
Retrato póstumo, obra de Barbara Krafft, 1819 (Fuente).
Mozart tenía solo treinta y cinco años cuando la salud comenzó a fallarle, pero eso no le impidió aceptar un último encargo de un extraño. En 1791, un hombre bien vestido y de «modales nobles e imponentes» visitó al compositor para solicitar un réquiem en nombre de un «gran hombre» que deseaba permanecer en el anonimato. «Ha perdido a un amigo muy querido, cuyo recuerdo será precioso para él siempre», dijo el extraño. Y añadió: «Desea conmemorar el aniversario de su muerte con un servicio solemne y quiere que compongas un réquiem para la ocasión».
Mozart, entre impresionado e intrigado, accedió y prometió entregar la pieza en cuatro semanas. Su cuerpo enfermo, sin embargo, no estaba a la altura de la tarea. Pero de alguna manera supo intuir lo que aquel réquiem vaticinaba. «Una cosa es cierta», le dijo a su esposa días después, «estoy componiendo mi propio réquiem y servirá para perpetuar mi propia memoria».
Pasaron las cuatro semanas y Mozart había avanzado muy poco. El extraño regresó, pero el compositor le informó de que necesitaría otro mes. «La obra me ha inspirado un interés más profundo de lo que supuse», explicó. El cliente entendió la situación, pagó a Mozart una tarifa adicional y prometió regresar en otras cuatro semanas. El compositor estaba muy complacido con el pago extra y con el comportamiento extremadamente cortés del extraño, pero la curiosidad le venció y le pidió a un sirviente que lo persiguiera cuando saliera de la casa. Mozart estaba ansioso por saber quién era exactamente este caballero. Sin embargo, el sirviente regresó e informó que no había rastro del hombre.
Parece ser que poco a poco Mozart fue concibiendo la idea de que aquel extraño no era un mortal ordinario, sino un ser sobrenatural, enviado para advertirle de su muerte cercana. Lo cierto es que el compositor agotó su energía terminando aquel réquiem antes de que acabaran las cuatro semanas, a menudo desmayándose por el arduo trabajo. Pasado el plazo, el extraño llegó como había prometido, pero para entonces Mozart ya estaba muerto.
Otras versiones afirman que el réquiem quedó sin terminar, pero la viuda de Mozart hizo que uno de los alumnos de su esposo lo completara para entregar el encargo completo. El fantasma de Mozart resultó ser el conde Franz von Walsegg, quien tenía la costumbre de hacer pasar la obra de compositores famosos como propias. La viuda de Mozart tardó diez años en convencerle de que la obra era de su marido. Si tan solo el compositor hubiera podido hacerle una visita al conde desde el más allá, la revelación podría haberse producido mucho antes.
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