Son muchas las obras que han sido escritas a lo largo de tantos siglos y, sin embargo, no son tantas las que han conseguido provocar un antes y después, trascender de manera sustancial. Por supuesto, algunos nombres vienen a la mente casi sin pedirlo, uno de ellos es sin duda Tolkien, considerado el padre del género de fantasía tal y como lo conocemos ahora. Pero hay una obra y un autor que no nos vienen tan rápido a la mente y que, sin duda debería tener mayor reconocimiento, hablamos de sir Arthur Conan Doyle y de su más que conocido personaje, Sherlock Holmes.

Puede que, de primeras al menos, la contribución a la literatura de Doyle no sea tan evidente como puede ser la de Tolkien o la de Taylor Coleridge y, sin embargo, no cabe duda de que está ahí. Y, tal vez sin darnos cuenta, conocemos a muchas versiones de Sherlock Holmes, solo que éste ha sido disfrazado y ahora se dedica a otra profesión, pero está ahí.

Una personalidad que captivó al mundo

No cabe duda de que el éxito de los libros de Sherlock Holmes se deben en gran parte a la característica personalidad de su protagonista. Su carácter obsesivo mezclado con una capacidad deductiva y una atención al detalle brillantes hacen que sea idóneo para su labor como detective. Junto con esto, su mente curiosa e hiperactiva le lleva a tener conocimientos musicales (tocaba el violín) así como a realizar experimentos de todo tipo. Una persona que no puede estarse quieta y que es a veces difícil de tratar.

Sin embargo, no estamos ante ningún Mary Sue. Y es que, como todo buen personaje que se precie, Sherlock tiene sus defectos. A largo de los libros se nos habla de sus estados de depresión, e incluso también cae en el consumo de cocaína, un hábito que utiliza como alternativa a la falta de adrenalina al no disponer de un misterio por resolver.

Irónicamente, al único que pareció no cautivar el personaje de Holmes fue a nada menos que a su creador. Y es que Arthur Conan Doyle odiaba el personaje que él mismo había creado, hasta tal punto que decidió matarlo. Lo que no sabía era que éste no podía morir, pues iba a resucitar en miles de personajes que serían inspirados por éste.

Semejante personalidad, unida con su relación de amistad tan peculiar con Watson, hizo que muchos autores de novela de detectives se vieran inspirados en ella. Un claro ejemplo sería Hércules Poirot de Agatha Christie quien, tal vez por la obligada conexión, también acabó odiando a su propia creación.

Una influencia que trasciende la literatura

Uno podría pensar que la influencia de la obra de Doyle se limita al mundo de la literatura o, incluso, al del género detectivesco. Sin embargo, ni mucho menos es así, y es que si mencionamos nombres como los siguientes: Gregory House, Patrick Jane (de El Mentalista), Temperance Brennan (Bones) o el detective Robert Goren (Ley y Orden) habrás notado que todos ellos tienen ciertos patrones en común.

Así es, son personajes muy holmesianos. En cierto modo, es casi como si se hubiera cogido el personaje creado por Doyle y se le hubiera cambiado de profesión. Por supuesto esto no es una acusación de plagio, ni muchísimo menos, simplemente el personaje de Holmes tiene una personalidad tan atractiva que ha servido de inspiración para crear personajes que han heredado muchos de sus rasgos más característicos. Y no cabe duda de que estas series son todo un éxito.

Puede que el caso de House sea el más evidente. Pues más allá de ser un genio en su campo, la medicina, también compartía su adicción a las drogas (en su caso al Vicodin, para calmar el dolor), e incluso por la música (tocando en su caso la guitarra y el piano).

De este modo, es posible que Doyle creyera haber matado a Sherlock Holmes y haberse deshecho de él para siempre. Lo que nunca pudo llegar a esperar es que su creación resucitaría no en uno, sino en incontables personajes.

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