Siguiendo con la serie de reseñas que vengo publicando sobre los volúmenes de cuentos de George R.R. Martin que publicada la editorial española Gigamesh, este quinto libro, titulado Los reyes de la arena, cuenta con una serie de cuentos menos conocidos (salvo el que da título al conjunto), una extensión algo menor que los demás y algún que otro bache en el camino.
Los cuentos que lo componen son:
El camino de la cruz y el dragón
Hieles de tierra
En la casa del Verme
Los inseparables
La ciudad de piedra
La dama de las estrellas
Los reyes de la arena
El epicentro del volumen, Los reyes de la arena, es el laureado cuento de Martin que se alzó ganador de los premios Nébula (1979), Hugo (1980) y Locus (1980), nada más y nada menos; la santísima trinidad del género (a falta de un Bram Stoker, al que por temática no podía aspirar). Inspira la cubierta de Corominas y llega con traducción de la insuperable Cristina Macía, aunque vaya por delante que no conecto demasiado con este cuento. Es la tercera vez que lo leo y nunca termina de gustarme. Con una considerable extensión, roza el terreno de la novela corta; siempre me ha parecido innecesariamente extenso, pesado en su narración. Nos cuenta la historia de un coleccionista de criaturas exóticas en ese futuro de space opera en que George R.R. Martin ambienta casi todos sus cuentos (y parte de sus novelas), y el descubrimiento por su parte de unos seres feroces e inteligentes a los que convierte en poco menos que gladiadores. Sin embargo, la historia se encamina hacia un final que siempre me ha parecido poco satisfactorio, más propio del cine B que de un autor tan excelso, y las muchas páginas que componen el cuento (casi ochenta) no ayudan.
Dejando aparte esta piedra angular del libro, el volumen arranca con el increíble El camino de la cruz y el dragón, firmado en 1978 y que vuelve a presenta el tema de la religión extraterrestre, como ya hiciera majestuosamente en Una canción para Lya. Aquí se nos presenta a un Caballero de Cristo que investiga el surgimiento de una nueva religión, en un planeta lejano, basada en la vida ficticia de Judas Iscariote. Claro que esto es solo la punta del iceberg. Con una narración en primera persona, los temas político/religiosos que tan bien compone Martin y una extensión suficiente, es un cuento magnífico con el que arrancar.
A este le sigue Hieles de tierra, un cuento que coquetea con la idea de mezclar el terror victoriano (y el vampirismo) con la ciencia ficción. Y lo logra. La historia de una mujer inmortal que atrapa una presa, un palacio en que nada es lo que parece y una mentira. Es una narración agridulce con un final inevitable, pero no por ello insatisfactorio, que llena de belleza una historia profundamente oscura.
Y, para no abandonar este ritmo de oscuridad, casi en el ecuador del libro nos encontramos con el cuento más raro que le he leído a George R.R. Martin hasta la fecha: En la casa del Verme. Aquí el lector se encontrará perdido y fascinado a partes iguales: Martin ofrece retazos de un mundo, que bien podría ser el nuestro tras miles de años de destrucción, o bien podría ser un enfermizo mundo dominado por la muerte. O incluso el mismísimo infierno. La oscuridad es el camino y la muerte y el miedo conducen un relato de ciencia ficción y horror que evoca a Clive Barker (o, por fechas, más bien Barker evoca a Martin). Criaturas retorcidas y un narración agobiante y suculentamente oscura componen un cuento lovecraftiano que me ha fascinado. Aquí las ochenta páginas de duración (página arriba, página abajo) sí que me han parecido necesarias e incluso breves.
Y, llegados a la mitad del libro, he creído encontrarme ante el mejor volumen de la colección. Los inseparables es un cuento que me obsesionará toda mi vida de lector, estoy seguro. Se ha convertido en uno de mis cuentos de ciencia ficción favoritos. El espacio inconmensurable como escenario, una nave que lo surca como si fuera un barco pesquero de finales del siglo XIX, unos seres hechos de pura materia oscura con la capacidad de viajar entre las estrellas a velocidades imposibles y seres humanos que se fusionan con ellas y van perdiendo, como le ocurriera al Dr. Manhattan, su humanidad. Una verdadera locura de la mejor clase, ciencia ficción insuperable. Un cuento que no conocía de nada (y que no parece ser demasiado conocido), pero que a partir de ahora se encuentra en mi Olimpo particular.
Pero ay, no todo podía ser maravilloso. Y es que a partir de este punto el libro se me ha hecho cuesta arriba. Los que siguen, La ciudad de piedra, La dama de las estrellas y Los reyes de la arena no me han calado tan hondo como los primeros. De hecho, La ciudad de piedra ya lo había leído en su edición en Nueva Dimensión y ya en su momento me pareció bueno, pero sin grandes alardes. Un hombre varado en una ciudad de la que parece no haber escapatoria, ciertos toques lovecraftianos, pero nada que Martin no haya hecho antes mucho mejor. De hecho esa es mi impresión con los tres cuentos que cierran la marcha, que además son innecesariamente largos. Todos los reunidos en este volumen presentan ciertas similitudes: una oscuridad alejada del optimismo y la dulce melancolía de cuentos anteriores, un pesimismo, si se prefiere, y un gusto por el horror cósmico que es un soplo de aire fresco y resulta emocionante de leer. Pero no todos los cuentos están a la altura. Eso sí, el volumen Los reyes de la arena presenta dos de mis cuentos favoritos de Martin, por lo que su lectura ya ha resultado una baza absolutamente ganadora. Las traducciones son impecables; tenemos, además, nueva traducción de La ciudad de piedra de Raquel Marqués, que he comparado con la de César Terrón y, siendo muy buena la primera, salimos ganando con la segunda, aunque perdiendo una frase de inicio insuperable por el camino.
Nos queda un último volumen cuya lectura empezaré en breve y traeré en su momento, y con estos Gigamesh habrá editado en castellano el grueso de la producción del autor. Solo nos queda que los astros se conjuren y alguna vez veamos en castellano la olvidada The Armaggedon Rag.
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