ofrece ampliar la cobertura de un seguro de vida, e incluir el suicidio.
Una luciérnaga que da calor e ilumina la celda en la que se encuentran dos enamorados.
Lo extraño brilla. Todos nos definimos por cómo reaccionamos ante lo extraño. Todos seguimos comportamientos aún más humanos, de ternura y de pánico, de amor y de asco, cuando nos enfrentamos a lo extraño.
Julia Viejo, una suerte de Ana María Matute de la generación millennial, sabe detectar, y también inventar, lo extraño en el mundo para explicarnos cómo somos.
Hoy día ya es raro encontrarse con una autora que comienza su presentación en el mercado editorial con un conjunto de cuentos. Mientras que esta ha sido tradicionalmente la forma en que los narradores comenzaban sus andanzas, dando luz a algunas de las mayores joyas de la literatura en formato pequeño, en revistas, en antologías que descubrían a las nuevas voces del panorama, hoy día lo común es encontrarnos con grandes novelas llenas de personajes, cientos y cientos de páginas, como presentación de una nueva voz literaria. Vendidas, además, a bombo y platillo. O, por el contrario, diminutos experimentos con la ambición editorial de una primera novela, pero grandes espacios entre párrafos para disimular un cuento mal construido a base de estirar un chicle que no suele dar mucho de sí.
Por esto, la publicación de En la celda había una luciérnaga parece un delicioso anacronismo.
Autora, editorial y libro se conjugan para ofrecer una delicatesen difícil de igualar.
En la celda había una luciérnaga presenta treinta y cuatro relatos, nada menos, de apenas tres páginas páginas de extensión cada uno. Un par rozan el microrrelato. Las historias que presenta ante el lector son diversas, pero todas beben de una misma fuente: un desaforado realismo mágico con raíces en el costumbrismo de Carmen Laforet, la elegancia literaria de Gabriel García Márquez y el humor socarrón y en ocasiones absurdo que solo me atrevo a tildar como propio de Julia Viejo.
Cuentos en la máxima expresión de la palabra: pequeñas narraciones que no se preocupan en el desarrollo del personaje, en la trama o en la construcción de un mundo. Todos los elementos están ahí cuando la narración arranca, por lo que el lector se siente interpelado a observar, atar cabos, dejarse llevar por una voz. Y es que lo que mejor logra la autora con esta obra es presentar voces. Voces que nos invitan a una narración extraordinaria.
Cuentos como La fantasma, donde la ternura y lo paranormal se dan la mano en una dulce historia de amistad; Inventario, que echa mano del humor para narrar lo fantástico, tal y como sucede en Bosques Hoy o El Gordo. Cuentos que tienen muchos puntos en común, algunos incluso podrían ocurrir de forma simultánea, en la misma ciudad imaginada, en el mismo Madrid mágico, en la cabeza de la misma persona. La siembra del rayo nos habla de la maternidad, pero también, y de forma más velada, quizás, de la imaginación infantil y de los misterios de la mente. Incluso de los problemas mentales. El menú del fin del mundo es un ejemplo de la habilidad de Julia Viejo para, dentro de lo fantástico, poner el foco de atención en lo mundano. Una narración que desdeña lo maravilloso y nos lo cuenta a través de lo común. Una suerte de costumbrismo mágico que evoluciona el realismo mágico que tanto baña En la celda había una luciérnaga.
Me cuesta señalar alguna carencia en una obra tan redonda. Sinceramente, su lectura ha sido como una sesión de lectura bajo una sábana, a la luz de una linterna tenue. He transitado por sus páginas con una sonrisa en la cara. Todos los cuentos gozan de una voz elegante, llena de vida y particular, y como lector doy gracias por encontrarme con una debutante joven que deja de lado el cinismo impostado y el crudo maniqueísmo que componen las obras de los jóvenes autores españoles. Julia Viejo cuenta realidades a través de fantasías; no vacila en reírse de todo y de todos, pero con la dulzura del cuento. Con la magia de la letra. Y lo hace hablando de la vida, de la muerte, del amor, de la soledad y de sentirse muy pequeño en mundos muy grandes, y viceversa.
Blackie Books acertó eligiendo El niño gilipollas, incluido en este libro, en su concurso de cuentos para el confinamiento, el germen de este libro, y acierta sobremanera en editar a esta autora y darle una oportunidad para que su voz sea leída. Es uno de los estrenos más interesantes en el panorama, lo que convierte a En la celda había una luciérnaga en una antología que disfruta de leerse, que acompaña al lector en una noche de lluvia mientras el calor del hogar se encuentra entre las páginas de un libro; y a Julia Viejo en una autora sobre la que depositar ciertas esperanzas de la literatura en castellano.
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