Ilustración de cubierta: Corominas Diseño: Víctor García Tur

Siguiendo en la lectura de los cuentos de George R.R. Martin, conocido mundialmente por ser el creador de la saga Canción de Hielo y Fuego, adaptada con enorme éxito por HBO en la serie Juego de Tronos, volvemos sobre una época de esplendor literario en el género de la fantasía y la ciencia ficción: los años 70. El grueso de este tomo, titulado Una canción para Lya (título también de uno de los más famosos cuentos del autor, incluido aquí) se desarrolla dentro de la biografía de Martin en un período de apenas un par de años. Lo componen los siguientes títulos:

Cuando llega la brumabaja.

Esa otra clase de soledad.

Desobediencia.

Oscuros, oscuros eran los túneles.

El héroe.

¿Más rápido que la luz?

Liga de estrellas.

La salida a San Breta.

Pase de diapositivas.

Una canción para Lya.

 

De nuevo inmersos, como en el tomo que hace poco reseñé aquí mismo, en la ciencia ficción, esta vez menos aventurera y más introspectiva, reflexiva. En cuentos como Cuando llega la brumajaba, Esa otra clase de soledad o Una canción para Lya se aprecia el Martin más melancólico, predominando la soledad, el amor y el conflicto interno como temas recurrentes. La belleza en las descripciones en el primer título que abre la antología, donde se nos narra un planeta envuelto en un misterio que le otorga su razón de ser, cómo el imaginario colectivo dota a una niebla de propiedades espectrales, y cómo aquellos que enarbolan la razón como lanza frente a los soñadores para acabar con la magia, es un ejercicio de dolorosa belleza.

Esa otra clase de soledad emplea el recurso del diario personal para enfrentarnos a un narrador poco fiable que entronca con las narraciones marítimas de faros con un solo vigilante, la soledad de encontrarse en un paraíso que puede volverse, con el paso de los repetitivos días, en un infierno. Una temática clásica de la literatura del siglo XIX transformada aquí en ciencia ficción, algo que Martin hace particularmente bien.

Uno de los cuentos que más me han impresionado, tanto de este libro como de todos los cuentos que llevo leídos del autor, ha sido Oscuros, oscuros eran los túneles. Me temo, empero, que sería difícil describir el cuento sin arruinar la trama para los lectores. Bastará decir que estamos ante ciencia ficción post-apocalíptica, pero de la mejor manera posible. Y no sé si un germen de inspiración de lo que acabaría siendo la saga Metro del autor Dmitry Glukhovsky.

Como nota disonante, pues siempre tiene que haber alguna, el cuento que menos me ha interesado ha sido Liga de estrellas, una suerte de ciencia ficción casi humorística que más bien parece un capítulo de Twilight Zone. Y, me temo, que no uno especialmente inspirado. Una liga infantil de baseball se las ve con un equipo de una raza extraterrestre con la que la humanidad mantiene una frágil tregua.

También sobresaliente me ha parecido Desobediencia, cuya premisa es tremendamente original: un trabajo de minería en un planeta casi abandonado que se lleva a cabo controlando cadáveres mentalmente.

Esa combinación de las temáticas propias de la literatura norteamericana y británica del siglo XIX (la exploración, el descubrimiento de nuevas zonas inexploradas del mundo, la alta burguesía frente a la violencia salvaje) nos lo encontramos en Pase de diapositivas, un cuento que parece sacado de la pluma de Herman Melvielle… si es que el autor de Moby Dick hubiera escrito alguna vez sobre otros planetas. En este, nos encontramos una reunión de recaudación de fondos y un explorador espacial que busca financiación para descubrir los rincones del espacio.

Si tuviera que elegir otro cuento favorito de este conjunto, sería La salida a San Breta. Este es, también, el que más se aleja de la tónica de la antología. Otro cuento que podría ser un capítulo de The Twilight Zone, pero este de los buenos, en que en un futuro lejano conducir es una actividad excéntrica y de colección y las carreteras de la Tierra están abandonadas. Un loco del volante se encuentra con un coche imposible en una autovía que no debería existir. Una suerte de Stephen King, casi, aunque en el estilo me recuerda a esa gran novela de Martin que pocos conocen y que supuso un estruendoso fracaso editorial cuando vio la luz por primera vez, The Armaggedon Rag.

Y cierra el conjunto Una canción para Lya, famoso cuento del autor, ganadora en 1975 del premio Hugo a mejor novela corta. En esta increíble narración conocemos a dos telépatas que llegan a un mundo en proceso de colonización con una extraña misión: descubrir por qué un culto extraterrestre que culmina en suicidios colectivos atrae a cada vez más humanos. Una narración con personajes memorables, una prosa delicada y elegante y una trama espectacular que evoca lo mejor de George R.R. Martin. Un cierre increíble para un conjunto sobresaliente. Una canción para Lya, cuarto volumen de cuentos de George R.R. Martin que edita Gigamesh en este formato, con traducciones de Cristina Macías, Raquel Marqués, Laura López Armas y Patricia Mora me ha fascinado incluso más que el anterior.

Aunque Martin se haya consagrado como uno de los mejores autores de fantasía épica (o grimdark) de la actualidad, sin duda lo mejor de su producción se encuentra en la ciencia ficción. Y como autor de cuentos es uno de los indispensables.

Próximamente estarán disponibles las reseñas de los siguientes tomos: Canciones que cantan los muertos y Los reyes de la arena.

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