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Aunque desde el sentido común parezca de perogrullo, un reciente estudio lo confirma: cuanto más dinero se tenga más posibilidades tendrá una persona de dedicar su vida al arte o a cualquier otro ámbito creativo. Karol Jan Borowiecki, economista de la Universidad del Sur de Dinamarca y autor del estudio, lo explica de la siguiente forma: alguien cuya familia tiene un ingreso anual de 100.000 dólares tiene el doble de posibilidades de ser artista que alguien cuyos ingresos sean de 50.000 dólares; además, si los ingresos ascienden a 1 millón de dólares, las posibilidades de ser artista son diez veces mayores que las del hogar con ingresos de 100.000 dólares. De hecho, para Borowiecki, cada 10.000 dólares de ingresos extra las posibilidades de ser artista o de dedicar su vida a un campo creativo aumentan en un dos por ciento. La lógica que hay en este cálculo no es difícil de comprender. Como dice Kristen Bhaler en Money, dedicarse a la vida de «artista muerto de hambre» es menos arriesgado cuando tú o tu familia tienen el dinero para asegurarse de que no se morirá de hambre.

En 2017, Quoctrung Bui publicó en The New York Times un estudio basado en la primera década de vida de los adultos. Según sus cifras, el 53% de los veinteañeros que estudiaban carreras de arte o de diseño contaban con el apoyo financiero de sus padres, con una media de 3.600 dólares al año, mientras que en el extremo contrario solo percibían esa ayuda el 29% de los que se dedicaban a la construcción, al comercio o al sector servicios. Y es que aquel que quiera estudiar carreras más artísticas tendrá que enfrentarse a un alto coste de matrícula y una difícil proyección laboral.

Como dice Anna Louie Sussman en Artsy, las escuelas de arte privadas cobran matrículas muy altas y ofrecen menos becas que las universidades con muchos fondos. Además, los trabajos iniciales en estos ámbitos se pagan poco o, en el peor de los casos, no se pagan.

En 2016, Ben David, de Arnet News, escribió un artículo en el que describía el patrimonio económico de varios artistas. Por ejemplo, la fallecida Monir Shahroudy Farmanfarmaian, una artista iraní conocida por sus mosaicos espejados, disfrutó de lo que el Financial Times llamó una educación privilegiada, como hija de comerciantes. Y Yoko Ono, por su parte, es nieta del fundador del banco Yasuda de Japón. Por supuesto, hay excepciones a este patrón.

El estudio de Borowiecki, basado en datos del censo de Estados Unidos recopilados entre 1850 y 2010, también analiza aspectos como la igualdad racial o la visibilidad de las mujeres. En lo que respecta a la raza, Borowiecki señala que pasa casi un siglo entero antes de que aparezcan los primeros no blancos entre artistas. En este caso hay que tener en cuenta que las personas de color no eran tenidos en cuenta en los primeros censos del país y por eso no habría apenas artistas negros hasta mediados del siglo XX. En la actualidad, las personas de color representan el veinte por ciento de los artistas en Estados Unidos, un cifra que todavía sigue siendo bastante baja si se tiene en cuenta que hay una relación directa entre la raza y los ingresos económicos, ya que las familias blancas suelen tener de media un ingreso mayor que las familias negras o hispanas.

En cuanto al sexo, el estudio concluye que a partir de 1890 las mujeres se volvieron cada vez más propensas a dedicarse al arte hasta prácticamente volver las tornas. En la actualidad, si se dejan a un lado factores como los ingresos o la raza, ser mujer aumenta las probabilidades de ser artista en un 18 por cierto, unos datos que ponen en entredicho el lugar común, probablemente de herencia histórica, de que las artes son un territorio en el que lo predominante son los hombres.

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