Portada de la primera edición de 1928 (Fuente).

El Gran Gatsby, de 1925, es la novela por excelencia de la era del jazz y uno de los iconos de la literatura norteamericana de principios del siglo XX. Este libro, que cuenta la historia del acaudalado Jay Gatsby y sus amores por la bella Daisy Buchanan, pasó al dominio público el 1 de enero de 2021, después de haber pasado 95 años con los derechos de autor protegidos. ¿Qué balance se puede hacer hasta ahora sobre esto?

Aunque pasar al dominio público debería ser una buena noticia, paradójicamente la libertad para reproducir o rehacer obras que ya no tienen derechos de autor está corrompiendo textos clásicos bajo el pretexto de ganar dinero rápido. Algo que está ocurriendo con algunas de esas ediciones deficientes, por ejemplo, es que omiten las últimas páginas de la novela o eliminan la dedicatoria de Fitzgerald a su esposa Zelda, que como bien se sabe sirvió de inspiración, en parte, para el personaje de Daisy. Lo que se ha hecho con el diseño de la cubierta de la primera edición, obra del artista Francis Cugat, es todavía más preocupante, teniendo en cuenta que se trata de una de las cubiertas más reconocibles de la literatura estadounidense.

Tan preocupante es la situación que James West, editor de las obras de F. Scott Fitzgerald en Cambridge Edition y profesor emérito de inglés en la Universidad Estatal de Pensilvania le ha dedicado en F. Scott Fitzgerald Review. West analizó treinta y cuatro nuevas ediciones impresas publicadas el año pasado, tanto de grandes editoriales como de pequeñas editoriales independientes, y algunas en las que incluso no se llega a mencionar ni el lugar de edición ni la editorial. De todas ellas, solo seis están a la altura de semejante monumento de la literatura, siendo el resto bastante descuidadas. En ocasiones, dice West, el texto es extraño, como si las palabras de Fitzgerald hubieran sido traducidas a otro idioma y después devueltas al inglés, con un software de traducción deficiente.

A pesar de ser un clásico, o quizá precisamente por eso, El Gran Gatbsy sigue representando una importante fuente de ingresos para las editoriales que deciden lanzarlo. De hecho, cuando Scribner tenía los derechos de autor, vendía más o menos medio millón de copias al año.

Es cierto que el hecho de que una obra ingrese al dominio público tiene consecuencias muy positivas, como darle una nueva vida a una historia que, de otro modo, tal vez se hubiera perdido, pero no es menos cierto que cuando se trata de obras clásicas y consagradas, este tipo de libros no corren el riesgo de quedar en el olvido, y parece que el dominio público pueda traer más inconvenientes que ventajas, siempre que esto sea un motivo para que se hagan ediciones descuidadas. Primero pasó con Fiesta de Ernest Hemingway y después con El ruido y la furia de William Faulkner y Las uvas de la ira de John Steinbeck. Si Hemingway levantara la cabeza y viera su obra editada de esta forma probablemente estallaría en cólera, teniendo en cuenta lo que le molestó que Jonathan Cape, su editor británico, introdujera cambios en sus obras por el bien de la decencia.

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